Patricia Abarca.
Matrona, Doctora en Bellas Artes y Máster en Terapias Expresivas
Si lo pensamos bien, los valores se hacen valer por sí mismos ya que son los que guían nuestras conductas y actitudes cotidianas, configuran la personalidad y dan rumbo a nuestro desarrollo personal; es decir, constituyen una forma de ser y de hacer. Los adquirimos de aquellas personas que son o han sido significativas para nosotros y se transmiten como ejemplos de vida, manifestándose así la función que tiene el valor y lo relevante que es tanto para uno mismo como para los demás. Un valor como el respeto, por ejemplo, nos hace renunciar al deseo de manipular los hechos y a las personas como si fueran objetos; la estimación y la bondad nos descubren la belleza interior de los otros y de lo que nos rodea; la solidaridad nos lleva a experimentar el enriquecimiento mutuo en el encuentro con el otro, etcétera.
El vivir con los valores adecuados repercute en nuestra salud mental a nivel individual y también social, posibilitando ideas, pensamientos y reflexiones más conscientes, y de un contenido más profundo; abriendo el espíritu más allá de lo puramente individual, en conexión con los demás, con la naturaleza, el universo y lo divino. Por el contrario los falsos valores, o también llamados antivalores, enturbian el pensamiento y la reflexión, conducen a una relación superficial de mínima calidad con los demás y con el entorno, descentrando la mente y obstaculizando el desarrollo personal. De ahí la importancia de saber discernir en nuestra vida cotidiana entre los verdaderos y falsos valores, ya que los valores serán los que nos guiarán y mantendrán firmes incluso en las situaciones más difíciles.
Tal vez uno de los valores más importantes, y que en alguna medida actúa como propulsor de los otros valores, es vivir de acuerdo al sentido de nuestra vida; es un valor que no se transmite como tal, se va desarrollando al prestar atención a nuestra naturaleza más íntima, considerando las cualidades y aptitudes personales, lo que sentimos que somos y no lo que nos exigen los demás. Cuando los padres tienen en cuenta el carácter, la personalidad, las capacidades y aptitudes de sus hijos, sin imponerles lo que ellos quieren y sin entrar en comparación con los otros, están favoreciendo que el niño descubra y desarrolle su propio sentido de vida; pero no hay que confundir esto con la ausencia de normas. Para descubrir los valores trascendentales de vida, los niños necesitan ser educados con normas y una adecuada disciplina que respete, eso sí, la propia naturaleza del niño. Descubrir el sentido de vida y considerarlo como el pilar en el que se fundamenta la existencia nos llevará sin dudas a sentirnos plenos, únicos, valiosos al tiempo que participemos en la sociedad y en convivencia con los otros.
Hay algunos valores universales, o mejor dicho trascendentales, y otros individuales que variarán según lo que nos ha transmitido el entorno y, también, según lo que hemos desarrollado a través de la vida. Unos de los valores trascendentales, primordial para la convivencia, son la tolerancia y el respeto por la opinión de los otros. Por ejemplo, una persona puede tener como valor individual el cuidado de la imagen, esmerándose en la forma de vestir y manteniendo una imagen más bien clásica; en cambio, para sus vecinos la ropa puede no tener ninguna importancia, vistiendo de forma muy sencilla, o bien siguiendo una tendencia más bien alternativa. En este ejemplo, es totalmente lícito que cada uno crea en su propio valor individual respecto a la imagen ya que no está haciendo ningún daño al otro, y las familias pueden compartir el mismo espacio sin necesidad de criticar o emitir juicios, transmitiendo de paso a sus hijos el valor trascendental de la tolerancia, que como vemos nos guía al entendimiento y al respeto mutuo.
Para algunas personas el egoísmo puede ser un valor; si lo pensamos bien, tener cierto grado de egoísmo en algunas situaciones de la vida es necesario, además forma parte de nuestro instinto de supervivencia. Por lo tanto el egoísmo en sí no es un antivalor, pero podemos transformarlo en un falso valor si lo colocamos como el eje de nuestras acciones; es decir, es necesario hacer uso tanto de la reflexión como de nuestra inteligencia para decidir cómo conjugamos nuestros valores y con cuáles nos guiaremos en cada circunstancia.
La madurez lleva implícita la formulación de un sistema de valores dinámico, que a través del tiempo puede ir mejorando con otros más elaborados, o ser sustituidos, según el desarrollo adquirido, las necesidades, la influencia social y las situaciones a las que nos vemos expuestos.
Los medios de comunicación nos ofrecen valores que no siempre son constructivos: ideas, creencias o actitudes de vida que muchas veces no resultan ser las más adecuadas para nuestro bienestar físico, psicológico o social, y que generalmente tendemos a aceptar sin ejercer nuestro sentido crítico. De hecho, en nuestra sociedad el consumismo y lo material siguen siendo un valor prioritario, sin potenciarse de igual modo los valores universales, lo que lleva a que las personas sean más valoradas por lo que tienen que por lo que son; como consecuencia vemos que la apariencia y el poder tienden a adquirir un valor mayor que la responsabilidad. De ahí las incoherencias que surgen respecto a muchos otros valores y las contradicciones que vivimos entre lo que decimos y lo que hacemos en el día a día.
También podemos confundir u olvidar nuestros valores cuando nos sentimos apremiados por las propias necesidades, es fácil caer en el individualismo pensando que lo que nos pasa a nosotros es más importante que lo que le sucede a los demás. En esos casos es cuando debemos usar la inteligencia y reflexionar con madurez, para distinguir cuál es la actitud más acertada, si estamos poniendo en juego valores trascendentales como la honestidad, la solidaridad y el respeto, o valores individuales. Y si es así, en qué medida podemos llegar a relativizar ese valor sin perjudicarnos nosotros, evitando ocasionar daño alguno al otro. En el aprender a discernir apropiadamente se fundamenta la conciencia de vivir y, del mismo modo, poner en práctica los valores es una decisión personal que, sin dudas, nos conducirá a una vida más consciente y más plena.