“A Dios solo se lo encuentra por un proceso de sustracción”, reflexionaba Anthony de Mello, aquel jesuita y psicoterapeuta conocido por sus libros y conferencias sobre espiritualidad, en uno de sus famosos escritos. A partir de esta idea, este religioso cuya vida transcurrió el siglo pasado, expresaba que “no añadiéndole nombres, conceptos y etiquetas, encontraremos a Dios”.
De allí, también, es que señalaba que “Dios es, y por ello es inaprensible, no lo podemos enmarcar ni clasificar porque escapa a toda objetivación” y que por eso “el ser humano es también inaprensible, porque es semejante a Dios”. Cuantas más añadiduras le pongamos al ser, decía, menos lo conoceremos. “Hemos de dejarlas caer todas”.
Y lo mismo pasa con la realidad. “Si yo le pongo unas añadiduras, me alejaré de la realidad, la verdadera, y estaré siempre chocando con lo falso”, advertía con firmeza.
A continuación, señalaba que “meterse en la batalla de la vida, pero con el corazón en paz, es la única manera de vivir la realidad de la vida” y para ello “el primer paso es reconocer la añadidura”, es decir, darse cuenta con sinceridad de cuáles son nuestros bloqueos y obstáculos.
El segundo paso “es mirar la causa”, proseguía, “sabiendo que está fuera de la realidad, sin culparte ni justificarte”. Porque no tenemos la culpa de esa programación, y cuando caemos en los hábitos, no lo hacemos adrede.
Por lo tanto, no hay que estar descontento, irritado y molesto con uno mismo, porque eso no nos va a ayudar. “Y si sufres, y te afliges, no tomes tu aflicción por tu ser. Desidentifícate de ese sufrimiento”, enfatizaba.
Lo que no soy
De Mello explicaba: “El yo, ¿quién es? ¿Soy un cuerpo? No, porque las células de mi cuerpo son renovadas continuamente y en siete años no queda ni una de las anteriores y, sin embargo, sigo siendo el mismo.
“Yo no soy mi cuerpo, pero tampoco soy mis pensamientos, pues ellos cambian continuamente y yo no. Ni tampoco soy mis actitudes, ni mi forma de expresarme, ni de andar. Yo no puedo identificarme con lo cambiable, que abarca las formas de mi yo, pero no es mi yo”.
¿Entonces? Respondía: “Tú eres el ser, lo que es. El cielo es, no cambia; las nubes sí. Lo único que puedes buscar es lo que no eres, pues en cuanto puedes objetivarlo ya no lo eres, sino que es una forma, una expresión de lo que realmente eres. Puedes buscar lo que no eres, y al ir apartando tus formas y añadiduras, te irás liberando de ideas equivocadas sobre ti y, detrás de todo esto, irá surgiendo tu ser”.
De tal modo que el tercer paso para vivir la realidad de la vida, agregaba, “es no identificarte con las formas que cambian, ni apegarte a ellas, ni rechazarlas, ni ponerles etiquetas, ni valorarlas dándoles una importancia que no tienen”.
Sí se puede llamarlas por su nombre: “son formas nada más, y si les das batalla, toman una importancia que, en sí, no tienen”.
Y concluía: “Cuando las mires tal como son, perderán importancia y se replegarán a su lugar. Hay que comprenderlas, entender por qué están ahí, para que no te estorben ni molesten. Entonces la importancia que les hayas dado hasta ahora se irá, porque no es real, no existe, y descubrirás que no eran más que alucinaciones del sueño de un ser dormido”.
No hay que violentarse con nada ni para mejorarlo ni para cambiarlo. Lo que es, es, y solo lo es por su propia causa, nada lo puede dañar si estamos despiertos.
“Estar despierto es no dejarse afectar por nada ni por nadie. Y eso es ser libre”. Así lo resumía De Mello.