Con el corazón cálido y la mente serena

Cuatro habilidades para cultivar y enfrentar tiempos inciertos y velozmente cambiantes. La propuesta del psicólogo Claudio Araya Véliz

Aurelio Álvarez Cortez

Junto con su colega Gonzalo Brito Pons, el psicólogo chileno Claudio Araya Véliz es autor de “Corazón cálido, mente serena”, de Editorial Sirio. Docente universitario, formado en programas de mindfulness (MBSR y MSC) y autor de varios libros, explica cuáles son los cuatro estados psicológicos, o moradas, según la tradición budista, que “si uno los cultiva, tienen la capacidad de crecer, florecer e incrementarse significativamente”, para nuestro propio bienestar y el de quienes nos rodean.

-Claudio, ¿qué y cuáles son los cuatro estados inconmensurables de la mente, las cuatro moradas sublimes?

-En la tradición de mindfulness no se conocen mucho. Es una enseñanza no tan conocida, que se ha desarrollado hace más de 2.500 años y que conforma parte de la psicología budista proveniente de la tradición hindú, los Brahmaviharas.

Recientemente ha habido mayor interés por ellos en el mundo occidental, en la ciencia. Son cuatro estados psicológicos, o moradas, como decías, que si uno los cultiva, tienen la capacidad de crecer, florecer e incrementarse significativamente. Con Gonzalo (Brito Pons, coautor del libro) nos gusta decir que son habilidades que podemos regar en la vida.

Ellas son la ecuanimidad, la alegría empática, el amor y la compasión. Decir que son inconmensurables puede sonar algo muy grande, pero en realidad tienen un sentido bien concreto que se refiere a que no tocan techo, porque si uno las cultiva no paran de crecer nunca. Un ejemplo sencillo es el amor a un ser querido, que se renueva si uno lo va cultivando.

-Al vivir en una sociedad líquida, ¿cómo podemos explicar que la experiencia humana también es inconmensurable?

-Es muy interesante que, como seres humanos, nuestra experiencia es inconmensurable, nuestra vida lo es. Por más que tratamos medirla, encasillarla, encuadrarla, la vida no tiene marcos o reglas predefinidas.

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Ninguno nace con un manual sobre cómo debe vivir y, sin embargo, pasamos mucho tiempo intentando ponerle una estructura. Esto es inevitable, y en algún sentido está bien, pero no tenemos que olvidar que la vida misma es un misterio, una aperturidad.

No sé cómo estaremos, tú y yo en cinco o diez años más, y esa es una cualidad muy interesante de los seres humanos. Un gato no podrá ladrar como un perro en cinco o diez años, en cambio tú o yo podremos estar en otro lugar del mundo, aprender otro idioma, porque depende mucho de lo que hacemos qué llegaremos a conseguir.

Ese acto de aperturidad es algo inconmensurable en nuestra dimensión humana, muy potente, porque significa que no estamos determinados, definidos, a priori. El partido no ha terminado, lo que ocurra en el futuro dependerá de lo que hacemos.

-El cuento del mulá Nasrudin que citan en el libro muestra metafóricamente muy bien cómo intentamos encasillar la vida…

-Sí, dice que él tenía una idea de cómo es un pájaro a través de la imagen de una paloma, y de repente se encuentra con un halcón. Como no le cuadra el halcón con la paloma, piensa que a ese pájaro hay que arreglarlo. De modo que le corta el pico, las alas, hasta que se parezca una paloma, y finalmente dice “ahora sí es un pájaro”.

Le hacemos un flaco favor a la vida si la moldeamos todo el rato según nuestras ideas.

Portada de “Corazón cálido, mente serena”.

-Y por eso se origina la actitud de controlar. Ustedes plantean que con los inconmensurables mejor es indagar, explorar, amar, cuidar, desaprender, constantemente. Para fluir, tal como aconseja un aforismo chino.

-Inevitablemente tratamos de controlar, tenemos una enseñanza educativa al respecto. Desaprenderlo requiere coraje, practicar el soltar, y también confiar, confiar en que las cosas se irán dando de la mejor manera posible.

Por ejemplo, sostener un lápiz y apretarlo, intentando que no se mueva, y controlarlo, es una actitud de apego, agregando una fuerza innecesaria porque el lápiz no se moverá si dejo de apretarlo. Esta actitud se contrapone a la actitud de la mano abierta, en que el lápiz puede mantenerse estable, incluso si se mueve. Esa actitud de soltar, de abrirnos a la experiencia, hace la diferencia.

