Creyentes, ateos e intuidores

Tres categorías ante lo absoluto

Fernando Martínez

Hasta hace poco tiempo la gente se definía generalmente bien como creyente o bien como atea, pero también están las personas que no se identifican ya con ninguna de estas dos categorías. ¿Por qué?

El creyente es alguien que elige aceptar una doctrina como directamente revelada por Dios (en gran medida llevada por el amor y la lealtad a sus mayores, a su tradición, a su patria, a su cultura, etcétera), y aunque su entendimiento y su intuición se sientan incómodos con alguna de estas “verdades”, las acepta porque son los dogmas de su religión.

Estos dogmas comprenden principios varios como que los muertos se levantarán de sus tumbas el día del juicio final (dogma de fe católico), que el mundo está sostenido por una tortuga (hinduismo), o que Dios eligió solo a un pueblo y no a los demás (judaísmo), entre otros.

Los sacerdotes de cada religión “revelada” esperan que estas creencias se acepten por un esfuerzo de voluntad llamado fe, y se ha perseguido violentamente en muchísimas ocasiones a todo aquel que obstaculizara la imposición de esa “fe”.

Por otro lado, y en gran medida como consecuencia de la rigidez de tales postulados, han existido siempre aquellos que niegan la existencia de nada que no pueda ser medido, visto o pesado, y que tienen a su vez una especie de fe ciega en los sentidos físicos y en la razón.

Estas personas afirman que solo existe la materia, que somos poco más que un conjunto de sustancias químicas y que todo cuanto existe es únicamente el resultado del gigantesco rebote múltiple de las partículas originales del Big Bang organizadas al azar.

Pero está también un tercer grupo de personas. Lejos de cualquiera de las dos posiciones antedichas, sienten que, si bien no tienen respuestas definitivas sobre cuestiones tan profundas, intuyen con toda claridad que existe un “algo” (una inteligencia, una conciencia, un poder, en definitiva “algo”) que da sentido y subyace a todo cuanto existe, y que este “algo” no puede ser encasillado en libros ni poseído en exclusividad por ninguna creencia.

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Ni creyentes ni ateos, pero sí “intuidores“, no creen saber mucho más que esto, pero sienten que esta es quizás la certeza más importante que pueda tener un ser humano.

A diferencia de creyentes y ateos, estas personas no se sienten tentadas a pontificar ni a convencer. En cambio, gozan de la paz y de la luz que este saber les brinda, mientras desean profunda y sinceramente que todos los seres puedan llegar a disfrutarlo, ya que esta intuición está a disposición de cualquiera lo suficientemente abierto de mente y humilde de corazón como para percibirla.

Evolución

Dice la psicología transpersonal que la mente humana en su desarrollo evolutivo atraviesa una etapa primitiva en la cual es supersticiosa, y adjudica poderes mágicos a las cosas y a los seres según sus anhelos, sus temores, etcétera.

Pasado este período, la mente evoluciona al siguiente peldaño, dejando de ser esclava de los terrores supersticiosos y ordenando el mundo en base a mitos como los enunciados anteriormente.

En una etapa posterior se independiza de estas creencias míticas, apoyándose en su racionalidad, y es entonces cuando desarrolla la ciencia y la tecnología. Pero como no es tampoco este el último eslabón de su evolución, la mente continúa progresando y desarrolla entonces la intuición.

Es precisamente este el salto evolutivo histórico que estamos viviendo actualmente. Por eso cada vez más gente comprende que la Verdad (con mayúscula) está más allá de los dogmas religiosos o antirreligiosos, y que no podrá nunca ser conocida por la especulación racional o los dogmas impuestos, pero que sin embargo uno comienza a experimentarla directamente, tan pronto se desarrolla la intuición innata.

Vida ética y compasiva

Para poder relajar los miedos y abrirse humildemente a la Verdad (cualquiera que esta sea), son absolutamente indispensables una vida ética y compasiva, y una actitud reverencial ante esta Verdad, y no pretender encasillarla ni poseerla sino experimentarla.

Para que esta intuición crezca y florezca finalmente en la realización espiritual, ayuda mucho tener la voluntad de servir a todos los seres sintientes (como cada uno mejor pueda y con total respeto por las preferencias y vocaciones de cada cual), y ayudarlos a salir del sufrimiento.

Si le preguntaran mañana “¿es usted creyente o ateo?” y usted respondiera “ni lo uno ni lo otro, soy intuidor (o intuidora)”, seguramente su interlocutor no entendería lo que acaba de decir.

Si usted, sin temor ni duda alguna, en sus propias palabras explica lo que siente, quizás esa persona no comprenda de inmediato, pero sus palabras quedarán resonando en el corazón y en la intuición de esa persona. Y sin proponérselo, ni querer convencer a nadie de nada, estará ayudando a que otro conecte con su verdadera sabiduría y pueda comenzar a recordar que nada existe que no sea Dios y que todos somos Eso.



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Stanislav Kondratiev
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