¿Quieres (siempre) tener razón?

El pensamiento binario perjudica las relaciones y el aprendizaje

La dualidad proveniente de la lógica aristotélica establece el modo en que concebimos la realidad, más conocido como “pensamiento basado en los opuestos” o “pensamiento binario o dicotómico”. Es una idea que determina las creencias en una posición desmedidamente simple a través de la cual solo podemos conocer algo al contener o considerar a su opuesto. Esta forma de organizar la realidad conforma la estructura esencial de los procesos de pensamiento: toma una totalidad indivisa (realidad) y la fracciona en dos campos inversos.

La palabra luz no tendría mucho sentido sin la idea de oscuridad, o caliente si no consideráramos frío. Los pares de opuestos hacen que diferenciemos, con lo cual ideas y concepciones integran el escenario mental de la realidad donde vivimos, pero al mismo tiempo provocan que el pensamiento se centralice en la oposición y olvide que hay una zona intermedia en la que los opuestos pueden cohabitar.

Esta división del pensamiento binario conduce a situaciones en las que únicamente podemos “tener razón” o “estar equivocados”. Así es que nuestra identidad se convierte en lo que creemos que es La Verdad. Esa necesidad de que nuestros pensamientos “tengan razón” trabaja constantemente para preservar la imagen autoconstruida de nuestra identidad. ¿Acaso no vemos a diario que la mayoría intenta proteger su ego defendiendo a toda costa la necesidad de tener razón?

Pero cuanto más rígido es nuestro modo de pensar, más débil es nuestro sentido de nosotros mismos. Y el círculo vicioso funciona exitosamente; cuanto más nos empeñamos en tener razón, más sólidos se vuelven nuestros pensamientos y creencias.

Esta falta de flexibilidad en la manera de pensar desnuda un dato implícito: estamos más interesados en tener razón, en ganar, que en aprender o en relacionarnos. Es otra forma que tiene el pensamiento para defenderse y luchar contra la eventualidad de estar equivocado (¿algo imposible?).

El contrasentido está en que la fragilidad del pensamiento (sentirse a gusto con el hecho de no estar seguro o no tener razón) en realidad nos hace más fuertes y poderosos. ¿Por qué? Una vez que hemos superado esa “necesidad de tener razón”, nuestra manera de pensar y nuestro discurso cambian. Al no sentir esa “necesidad” de defender nada nos abrimos a nuevas posibilidades, indagando, expandiéndonos. Y es algo que aporta un nutriente excepcional a las relaciones.

Si no necesitamos tener razón, tampoco nos avergonzaremos ni molestaremos por estar equivocados. Si no hay nada que temer con respecto a lo que los demás piensen de uno mismo, el sentido de sí mismo deja de depender de otros, es decir, nuestra autoestima se volverá mucho más poderosa y saludable.

Por lo tanto, piensa de qué modo tu “necesidad de tener razón” puede interferir en tu capacidad para conectar con los demás o abrirte a cosas novedosas. Prueba ir contracorriente, no quieras tener razón y observa lo que deviene después.

- Anuncio -

Como se escucha por ahí, ¿quieres tener razón o quieres ser feliz?



Lo más destacado

Stanislav Kondratiev
de Unsplash