Aurelio Álvarez Cortez
Fruto de su propia experiencia, Javier Melloni presenta alguno de los doce umbrales en el camino espiritual, como reza el subtítulo de su último libro, “De aquí a Aquí” (Editorial Kairós), cada uno de ellos, también, un sendero que conduce a la vida plena. Autor, antropólogo y teólogo, este jesuita estudioso de la mística se presta al diálogo para explicar, entre otras cosas, por qué todo está aquí, con minúscula, pero no somos capaces de verlo, o señalar el error de la neurociencia al confundir causa con efecto en su búsqueda de la conciencia en el cerebro. También advierte que desgraciadamente una creencia ha convertido al cristianismo en una prisión, al tiempo que observa el aumento del número de gente que muta de estado de consciencia. Y una cuestión pospandémica, cuando llegue el momento de plantear esta pregunta: ¿hemos aprendido algo?
-¿Qué debemos entender cuando afirmas que “todo está aquí pero somos incapaces de verlo?
-Hay un aquí evidente, pero es una fracción pequeñísima de lo que hay, que también somos. El gran problema de Occidente, en parte, es haber reducido la consciencia o bien a los sentidos o bien a la mente. Existen otras formas de consciencia en nosotros mismos y en todos los seres, que cuando uno se va abriendo a ellas, se va ampliando el aquí de ese Aquí.
-En sus estudios, la neurociencia busca en el cerebro la consciencia, previendo que se encuentra en este órgano.
-El problema de la neurociencia es que confunde la causa con el efecto. Las investigaciones científicas son importantísimas, como es conocer cómo funciona el resorte de nuestras conexiones neuronales. Mientras estamos en nuestro cuerpo la consciencia pasa por el cerebro, por supuesto, pero el cerebro solo es el transmisor, como una radio.
El problema de nuestra ciencia, de la cultura, de nuestra civilización, es haber convertido todo en objeto, cuando en verdad somos sujetos. Y esa conversión cognitiva, e incluso afectiva, cambia totalmente nuestra relación con las cosas. El cerebro no puede referirse a sí mismo porque está incluido en lo que está investigando; no tiene espacio (distancia, perspectiva).
Entonces nos debemos retraer. Así entramos en el campo de la consciencia, que es superior al campo de la mente, de los sentidos y las emociones, porque parece que la alternativa al pensamiento es el mundo emotivo y también estas pueden ser aguas pantanosas de un gran naufragio al seguir implicados en ello.
Debemos retraernos a lo que en ciertas tradiciones se llama el Testigo. Incluso podemos ir más allá del Testigo, porque está todavía autorreferido.
Vale la pena profundizar y atravesar, como la paradoja del título del libro. Por un lado, es “de aquí a Aquí”, con doce umbrales por cruzar, y al mismo tiempo un camino que permite dar de pronto un giro de 180 grados en el mismo instante, cuando se abre a Algo.
-Llegar a ser sujetos es la clave de nuestra libertad. ¿Esta afirmación tuya es una referencia indirecta a la sombra junguiana, como concepto psicológico?
-No únicamente. Depende de qué entendemos por psicología. Si nos referimos a un cierto reduccionismo del psiquismo humano como la personalidad, como mecanismo puramente de supervivencia o gestor de nuestra identidad, pues tenemos un tipo de psicología.
Pero si entendemos el nombre original de la palabra, psyché, se trata de la ciencia del alma. Entonces, ¿dónde termina el alma y empieza el espíritu? Como cada momento tiene su razón de ser y cada investigador o pensador hace una aportación, hay que tener la capacidad de acogerlas todas, integrarlas según el lugar donde uno está.
Freud hizo unos aportes y para eso necesitó rechazar el ámbito trascendente, espiritual, porque invadía demasiado su territorio. En cambio a Jung, con otro tipo de experiencias, le quedó corta la cosmología freudiana y rompió con su maestro. Esta situación les causó a ambos un gran dolor y necesariamente tuvieron que apartarse uno del otro.
