Emilio Carrillo
Continuamente nos llegan a través de la red (móvil, ordenador…) multitud de mensajes (vídeos, audios, fotos, textos…) con muy diversos contendidos. Ante ello, sin darnos ni siquiera cuenta, reaccionamos automáticamente con el acuerdo o el desacuerdo, mental y emocional, ante lo que exponen y proponen. Y consideramos que esto es normal, cuando, en realidad, representa una profunda y grave anormalidad, por frecuente que sea.
Sin querer convencer a nadie de nada, comparto desde el corazón unas breves reflexiones al respecto, dirigidas a que la Presencia y la Compasión nos saquen de la absurda dinámica de estar de acuerdo o en desacuerdo con todo y con todos.
“Días luminosos” y “noches oscuras”: utopía y distopía
Las acciones y obras que desplegamos y compartimos sacando lo mejor de nosotros mismos -altruismo, generosidad, cooperación, solidaridad, respeto, comprensión, empatía, tolerancia…- promueven nuestra evolución personal y consciencial.
De idéntica manera, las aflicciones y circunstancias adversas que aparecen en nuestro día a día también fomentan esa misma evolución. Esto es lo que muestra la vida a cada instante. Y son muchas las personas que han podido experimentarlo: los “días luminosos” estimulan nuestro avance en autoconsciencia, exactamente igual que “las noches oscuras”, que son potentes factores de impulso al respecto.
Esto que ocurre a nivel individual y particular sucede también a escala social y general. Así, en el contexto de la humanidad actual, conviven la utopía y la distopía: la primera se manifiesta en el sentir y el quehacer (propuestas iniciativas, proyectos, actuaciones…) de mucha gente, aglutinada o no en colectivos muy diversos; la segunda preside el proceder tanto de numerosos grupos de interés como del sistema socioeconómico e institucional en su conjunto, convertido ya en un huracán de magnitud aceleradamente creciente extendido por todo el planeta.
Y ambas, la utopía y la distopía, conforman el carril de la vía por donde discurre el tren de la consciencia, la evolución consciencial de la humanidad: la utopía la incentiva directamente, como los “días luminosos”, y la distopía, indirectamente, cual las “noches oscuras”.
Confianza en la vida, aceptación y no juicio
Esta es una gran enseñanza de la vida en su devenir: todo tiene su sentido profundo, su porqué y para qué, lo que agrada y atrae a nuestro mundo mental y emocional, y lo que le desagrada y rechaza. Todo encaja y tiene su sitio, nada sobra ni falta: lo blanco y lo negro; lo que gusta a la mente y lo que no.
A partir de ahí, la confianza en la vida emana de nuestro corazón y de nuestro discernimiento. Y de esa confianza brota, a su vez, la aceptación ante todo y ante todos, que no es resignación o impotencia, sino el fruto impecable y natural de la plena confianza en la vida.
Y la confianza y la aceptación desembocan en la ausencia de juicios: se acabó el vivir la vida con la balanza en la mano, midiendo, dictaminando, sentenciando y criticando todo -a nosotros mismos, a los demás, al mundo, a la vida… – como positivo o negativo.
Batería de reflexiones que sitúan y explican la responsabilidad de cada cual de no estar de acuerdo ni en desacuerdo con nadie ni con nada.
No estar de acuerdo ni en desacuerdo con nadie ni con nada
Vivimos sumidos en sistemas de creencias basados en la dinámica de la conformidad/disconformidad: estamos de acuerdo con unas cosas y en desacuerdo con otras. De modo que existe siempre esta segmentación. Pero es una partición falaz, porque la vida es una y en su seno y fluir todo ostenta un hondo significado.
¿Por qué estamos abducidos por esa dinámica? Por nuestra identificación con el pequeño yo: el componente perecedero y efímero de nuestra existencia en el plano humano; el yo físico, emocional y mental y la personalidad a él asociada. Él es quien, teniendo fecha de caducidad y una muy limitada capacidad para entender y comprender la vida, ha instaurado en nosotros el hábito de dirigir nuestros pensamientos, emociones, palabras y acciones a favor de aquello con lo que está de acuerdo, y en contra de aquello con lo que está en desacuerdo.
Pero tú eres mucho más que el pequeño yo, tu apariencia efímera y pasajera. Tu verdadero ser es tu esencia imperecedera, con el nombre que quieras darle (Espíritu, Luz, Consciencia, Energía…). Y desde ahí, desde la perspectiva genuina que ofrece tu auténtica naturaleza, la Vida es una y no puede ser dividida: la unicidad se manifiesta en la diversidad, y la diversidad se integra radicalmente en la unicidad.
Presencia
En la medida en que te vayas desidentificando de tu pequeño yo y tomando consciencia de tu Yo verdadero, irás desterrando de tu cerebro y de tu mente esta ficticia división.
El cultivo de la Presencia de tu genuino ser ser en cada instante del día a día es lo que diluirá de manera natural, completamente y para siempre, la idea de estar conforme o disconforme con la vida -personal y social- y sus avatares y circunstancias.
Podemos observar con exactitud tanto lo que acontece en nosotros mismos (emociones, pensamientos…) como en el exterior -a pesar de lo mucho que se oculta-. Y hacerlo sin que nada en nosotros diga que está bien o mal. Simplemente, observar y no tener ningún prejuicio en esta observación.
Esto precisa mucha atención, mucha Presencia y mantenernos en el aquí-ahora.
Compasión
Y requiere, igualmente, que la llama de la Compasión vibre con fuerza en nuestros corazones y en nuestro discernimiento, para que la observación objetiva no nos convierta en seres fríos, impávidos, indolentes e indiferentes al sufrimiento que recorre el mundo y afecta a los que están a nuestro alrededor.
Desde luego, la evolución en consciencia hará que nos percatemos de que:
1º. La causa que está en la raíz de todo sufrimiento es la ignorancia y el olvido de lo que realmente somos, por lo que, en última instancia, el sufrimiento no se debe a otra cosa que a la inconsciencia del que lo padece, lo que es responsabilidad de cada cual.
2º. El sufrimiento, como se expuso al inicio de este texto (“noches oscuras”, distopía…), juega un importante papel en el proceso evolutivo del que vive la aflicción, siendo un notable factor de impulso del mismo.
Sin embargo, la propia evolución consciencial que lleva a este doble convencimiento nos hará ver nítidamente que no debemos desentendernos del sufrimiento del otro y quedarnos absortos en nosotros mismos. No en balde caer en esto supondría una separación del otro y de los otros como si fueran ajenos a ti mismo, cosa que, sencillamente, no es verdad y sería a mucho más grave que la división conformidad/disconformidad ya comentada.
La mirada limpia que proporciona la práctica del aquí-ahora nos ha de movilizar hacia la Acción Consciente que nos han mostrado, con su vida y su obra, los grandes maestros. Una Acción carente de juicios, desde luego. Pero surgida en el Amor y al Amor dirigida.