La noble tarea de limpiar

Soji, otro método para mantener en orden nuestro interior, explicado por Shoukei Matsumoto, monje budista

Pedro Castellanos

Limpiar, noble tarea si las hay. Limpiar es una faena para muchos, sin duda. Y hay que disponer de tiempo para llevarla a cabo (¡tiempo!). Mejor no hablemos de ganas, de voluntad, y de que guste o no guste.

En una lectura previa al momento del descanso nocturno, me daba por enterado de que un niño había propuesto reconocer cómo héroes a las personas que cada día pasaban limpiaban y recogían la basura de las calles en su ciudad. (Esa palabrita… héroes, pero no nos detengamos aquí).

Shoukei Matsumoto, monje budista.

En “Soji” (Kitsune Books), Shoukei Matsumoto, monje budista del templo Komyoji en Tokio, Japón, se refiere a otro modo de limpiar, más bien referido al espíritu y “a crear espacio” en el corazón humano. Entonces, si limpiar es una noble tarea, aquí parecería ameritar un poco más nuestra atención y disposición.

Todo comienza en el mismo aseo del templo. Un ejemplo de la importancia de aquello que supondría solo un quehacer intrascendente es que un discípulo de Buda llegó a la iluminación mientras que, escoba en mano, decía una y otra vez: “Barre el polvo, limpia la suciedad”.

Y a partir de allí se desarrolla la idea de qué es soji, ni más ni menos, trascendiendo lo que puede ser apenas una tarea doméstica. Soji es una práctica espiritual mediante la cual podemos pulir nuestro potencial.

Específicamente, dicha práctica tiene aplicaciones muy concretas que recuerdan al movimiento minimalista. Por ejemplo, poseer lo menos posible (menos es más), cuestión que se entiende en cuanto a proverbios se refiere: “En la nada cabe el infinito”.

O también tener rigurosamente en su lugar solo lo necesario, así como captar su esencia. Sí, porque al familiarizarse tanto con los objetos y con el espacio que ocupan, uno descubre su esencia (porque la tienen y hay que escuchar qué nos cuentan).

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Además hay que poner atención plena en el acto de fregar. Por eso se explica que los suelos de los templos, budistas en este caso, brillen y reluzcan tanto. Se limpian como si de la mente se tratara. En ese dejarse llevar por el movimiento sin más, el ahora se hace más presente que en otros momentos del día, si es que no hay otros instantes de igual intensidad.

Limpiar los templos, una figura práctica para mantener limpia la mente.

En la limpieza también concurren las ausencias: la del juzgar y la del competir. No hay nada que pasar ya por el tamiz de “lo que debería ser” y “lo que es”, y no somos mejores ni peores que nadie. Estamos cada uno, con un trapo o una escoba, nada más, aquí y ahora.

¿Y cuándo se termina? Cuando llega la hora de hacerlo, porque hay que fijarla, tenerla presente, y lo que se ha hecho, hecho está. No se pudo más, lo has dado todo. ¿Perfeccionismo? No, porque “está bien así”, como suele decir un famoso personaje del anime “The Genius Bakabon”.

Y si está bien así, igualmente hay que aceptar que nada suele ser como esperamos; la limpieza, tampoco.

Con la práctica limpiar se hará un hábito. Y habrá hábitos de los malos y de los buenos, mentalmente hablando, claro está. Como cuando uno limpia y se da cuenta de que lo está haciendo eficazmente, o no. También descubrirá que habrá otros hábitos que, ya vistos conscientemente, podrán ser modificados para nuestro beneficio. Confiemos en ello.

Por último, no hay que olvidar que resulta provechoso tomarse la limpieza como un juego. Así habrá una motivación para realizar más fácilmente una actividad. Será un juego sin competición, infinito, donde lo importante es continuar, porque al fin y al cabo se trata de una acción que habrá que repetir, también disfrutar, porque no hay ni vencedores ni vencidos. Solo un juego.



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