Quién es Nacido en Mota del Cuervo (Cuenca), Feliciano Mayorga es filósofo y escritor. Durante su juventud participó activamente en movimientos cristianos de renovación. Fue alcalde de su pueblo. Se involucró en talleres y retiros de budismo mahayana, sexualidad tántrica, bionergética, Gestalt, protoanálisis, análisis jungiano, análisis transaccional y axiología. Creador del blog “El alma y sus oficios”, impulsó la construcción de la cooperativa integral Itaca, basada en la cooperación económica, la democracia política y una cultura respetuosa con el medioambiente. Ha publicado “La fórmula del bien. Manual de justicia para ciudadanos del mundo”, “El mito de la colmena. Una aproximación a la fórmula del bien” y el último, editado por Kairós, “El ateísmo sagrado”. Contacto: a través de Facebook y el correo felicianomayorga1564@hotmail.com
Aurelio Álvarez Cortez
-Feliciano, me recuerdas a Aristóteles, que decía que el camino más difícil es el del medio. En tu último libro propones una vía intermedia entre religión y ateísmo. ¿Qué te ha animado a escribir sobre este tema?
-Principalmente mi experiencia personal. He tenido que enfrentar el problema del vacío al igual que toda mi generación. En mi adolescencia practiqué el cristianismo de una forma entusiasta, luego empecé a no sentirme cómodo con la Iglesia, y pasé a una postura opuesta, me hice ateo militante. Pero el vacío persistía, hasta que tuve que admitir que había en mí una dimensión espiritual no satisfecha. Tras diferentes lecturas y experiencias llegué a la conclusión de que la imposibilidad de dar respuesta a esta insatisfacción tenía su origen en un falso debate.
-¿Un falso debate?
-El falso debate consiste en creer que solo existen dos alternativas para abordar la cuestión del vacío existencial. Por un lado las religiones, que te prometen salvación y sentido con la condición de abrazar un credo excluyente, someterte a la autoridad de una iglesia y practicar una moral en muchos casos conservadora y patriarcal. Por otro lado el materialismo, convertido también en un credo obligatorio, para el que todo es materia y energía, y solo es real aquello que se puede medir, contar, describir y cuantificar.
-El dilema, a primera vista, es difícil de resolver.
-No hay nada que nos limite más que los prejuicios y estereotipos. Sobre todo el que confunde espiritualidad y religión, cuando lo cierto es que sería más apropiado diferenciar entre una espiritualidad laica y una espiritualidad confesional o religiosa. De ese modo la religión deja de representar la única alternativa al materialismo. Materialismo que no es propiamente una opción para llenar el vacío, ya que niega, como no científica, la dimensión espiritual.
Todo mi trabajo en los últimos años ha consistido en tratar de averiguar si es posible una tercera vía, una espiritualidad laica y universal, que cualquiera pudiera compartir sin necesidad de abrazar un credo, pertenecer a una iglesia o creer en un dios, lo que resulta sin duda chocante. Tal vez por la fuerza de otro prejuicio muy extendido, el que identifica a Dios con lo sagrado.
-¿Cómo diferencias religión y espiritualidad?
-Antes déjame decirte aquello en lo que coinciden haciendo una precisión. Desde el origen de los tiempos, el ser humano se ha relacionado de dos modos con la realidad. Uno relativo y egocentrado, para el que el mundo en su conjunto es percibido y valorado en función de los deseos y necesidades humanas. Es el reino de lo útil. El segundo modo es el sagrado o espiritual, en el que las personas y las cosas son experimentadas al margen de nuestros intereses, tal y como son, es decir, de forma gratuita.
Religión y espiritualidad pertenecerían a este segundo modo, ambas serían formas de superar el egocentrismo. Solo que mientras la religión se basa en la creencia: creencia en Dios uno y trino, en la divinidad de Jesús, en la virginidad de María, en la infalibilidad del papa, etcétera; la espiritualidad se centra en la experiencia, lo que la relaciona con la tradición mística, presente en todas las religiones. No es casual que el místico siempre haya resultado incómodo a las jerarquías religiosas, tal vez por su desinterés por la creencia y su búsqueda del contacto directo con la divinidad.
-Cita otras divergencias, por favor.
-La segunda es que la religión se ve obligada a generar una organización poderosa para proteger sus creencias, tanto de otros sistemas de creencias, el caso de las Cruzadas, como de la disidencia de sus propios miembros, en este caso mediante un control de la conciencia a través del miedo y la culpa. La religión es autoritaria mientras que la espiritualidad, al no tener nada que defender, es autónoma y libertaria. Reclama la libertad y la pluralidad para enriquecer la experiencia. La religión es por tanto necesariamente excluyente: “la mía es la verdadera, las demás son falsas”. Justificando esta exclusividad en que sus creencias han sido directamente reveladas por Dios. Mientras, la espiritualidad es incluyente, entiende cada tradición como un modo histórico y diverso de comunicación con lo sagrado.