Freud tiene su palabra, Jung la suya, Maslow también, etcétera, y es increíble el espectro de la consciencia, según cada cual es un reflejo.
-¿La distinción más determinante de los seres humanos no es entre creyentes y no creyentes, sino entre seres abiertos y seres cerrados?
-En teoría, las creencias religiosas son oberturas a la trascendencia. Para eso surge la religión, que es como una brecha, una grieta que se produce en una comunidad a través de alguien con condiciones de fundador. Pero toda religión, desgraciadamente, tiene el peligro de quedarse encerrada en sí misma. Creencias que se convierten en vehículos de cerrazón y dogmatismo, un gran equívoco.
Por otro lado, hay gente muy despierta espiritualmente que no cree en nada en concreto porque esas creencias constriñen el infinito, y el infinito no se puede circunscribir, pero sí insinuar, dibujar a través de múltiples caminos. Entonces el rechazo de las creencias no es para nada un rechazo a la trascendencia.
La creencia puede ser lo contrario a la trascendencia porque me aferro a la creencia como un fetiche, como un ídolo, y consigue lo opuesto de lo que pretende.
-Ya que citas a los fundadores de religiones, hablemos de Jesús de Nazaret. Él dice que “a quien tiene se le dará más y a quien no tiene se le quitará”. Parece un koan.
-Es un koan. Las parábolas del Evangelio son los koan zen, sin duda, absolutamente. Son cambios de nivel, desde la paradoja, que interrumpen la linealidad de lo evidente para abrir a otros significados. Koan y parábola tienen la misma intención de ruptura del nivel cognitivo o de conciencia.
Jesús dice que quien está abierto lo recoge todo, y cuanto más recoge, más recorre, más material tiene para comprender, para indagar, para amar. En cambio, el que está a la defensiva, por querer preservar su territorio, su vida, se va encogiendo, perdiendo, y no tiene nada porque ese mismo deseo de control lo aparta de la vida.
Jesús fue el gran sí a la Vida, vino a traer vida y vida en abundancia. Y desgraciadamente una creencia ha convertido al cristianismo en una prisión. Es el drama de las religiones, gracias a Dios con una gran cantidad de fugas y grietas por todas partes para liberarlo.

-¿El silencio es ausencia del ego, en uno mismo y en la sociedad entera?
-Estamos llegando poco a poco a Aquí… Tengo la sensación, creo compartida por mucha gente, de que en los últimos diez años muchos están mutando de consciencia. Esta mutación se relaciona con el descubrimiento del silencio como el gran lugar originario y transformador del sentido y de la autocomprensión.
Es una tarea personal pero no individual. Estamos en esta sociedad donde el individuo es una autorreferencia aislacionista y competitiva, a costa de apartarse de los demás. En cambio, la persona, única e intransferible al mismo tiempo, es radicalmente relacional. No existimos sin los demás.
El silencio no puede ser solo individual, es personal y colectivo a la vez. La experiencia del confinamiento los tres primeros meses del año pasado fue un susto fuerte, pero al mismo tiempo una sorpresa. De pronto, nuestras ciudades se convirtieron en monasterios silenciosos. ¡Qué maravilla!… y qué pavor para quien confunde el silencio con una prisión o un campo de concentración. Es verdad que no lo elegimos…
El silencio es una condición de posibilidad para el acceso a nosotros mismos y a lo que vivimos, desde un lugar totalmente virgen, abierto. Un grupo, una sociedad que es capaz de silenciarse para escuchar tiene una posibilidad de creatividad.
¿Pero qué estamos haciendo? Tenemos una enfermedad grave, continuamente programamos y evaluamos. Vamos siempre adelantándonos o retrasándonos, y el presente desaparece porque no confiamos en la Vida. Por supuesto que hay que prever cosas, por eso ha evolucionado el lóbulo frontal, pero no solo somos previsión.
