Silvia Cacciatore
Al igual que todos los mecanismos psicoemocionales, el de la culpa lo aprendemos sobre todo en los primeros años de vida. Sin tener en cuenta las enfermedades de origen psíquico, influye mucho en cómo vivimos la culpa el modo en que los padres han actuado con nosotros: posibilitando que sintamos un sentimiento de culpa sano y consciente, o haciéndonos sentir culpables de forma arbitraria, con manipulación emocional, o conduciéndonos a la indolencia y la falta de responsabilidad.
Por lo común, los mecanismos de culpa insanos aprendidos en la infancia se refuerzan a lo largo de la vida, salvo que nos hagamos conscientes de ellos y cambiemos el comportamiento aprendido.
Ya sea el exceso o la falta de culpa puede provocar la inmovilidad, la negación, el desinterés, la indolencia, la agresividad o la adicción, y es así cómo se pierde el rumbo de nuestra vida y el sentido de lo que queremos realizar.
Veamos un ejemplo. Están los padres que hacen sentir culpable al hijo porque no hace lo que ellos quieren, porque no estudia, tiene otro carácter, etcétera. Le dicen “¡nos has decepcionado!”, “¡no has actuado como esperábamos!”, “¡eres un egoísta!”, “¡no vales nada!”, etcétera. Lo más probable es que estos padres hayan tenido siempre esa actitud, exigiéndole a su hijo lo que ellos quieren sin considerar sus necesidades y capacidades reales.
Como consecuencia, el comportamiento del hijo estará supeditado a un mecanismo de defensa para no someterse a esa manipulación emocional. Y si la personalidad del hijo es firme seguramente hará lo que él desea, pero en su interior albergará un sentimiento de culpa que afectará otras áreas de su vida.
Pero también se encuentran los hijos que atacan a sus padres o a sus compañeros sin arrepentimiento alguno. Probablemente entre las causas de este tipo de conducta esté una infancia extremadamente consentida, sin reglas y solo enfocada en el niño, sin darle a entender que los demás también tienen derecho a ser respetados. Tampoco se les enseña a ser conscientes de las resultados de sus actos ni a responsabilizarse de ellos.
Conviene recordar que esta enseñanza empieza en los primeros años de vida, no a los cinco o a los diez o años como algunos padres suponen, creyendo que sus hijos deben tener conocimiento para darles a entender las cosas. El cerebro modela la estructura emocional de las conductas tempranamente, y como respuesta al propio comportamiento de los padres.
Posteriormente, mediante la educación, de lo que va ocurriendo y de la capacidad que tengamos de ser conscientes de lo que nos sucede, vamos sumando, reforzando, reprimiendo, corrigiendo y, en el mejor de los casos, sanándonos sobre esa estructura base.
Existen incontables hechos que pueden producir un sentimiento de culpa: gastar dinero en aquello que no necesitamos, nutrinos de una forma inapropiada, creer que somos causantes de lo que nos toca vivir, como les suele ocurrir a quienes no encuentran trabajo o las personas maltratadas.
Precisamente, es sabido que la desvalorización, el chantaje emocional y la manipulación psicológica que utilizan los maltratadores mediante las palabras son tan falsos que las víctimas empiezan a dudar de sí mismas, culpabilizándose de lo que les sucede, siendo este uno de los motivos de por qué el maltrato se oculta y no se denuncia.
El mecanismo de la culpa tiene tres elementos: el acto o la actitud causante del daño -real o imaginario-; la percepción negativa del hecho y la autovaloración (hasta qué punto soy o no responsable de lo que ha ocurrido) y la emoción negativa que se percibe al sentirnos responsables del hecho y que nos llevará a intentar subsanar de alguna manera el daño, disculpándonos o corrigiendo de algún modo el error. Si esta emoción negativa no es equilibrada consciente y adecuadamente, sobrevendrá el desasosiego, y si no se aplican estrategias que ayuden a transformar o sanarlo, el remordimiento puede continuar toda la vida.
Y algo más: cuando cometemos errores -quién no- ver de qué forma es posible reparar el daño causado. Ese será el mejor antídoto para nuestro dolor y para el dolor de los otros.