Otra diferencia es que mientras la religión pone el acento en la institución, que es la depositaria del saber revelado, la espiritualidad pone el acento en la persona individual, que es el sujeto de la experiencia, lo que no quiere decir que la búsqueda se realice en solitario sino junto a otros y al amparo de los grandes maestros. Y hay más diferencias…
-¿El mundo de hoy es más religioso o más espiritual?
-La religión es una manera de satisfacer las necesidades espirituales que ha caducado, que está en proceso de extinción. Ello se debe a que nació en el contexto de sociedades cerradas y estáticas, que rechazaban el cambio y la alternativa. Una sociedad globalizada, basada en la innovación constante, donde todas las religiones están obligadas a convivir, no puede ofrecer rígidos y excluyentes sistemas de creencias para responder a las necesidades espirituales de sus miembros.
Desde hace décadas las minorías más inquietas están buscando algo diferente, una tercera vía. Está búsqueda es palpable en el hecho de que hemos vuelto la mirada hacia Oriente, más volcado hacia el interior que hacia el exterior, generalizando prácticas como el yoga, el mindfulness o la meditación. El problema es que todo se vive de manera muy dispersa. “El Ateísmo sagrado” es un intento de trazar un mapa completo de esta tercera vía, al tiempo que de legitimar filosóficamente la dimensión espiritual frente al cientificismo arrogante y el integrismo religioso.
-Has dicho que no es lo mismo lo sagrado, lo divino y Dios.
-Esta es una diferencia crucial, yo diría que el fundamento de la propuesta. Lo sagrado es el misterio del ser, lo absolutamente otro, que se ha manifestado históricamente en tres direcciones, que llamo lo divino. Primero en la divina energía, en las religiones cósmicas y paganas. Más tarde en la divina conciencia, en las tradiciones orientales. Por último, en la divina bondad, en la tradición judeocristiana y el Islam. ¿Qué son los dioses? Tan solo la representación que una comunidad se hace de lo divino, le da forma, normalmente antropocéntrica, en el seno de una tradición.
Trataré de explicarlo con una analogía geométrica. Si lo sagrado es el punto, indivisible y sin dimensiones, pero del que surgen todas las superficies y volúmenes, lo divino son las tres dimensiones del espacio en que el punto irradia: ancho, alto y profundo. Los dioses son solo cuerpos o volúmenes que surgen y desaparecen en ese espacio tridimensional.
El error de las religiones desde mi punto de vista es que han confundido a Dios, que no deja de ser una expresión cultural de lo sagrado, con lo sagrado mismo, al que consideran en consecuencia agotado en su propio marco doctrinal o eclesial. Aceptar que lo sagrado es inagotable e irrepresentable abriría las puertas al diálogo entre religiones.
-El Dalai Lama propone como vía de acercamiento que se hable de valores, en lugar de creencias. Hay valores en que todos podemos coincidir, como la libertad… ¿Esta propuesta es válida?
-En una conferencia del Dalai Lama en Francia, un cristiano allí presente le dijo que le habían gustado tanto sus argumentos que quería convertirse al budismo. El Dalai Lama le respondió amablemente que no era necesario, que también había buenas formas de espiritualidad en su propio país, como el cristianismo. Ese día comprendí que frente al proselitismo que caracteriza a las religiones monoteístas, el budismo iba un paso por delante en la defensa de una espiritualidad laica. Eso es lo que hace del Dalai Lama un referente para muchos de nosotros. Lo que se debe al hecho de que esta tradición no tiene ningún Dios que venerar y se centra en la experiencia más que en la creencia.
Estoy de acuerdo con el Dalai Lama en que habría que hablar más de valores, justicia, solidaridad o libertad, que de religiones si queremos ponernos de acuerdo, pero añadiendo que no hay por qué renunciar al carácter sagrado de esos valores, como sostendría un mero humanismo cerrado a la trascendencia. Afirmo que existe un principio ético universal en el que todos podemos estar de acuerdo: “trata con respeto a los seres libres y cuida a los vulnerables”. Lo que significa que nadie sin mala fe querría ser privado de su libertad arbitrariamente ni abandonado a su suerte ante el sufrimiento. Pero aparte del valor ético, su carácter santo se debe a la imposibilidad de imaginar a un Dios que prescribiera lo contrario. Un ser todopoderoso que dictara la obligación de matar, robar o violar lograría ser obedecido por temor, pero jamás por amor. De donde se deduce que si el cuidado de nuestros semejantes es lo que hace a Dios digno de amor, exista o no exista ese Dios, hay que considerar este precepto divino.
-¿En qué consiste tu vía intermedia?
