Gerard Lombarte
“El trauma esconde una riqueza, un tesoro en sus sombras, si se busca a través de la conciencia y la voluntad de sanar”. Así expresa Jordi Gil Martín, psicólogo, psicoterapeuta, terapeuta Gestalt y constelador familiar, especializado en terapia individual y psicología del trauma, autor de “Aprende a cuidar de tu niño interior”, publicado por la editorial Diana.
Gil Martín -que también es director del centro Gestalt Salut Psicoteràpia, en Barcelona, junto a Marta Grimalt-, en cuanto a hasta qué punto pueden condicionar las secuelas de nuestras heridas infantiles, dice queaquellas que no elaboramos probablemente van a interferir en nuestra vida adulta.
“Si quedan secuelas de maltratos recibidos o malas experiencias, en la vida adulta puede que la persona no encuentre una manera sana de relacionarse con los iguales, compañeros de trabajo, parejas… Si no me cuidaron mis padres, quizás sea un adulto que no come ni se viste bien, que se cuida poco a sí mismo y que sea toda la vida un Oliver Twist”, asegura.
Dichas secuelas “se reconocen mayormente por una hiperactivación de nuestro sistema nervioso”, continúa explicando. “Por ejemplo, si de repente estoy ansioso o muy preocupado en una cena de trabajo o en un cumpleaños. También se pueden reconocer por una hipoactivación, si me desconecto cuando estoy en una reunión de trabajo. Y además se reflejan en somatizaciones o pérdida de placer, fuerza, asertividad, en forma de carencia de determinados recursos vitales”.
Pero advierte que la gran secuela que padecemos es “la pérdida de confianza en la vida, en los demás, en uno mismo y una baja autoestima al haber sido maltratados por seres queridos o por los iguales”.

En cuanto al trauma en sí, Gil Martín asegura que “esconde una riqueza, un tesoro en sus sombras si se busca a través de la conciencia y la voluntad de sanar. Por ejemplo, si una persona sufrió de maltrato escolar o familiar y ha puesto conciencia y amor en lo doloroso, el trauma lo puede llegar a transformar y aportar calidez, humanidad, amabilidad. También puede ser que le dé más sabiduría al valorar ciertas cuestiones que quizás una persona que no vivió ese ‘infierno’ y que no lo puede valorar”.
Por otra parte, así como hay un niño herido, también existe un niño natural, del que ofrece la siguiente definición: “El niño natural, también llamada niño divino, es el que existió antes de la herida. Al venir al mundo mayormente vivimos en el juego, la confianza, la inocencia, la curiosidad, la compasión, el disfrute…”. De ahí que sea “importante retornar a la conexión con nuestros derechos de nacimiento”.
Asimismo, el psicólogo se refiere a cómo conviene educar a los hijos para que crezcan con las mínimas heridas posibles. Porque, teniendo en cuenta que la educación es una cuestión muy compleja, hay que saber que “cuanto más sano esté el progenitor, más sano será lo que recibe el niño”.
Al respecto, agrega que “gran parte de la crianza se trata de proteger a nuestro hijo de nuestras heridas y secuelas, y de darle la mayor luz posible dentro de lo posible. De cuidar de nuestro niño herido y de ofrecerle nuestro niño natural, además de ser y tomar la posición de un sherpa adulto que lo acompaña a escalar montañas y a conocer la geografía emocional y humana”.
Sin embargo, puede asaltar la duda de si siempre estamos a tiempo de cicatrizar las heridas de nuestra infancia. Para Gil Martín, “cicatrizar las heridas de nuestra infancia es una deuda con uno mismo y con el niño que fuimos, es nuestro compromiso con una parte de nosotros que luchó por nosotros”. Y concluye: “Es este compromiso sano, no obligado, el que debe impulsarnos a intentar sanar el máximo posible nuestro yo infantil herido”.