Atrapados entre el futuro y el pasado, nos queda el instante pero no el presente. El instante es un consumo de pastillas que nos queda entre el pasado y el futuro, mientras que el presente los abraza desde la plena consciencia del Aquí y el Ahora.
-A parecer, en tu opinión, nos encontramos ante una gran oportunidad de dar un salto colectivo. Aunque personalmente pienso que lo vamos a desaprovechar, ¿lo daremos?
-La gran pregunta pospandémica será qué hemos aprendido por el camino o si tenemos la oportunidad de aprender antes de lo que lo olvidemos.
Ha pasado algo inédito que no hubiéramos imaginado jamás: el gran coloso, el mundo, se detuvo durante tres meses. ¡Increíble! No pasaban aviones ni había coches, como una película de ciencia ficción. Lo que parecía imposible ha sido posible, y la reacción de la población en conjunto fue muy positiva.
Ahora bien, ha habido una adaptación, no una transformación, porque no vamos a cambiar en un año la dirección que llevamos desde hace doscientos años, a partir de la Revolución Industrial, como mínimo, cuando Occidente empezó con la locura que se llamó capitalismo.
Está claro que ha sido una locura entre producción y consumo. Hay una absoluta relación entre una actividad que necesita compulsivamente producir cosas para consumirlas del mismo modo, y que simultáneamente da más energía para seguir produciendo. No hemos salido de ahí y quedan expulsados del sistema los desocupados, los enfermos, con toda la crueldad que ello significa y a costa de la depredación de los países del Tercer Mundo.
Lo bueno de la pandemia ha sido la conciencia sobre la real interdependencia de los seres humanos y el resto de seres vivientes. Todos estamos implicados. Al haberla padecido, porque nos hemos detenido realmente, algunos familiares han muerto o nosotros mismos tuvimos una grave enfermedad, sabemos que esto va en serio. Esta detención no ha sido para todos igual, porque ha habido un 30 por ciento, como el personal sanitario, escolar y de servicios mínimos, que tuvo mucho más trabajo y este silencio no lo ha experimentado.
Me sorprende que nadie hable de lo que le ha sucedido mientras estuvo enfermo. ¿Qué experiencia hemos tenido con la falta de respiración? Deberíamos estar más agradecidos por lo bien que respiramos cuando estamos sanos. Lo mismo ante la pérdida del olfato y el gusto… Pero si hace tiempo que hemos perdido el olfato y el gusto porque tragamos y devoramos sin saber qué estamos comiendo. ¿No es así? La oportunidad es esa, podemos realmente recuperarnos agradeciendo.
Todo esto tiene que ver con el silencio, porque el silencio es una amable detención que abre espacios nuevos ahí mismo donde estábamos. Amable detención pero no fácil, porque cuando entramos en el silencio con mucho ruido en nuestro interior, de pronto el silencio no aparece. Tengamos la paciencia y la confianza de perseverar. El silencio, ante el ruido, abre muchos espacios internos que se pueden ir atravesando. Se va espaciando… La espaciosidad es otra palabra que me gusta mucho; la espaciosidad del silencio, en contraposición del constreñimiento del ruido. El ruido nos secuestra.

-“Nada puede suceder a menos que el universo lo haga ocurrir. Si supiéramos esto tendríamos menos gasto de energía”. Es una de tus frases que me recuerda aquello que decía la abuela de un amigo, Enrique Martínez Lozano: “lo que viene, conviene… porque viene”. Nos ha caído una flor de pandemia, ¿cómo la encajamos?
-Volvemos a la primera pregunta que me hiciste, depende de qué veamos con la pandemia: ¿la detención de un trabajo urgente?, ¿la pérdida de la libertad por no poder salir a la calle? Ha sido muy dramático, por supuesto, pero ahí mismo está la posibilidad de convertirse en brecha, lo que es muro se puede convertir en umbral.