-Consiste en el ejercicio de tres prácticas que representan lo esencial de las diferentes tradiciones religiosas, cuando se les ha quitado su envoltura mítica y dejado solo su núcleo espiritual. En los tres casos el egocentrismo es superado o al menos relativizado. En primer lugar la práctica del respeto compasivo, que nos permite dejar de ver a los otros como rivales o presas, abriéndonos el corazón a un amor universal y desinteresado. Es lo fundamental del judeocristianismo. En segundo lugar, la meditación, que nos permite silenciar nuestro parloteo interno, desidentificarnos con nuestras necesidades y deseos, para despertar al misterio de la Presencia. Y tercero, los rituales, por los cuales entramos en contacto con las formas significativas en que se manifiesta la energía del universo, como la noche y el día, las estaciones, el nacimiento y la muerte… Mediante el ejercicio continuado de estas tres prácticas tiene lugar el crecimiento personal, es decir, el incremento exponencial de la alegría, la serenidad y la energía. O lo que es lo mismo: la expansión de la conciencia.
Ninguna de estas prácticas supone renunciar a las conquistas de la modernidad, tanto a nivel científico como ético, y nos permite apropiarnos de la sabiduría de las grandes tradiciones.
-La sociedad ha perdido la costumbre de practicar rituales, privados y colectivos.
-La pérdida de los rituales muestra el sinsentido de la sociedad en que vivimos. Las antiguas comunidades se cohesionaban a través del ritual, que remarcaba los aspectos fundamentales del tiempo, tanto del colectivo como del individual. El tiempo y la vida se convertían en un relato coherente a través de rituales de paso: el nacimiento, la pubertad, el amor o la muerte, que adquirían de ese modo un carácter sagrado. En la actualidad los rituales se han convertido en cascarones vacíos que la gente realiza más por obligación social que por convicción. En unos casos se han mercantilizado, como San Valentín o la Navidad, para incentivar el consumo; en otros siguen estando bajo el control de las religiones que los utilizan para fidelizar a sus creyentes. El fin de los rituales es el fin del capital simbólico de la humanidad. Pocas cosas son más tristes que un entierro laico.
-La ciencia se ha convertido en una religión, a la cual le llega, de vez en cuando, baños de humildad.
-Aquí es sensato plantear aquello de “dar al César lo que es del César y a Dios, lo que es de Dios”. El problema no es tanto la ciencia sino el llamado positivismo científico, la afirmación de que el único conocimiento válido es el que se obtiene de la aplicación del método científico, lo que además de ser falso, pues reduce lo verdadero a lo medible, supone un injustificado desprecio de la enorme sabiduría de las tradiciones espirituales e incluso de la filosofía. La ciencia necesita humildad, debe limitarse a lo que es su función: describir las regularidades de la naturaleza y ayudarnos a mejorar nuestro bienestar material.
-La meditación se ha puesto de moda.
-Es cierto, aunque me preocupa que los occidentales reduzcamos algo tan potente a una técnica para mejorar la salud física y relajar la mente. El sentido de la meditación es permitir que el alma, buceando en su interior, alcance su identidad suprema con lo divino. Es una práctica espiritual. En el momento en que somos capaces de silenciar nuestras necesidades y deseos, nos conectamos al hecho desnudo de la Presencia, nos anclamos en el ahora. Nos descubrimos formando parte de una totalidad en la que no existe ya diferencia entre conciencia y presencia, ser y significado, lo que los orientales llaman Iluminación, Nirvana o conciencia no dual.
-Hablas también de la represión de la espiritualidad.
-Así es, se trata de una represión especialmente peligrosa porque reduce los márgenes de nuestra humanidad. Al devaluar la altura, el carácter sagrado de ciertos ideales, nos sume en el relativismo donde todo vale. Al ignorar nuestro núcleo más íntimo, destruye la interioridad. Y al desacralizar la naturaleza, convertida en mero objeto de explotación, nos desconecta de la vida. Al perder estas tres dimensiones, el espíritu se contrae y la existencia se vuelve intrascendente.
Me atrevería a decir que la represión de la dimensión espiritual en nuestras sociedades capitalistas no es un hecho inocente ni aislado, dado que permite a las elites políticas y económicas administrar el vacío de la población, entre otras formas para estimular el consumo compulsivo de bienes y servicios.
-El aumento del consumo de drogas, alcohol, psicofármacos, indica la búsqueda desesperada ante tanto vacío.
-Efectivamente. Cuando el individuo pierde el anclaje en lo espiritual necesita llenarlo con las cosas, sean psicofármacos, drogas… Es una sociedad donde los individuos buscan fuera lo que les falta dentro. Una proliferación de una espiritualidad laica y universal transformaría la civilización, provocaría inmediatamente un cambio cualitativo del mundo tal y como lo conocemos.
-¿Eres optimista?
-No es fácil ser optimista cuando al cambio se oponen las principales instituciones religiosas y económicas del planeta, pero entiendo que la práctica de una espiritualidad laica es el único camino viable para escapar del egocentrismo asfixiante de la sociedad actual. Los criterios de éxito y fracaso no son oportunos para juzgar esta tarea. Lo que es indudable, y he podido comprobar personalmente a raíz de la publicación del libro, es que gente de mi entorno, que rechaza ferozmente las religiones, se ha sentido liberada con la propuesta. Será una lucha contra prejuicios muy arraigados, pero tiene a su favor el hambre generalizada de sentido, de trascendencia.