Cristina Sanz.
Encouragement Consultant,
entrenadora de Disciplina Positiva
La pedagogía Montessori se caracteriza por un gran respeto por el niño, el cual posee al nacer una serie de potencialidades que le permitirán desarrollarse y alcanzar la plenitud en todos los aspectos. Por ello l@s maestr@s, también llamad@s guías seguimos al niño y confiamos en que él o ella va a autoconstruirse en un ambiente donde hay libertad y límites, libertad y orden. Para poder desarrollarse el ser humano necesita por lo tanto –nos dice la doctora María Montessori en su obra– libertad de movimiento, de expresión, de autonomía y también espacio para descubrir qué ocurre cuando hace esto o lo otro. Esto último lo llamamos autodisciplina y proviene del interior del niñ@ de forma natural si se dan las condiciones necesarias en el exterior. En psicología se le llama locus de control interno.
Dentro de ese ambiente de libertad, donde el niño sigue sus propios dictados y explora, descubre y conquista sus capacidades y se autoconstruye poco a poco, es necesario sentir seguridad también para poder florecer y no perderse o sentirse a la deriva en un mar de opciones ilimitadas. Tan importante es la libertad de decisión y de acción como lo son los límites para sentirse seguro, poder orientarse, situarse y tener una referencia que le muestren maneras de reconocer el camino.
El orden, las rutinas y la apropiación del espacio son la base para poder sentir esa seguridad desde el comienzo, desde la cual atreverme a ser yo misma, a ejercer mi ser en construcción con la tranquilidad de saberme contenida en un ambiente de claridad y también de respeto en el que el error se normaliza. Los límites pues determinan la configuración del espacio y por lo tanto están guiando al niño de forma clara y amable, como también lo hacen el propio material de trabajo, el mobiliario y su forma de ser presentados y modelados por el adulto.
Muchas personas solo ven un aspecto de la filosofía Montessori. Creen que es un entorno en el que los niños hacen solo lo que les apetece y que por lo tanto hay una gran permisividad, sin orden o liderazgo por parte del adulto, de la maestra. Es una idea que está abocada al fracaso… como también lo está la idea tradicional de la permanente presencia de un adulto controlador que decide y ordena lo que l@s niñ@s han o no de hacer cada segundo de sus vidas. El propósito es ell@s quieran lo que hacen, para lo cual debe haber respeto mutuo por lo que unos y otros hacen, para crear una comunidad horizontal donde poder desarrollarse y no meramente sobrevivir teniendo que llamar la atención, enfrentarse, rebelarse o esconderse.
Los principios y herramientas de Disciplina Positiva, fundamentada en la Psicología Individual de Alfred Adler y Rudolf Dreikurs, nos ayudan a crear esta relación basada en el respeto mutuo a través del aliento y de la cooperación. La libertad ayuda a los seres humanos a desarrollarse en todos los niveles: cognitivo, social, emocional y académico.
El deseo de aprender, la curiosidad y el querer llegar a ser personas ya están en cada ser humano, el rol del educador o de la madre/padre será hacerlo florecer y potenciarlo.
Tradicionalmente se ha creído que el adulto debía decidir cuándo y qué tenía que hacer cada alumn@/hij@, creando así muchas frustraciones y complejos por comparación con el resto de niñ@s o herman@s.
El enfoque Montessori parte de un currículum completo muy exhaustivo que está expuesto al alcance de la mano, que permite aprender a un ritmo verdaderamente diferente para las diferentes edades y habilidades de cada niñ@, escogiendo justo lo que necesita y pudiendo ver a otr@s niñ@s más pequeños y mayores también activ@s, pudiendo ayudar a otros y ponerse en su piel (yo pasé por ahí) e inspirarse en los más mayores para alcanzar sus metas…
Además de la libertad de elección, debemos sentir la tranquilidad y el derecho a equivocarnos para confiar en nosotros mismos y en esas potencialidades innatas. De esta forma el error se ve como parte natural del aprendizaje y de la vida, no como un obstáculo o un hecho que me hace sentir inferior.
Yo decido, y al equivocarme en mis decisiones no soy menos que los demás, sino que me ayuda a aprender.
El error debe ir acompañado de un respeto en mí por la valentía de ser imperfecta. Cuando yo respeto ese valor de mostrarme imperfecta también lo respeto en los demás, y contribuyo a que los demás me respeten en mi imperfección.
¿Pero qué implica esa libertad con orden? Implica responsabilidad, atención, autodisciplina, saber lo que quiero hacer. L@s niñ@ desarrollan una fuerte personalidad y empiezan a saber lo que quieren, lo que necesitan y a escucharse a sí mism@s, la seguridad y el no tener miedo al error o a la crítica.
Cuando elijo, me respeto y esto hace que escuche y no me importe, al contrario, respetar a los demás, incluidos el adulto, la maestra. No me interesa desobedecer, retar o tenerle miedo al adulto como norma general. De ahí nace la serenidad y la autoestima, también la compasión. Ser yo mism@ sin inseguridades ni depender de la aprobación del adulto.
Pasamos de un paradigma de verticalidad, donde la inferioridad se pone de manifiesto, a una relación horizontal en la que todos merecen ser tratados con la misma dignidad y respeto.
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