Y luego nos encontramos con el tema de la rendición. Mientras hay rebelión, negación, oposición, rabia -que es legítima y necesaria pero no podemos instalarnos ahí-, nos vamos desgastando. Si atravesamos nuestras propias reacciones con respeto, sabiendo recorrerlas, el Aquí va abriendo muchas otras posibilidades ocultas en el mismo lugar del cual queremos huir.
Para esto se requieren dos cosas: por un lado, un mínimo de distanciamiento, porque el aquí desgarra, ahoga, angustia, y así volveríamos al silencio, con ese espaciamiento respecto de lo que constriñe, y por otro, el acompañamiento de unos con otros. No podemos resolverlo todo solos, hay que tener la maravillosa humildad de reconocer que no somos autosuficientes, ¡cómo vamos a serlo!
Somos seres interrelacionados que necesitamos la ayuda de los demás porque desde nuestro propio ángulo no podemos ver. En esta cuestión también han aumentado las videoconferencias, los contactos por Zoom. Y surge otro tema: el discernimiento. Hoy día tenemos todos los menús servidos, algunos nos pueden indigestar y dañar gravemente y otros nos nutren, nos hacen crecer. ¿Cómo discernimos aquello de lo que nos nutrimos?
-Señalas también que juzgamos porque nos cuesta pensar. ¡Y tanto! En la era de Twitter nos pasamos la vida juzgando.
-Es una incontinencia verbal total. Con las redes sociales estamos enredados. A mí, más que comunicación, me suenan a embrollo absoluto. Ahí vamos saldando cosas sin ningún tipo de reflexión. Jesús no juzgaba, discernía, que es muy diferente. En el juicio hay una condena al otro y, además, la medida del juicio la pongo yo, según mis criterios. Sin darme cuenta, cuando juzgo y condeno me estoy juzgando y condenando a mí mismo, porque miro la realidad con mi rasero.
Discernir es escuchar, ¡claro que hay que discernir porque no todo va al mismo lugar! En el discernimiento no hay juicio ni condena, sino comprensión profunda de quién, qué y cómo es en ese momento, para que mi mirada y mi respuesta sean libres, la incluya y la trascienda.
En un juicio se produce una radical expulsión, eso no entra en nuestra vida y queda totalmente desperdiciado. En los juicios no hay vida.

-Confundimos información con conocimiento y conocimiento con sabiduría.
-Es otra tríada que me gusta recorrer. Es cierto que la información ha posibilitado un tipo de interconexión y de rapidez también cognitiva, que permite hacer unas asociaciones que antes no creábamos. En un momento de hiperespecialización, la información permite la interdisciplinaridad y de ese modo realizar conexiones que de otra forma es imposible.
Hay un tiempo para la información. El problema es que convertimos la información en un dogma, en un oráculo, nos sometemos a lo que nos digan con un espíritu crítico mínimo, y acabamos escuchando lo que nos gusta y no escuchando lo contrario. Por lo tanto, ¿qué información vamos a obtener si ya está filtrada por nuestra preferencia?
Tanta información no da tiempo para asimilarla, que como resultado sería el conocimiento. Ese conocimiento muy superficial está hecho de capas que se van sucediendo sin sedimentar, lo cual está lejísimo de la sabiduría. Por eso es necesario que aparezca el silencio. Para que la información se convierta en conocimiento se necesita silencio.
Y para que el conocimiento se convierta en sabiduría se necesita más silencio. Entonces lo que es exterior se convierte en algo interior. Yo estoy implicado en lo que conozco, y conociendo voy connaciendo, una preciosa etimología entre conocimiento y connacimiento. No conozco algo verdadero si no nace en mí y si yo no nazco en ello.
