Fátima Servián Franco
Dra. en Psicología aplicada al ámbito Clínico y de la Salud.
Directora del Centro de Psicología RNCR y PDI,
Universidad Internacional de Valencia
La prosocialidad y la cooperación son claves en el desarrollo de lo que nos hace humanos. Pero, ¿en qué medida influyen las diferentes normas culturales en nuestra capacidad para interactuar y cooperar?
En un estudio realizado por un equipo internacional de investigadores liderados por la Universidad de California (UCLA) se encontró que los pequeños actos de bondad son frecuentes y universales. Las distintas culturas tienen comportamientos cooperativos más similares de lo que se había establecido en investigaciones previas.
¿Hasta qué punto la forma en que las personas comparten recursos sigue unos principios compartidos transculturalmente?
Ayudamos seis veces más de lo que ignoramos a quienes nos necesitan
El sociólogo de UCLA Giovanni Rossi y sus colegas examinaron el comportamiento prosocial entre familiares en ocho culturas ubicadas en cinco continentes. Para ello utilizaron grabaciones de vídeo de solicitudes espontáneas de asistencia inmediata que suponían un bajo costo.
Registraron todo tipo de señales de ayuda, algunas tan sencillas y cotidianas como preguntar si alguien puede pasarnos el agua en la mesa, acercarnos un cuchillo mientras cocinamos, quitar una olla del fuego o simplemente sentarse y hablar.
Lo que descubrieron fue que las personas cumplen con las solicitudes pequeñas siete veces más de lo que las rechazan y seis veces más de lo que las ignoran. Los rechazos de ayuda llegaron a una tasa del 11 % como máximo, pero el 74 % de todos esos rechazos iba acompañado con una explicación de por qué no era posible prestar la ayuda.
Eso implica que solo el 2,5 % de todas las señales de petición de ayuda fue denegado sin explicación.
De ahí podemos concluir que, en la escala más pequeña de interacción humana, el comportamiento prosocial sigue principios compartidos transculturalmente. Las solicitudes de asistencia son muy frecuentes y en su mayoría exitosas. Y cuando las personas se niegan a brindar ayuda, normalmente dan una razón.
¿Nuestras decisiones sobre compartir y ayudar
están moldeadas por la cultura con la que crecimos?
La siguiente cuestión es si la cultura a la que pertenecemos hace que los patrones de comportamiento cooperativo varíen.
Investigaciones anteriores detectaron variaciones culturales importantes en el comportamiento proactivo cuando hay mucho en juego, la relación es a gran escala y los participantes son anónimos. Cuanto mayor sea el grado de beneficios de la cooperación en la vida cotidiana, mayor será el nivel de prosocialidad y viceversa.
En cambio, el estudio del sociólogo Giovanni Rossi se enfocó en eventos cooperativos. Es decir, en situaciones en las que apenas hay nada en juego, pero que se dan con una muy alta frecuencia entre parientes y otros familiares cercanos. Y en esa escala de la vida social, todo indica que la variación cultural es ínfima. Un hallazgo consistente con las teorías que enfatizan la omnipresencia de las orientaciones comunitarias y la reciprocidad entre culturas y diferentes tipos de relaciones sociales.
Por otro lado, estudios experimentales previos detectaron que las personas en sociedades diversas renuncian universalmente a ser puramente egoístas cuando se puede compartir un recurso.
¿Somos los humanos generosos por naturaleza?
La prosocialidad, la interdependencia, la reciprocidad, el altruismo y la cooperación han sido aspectos centrales en la investigación antropológica de los últimos 50 años.
Las diferentes tradiciones filosóficas han intentado dar a lo largo de la historia una respuesta a la pregunta por el origen de nuestros sentimientos morales.
Desde un marco biológico y evolutivo se encuentran evidencias en favor de la tesis que afirma que nuestros sentimientos morales de cooperación son producto de la evolución por selección natural. Hasta el punto de que, a la hora de buscar pareja, nos resultan más atractivas las personas altruistas y prosociales.
Cooperar nos favorece. En ese sentido, la función de la moral sería permitir la provechosa convivencia pacífica entre individuos que, por naturaleza, son egoístas.
En el supuesto de que la cooperación tenga una existencia estable, la motivación moral debe incluir elementos altruistas. Esto ha sido revisado en varios artículos científicos que concluyen que las evidencias hablan a favor de que la evolución de motivaciones genuinamente “amables” pueden ser más aptas que las “maliciosas”.
En general, nuestras motivaciones para la acción moral son genuinamente altruistas. Eso quiere decir que cooperamos con los otros tomándolo como un fin y no como un medio para obtener una recompensa.
Con una sociedad basada en actos genuinamente altruistas se garantiza una cohesión firme de la estructura social, lo que beneficia enormemente a cada individuo perteneciente a ella.
La realidad social se construye a partir de pequeños momentos
La teoría del altruismo recíproco sugiere que la cooperación de bajo costo, dentro de relaciones cercanas y duraderas, debería ser omnipresente. El nuevo estudio de Giovanni Rossi respalda esta teoría, basada en la universalidad de las formas de influencia social que las personas usamos para ayudar y compartir.
Estos resultados se suman a una creciente literatura científica sobre la ayuda basada en la necesidad que existe entre parientes y otros familiares cercanos. Una ayuda que guarda relación tanto con la reciprocidad como con la interdependencia.
Las realidades sociales a gran escala se construyen a partir de la suma de momentos e interacciones a pequeña escala. Y sólo estudiándolas podremos llegar a comprender los fundamentos de la sociabilidad humana.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.