Como dijimos al comienzo, nuestra sociedad convierte las cosas en objeto, en instrumento, en algo que se pueda manipular. ¿En la información dónde estamos? En el conocimiento empezamos a estar nosotros porque empezamos a connacer en aquello que interiorizamos. Lo hacemos más nuestro, más verdadero, somos mucho más ponderados en lo que decimos, y ese es el inicio de la sabiduría.
-¿Por qué afirmas que los místicos nos liberan?
-Porque no saben, y ese no-saber no es el de la necedad. El necio no sabe creyendo que sabe y entonces es terrible, no hay manera de autocuestionarlo. Por el contrario, el místico y el sabio son los que sabiendo dicen que no saben, realmente no saben. Porque aquello que pueden saber no es más que un principio, un atisbo, una ráfaga, un instante de algo inacabable que es el misterio mismo de la Vida.
El silencio, la poesía o la locura del místico rompe todos nuestros estereotipos, patrones y personajes, y le permite decir que el rey está desnudo, a riesgo de que le corten la cabeza. ¿Quién se atrevería a hacerlo sino alguien que está libre de sí mismo y no le importa que le corten la cabeza porque hace tiempo que no la tiene?, la cabeza con la que solemos pensar la mayoría de las cosas y que nos hace vivir en esta repetición de lo de siempre… Hay que ser muy libre para tener otra vida.
El místico no es ni un cínico ni alguien que se cree superior; es profundamente compasivo y amable con la necedad del resto del mundo y la suya propia. La compasión del místico en una sociedad dura como la nuestra. Podemos equivocadamente atribuir al místico la arbitrariedad de quien se cree más de lo que es, pero él sufre el mal porque lo hace suyo y, al mismo tiempo, lo sabe interpretar con mejor perspectiva cuando los demás no tienen esa libertad que él sí posee.
-Actualmente hay una búsqueda frenética de la felicidad. Huimos del dolor sin darnos cuenta de que está ahí. Y tú dices que el dolor es un umbral que debemos atravesar.
-El dolor es una información radical que está inscrita en la reacción del dolor físico, psíquico, mental. La vida nos lo ha puesto en nosotros. Es una alarma de que estamos rozando lo que atenta contra la vida, ¿cómo vamos a huir de eso? Al evitarlo, nos alejamos, tenemos menos espacio para escapar y finalmente cada cual tiene su oportunidad. El dolor es una grandísima oportunidad.
-¿Qué diferencia existe entre conciencia y consciencia?
-La conciencia tiene que ver más con la escucha moral de las cosas, del bien y el mal, decimos “una persona con buena conciencia”, como valoración. La conciencia clasifica. En cambio, la consciencia no clasifica, atiende. En esa atención se revela el significado de lo que está, sin ponerle nosotros una etiqueta antes de lo que signifique. La consciencia no pone etiquetas, escucha.
Hay un tiempo para cada cosa, para la conciencia y para la consciencia.
La consciencia tiene que ver con este otro modo de estar ante las cosas que no es mental, sino integral. Una percepción integral de lo que estoy viviendo, no valorando, porque la valoración ya es una intromisión o una reducción mental: conviene/no conviene, está bien/está mal.
La conciencia está referida a un ego, a un marco cultural, social o religioso que lo circunscribe. La consciencia tiene que ver con un acto puro de autopresencia y de presencia ante lo que está ante mí. La misma pureza de la percepción da su sabor, sin tener que marcarlo yo, sin etiquetarlo.
-¿Solamente a través de la consciencia puedo entender que todo es perfecto tal cual es?
-Efectivamente. En la conciencia decir esto resulta una barbaridad, porque distingue entre bueno y malo, etcétera, pero un nivel no anula el otro. Cada cual debe escucharse en qué nivel está de su percepción de la realidad para que ese abrazo de la conciencia no ataje y no se salte procesos de discernimiento en la dualidad, que también son necesarios.
Solo se puede decir “todo es perfecto” desde la consciencia, no de la conciencia.
Si quieres ver el vídeo completo de la entrevista a Javier Melloni, aquí lo tienes.