-Lo que expresas me hace pensar en la abundancia y la escasez. Detrás de esa actitud de control hay un temor a lo escaso, perder aquello que creo que poseo, cuando la vida es todo lo contrario: abundancia, constante renovación y cambio. O nos adaptamos o tendremos un gasto de energía innecesario. Nunca poseemos nada.

-Podemos gastar mucha energía, la vida entera, tratando de mantener el control, guiados por una orientación de miedo, de escasez, de tratar de conservar lo que poseemos. Todos tenemos un poco de esto, y es natural, pero al mismo tiempo la vida es muy incierta, no controlamos nada.

Las cosas pueden dar un giro de un momento a otro. La vida tiene un guion propio, mientras que nosotros tenemos un guion parcial. Gonzalo dice que “si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes”.

-¿Aquí la ecuanimidad es un recurso muy eficaz?

-La ecuanimidad es fundamental como actitud a cultivar ante la incertidumbre. Y cuidado, ecuanimidad no significa pasividad, estar desinvolucrado de la vida, sino mirar en perspectiva. En este contexto, ecuanimidad procede de otra palabra, upeksa, que significa “mirar desde arriba”.

Las cosas que nos ocurren son transitorias, pasajeras, van cambiando, y pocas están bajo nuestro control, mientras que otras muchas no lo están. Tener esta perspectiva ayuda a tomar decisiones más sabias, más saludables, sin sobreidentificarnos ni sobrereaccionar, y al mismo tiempo y, en el marco de lo que podemos hacer, tomar acción. No nos quedamos inmóviles.

Me gusta la metáfora de “surfear las olas”. No puedo evitar lo que viene, parar las olas, pero sí puedo aprender, dentro de mis posibilidades, a hacer algo con lo que está ocurriendo. Y aquí la ecuanimidad juega un papel central. Tomar perspectiva, ser conscientes de que hay espacio, que no estamos condenados a reaccionar. Incluso podemos elegir en condiciones muy difíciles el modo en que nos relacionamos con la situación que se presenta. Esto también hace una gran diferencia.

-Otro concepto que planteáis es que vivir es un acto constante de autocreación. Hubo, hay, cierta idea “victimista” acerca de que la genética nos determina, junto con lo social…

-Tendemos a simplificar la vida, buscamos modelos para explicar su complejidad, y buscamos razones y causas únicas. “Yo soy así por mi pasado”, por ejemplo. Pero en realidad la vida es multicausal. Hay razones que vienen de nuestra historia, razones contextuales, como la pandemia que nos cambió todo, de algún modo. Y también somos seres en apertura.

Esos factores hacen que seamos seres en autocreación continua, y esta no solo depende de nosotros: somos una creación constante en cocreación con los demás, que abre posibilidades.

Hay mucho riesgo al comprarnos una historia unívoca. Todos tenemos una historia con la posibilidad de crear nuevas historias más amorosas, más comprensivas, más fraternas, junto con otros para hacer frente a lo que viene. No estamos cerrados, somos aperturidad.

“No puedo evitar lo que viene, parar las olas, pero sí puedo aprender, dentro de mis posibilidades, a hacer algo con lo que está ocurriendo”.

-Tuvimos una muy buena oportunidad, ya que la citas, pero la dejamos pasar de largo.

-Fue un tremendo remezón para todos, a nivel personal y social, pero hay patrones de comportamiento que regresaron, muchas cosas que las volvimos a hacer como antes de la pandemia. No cambió el sistema. A nivel personal sí: gente que cambió su estilo de vida, que se fue a vivir fuera de las grandes urbes, pero colectivamente no. Sin embargo, vendrán nuevas oportunidades.

La pandemia fue muy dura para mucha gente. Hubo mucho dolor, pérdidas humanas. Lo que queda por delante es cultivar a nivel personal, relacional, social, ciertas habilidades que nos ayuden a vivir más consciente, amorosa, fraternalmente. Se puede. Hay un riesgo si se la plantea como una utopía macro, hay que dar pequeños pasos. Veo mucha gente haciendo cosas muy valiosas.

-Eduardo Galeano, al que también recuerdan en una de frases, dijo “estamos hechos de historias”. ¿Qué nos contamos? ¿Sabemos contarnos buenas historias?

-Nuestras historias nos definen. Por suerte, no estamos condenados a ellas, podemos buscar nuevas historias, rescatar lo mejor de ellas.

Yo nací en la actual Chuquicamata, un pequeño pueblo del norte de Chile donde hay una mina de cobre muy importante. Su nombre era Los Hundidos Reformados y la población situada al frente se llamaba Descubridores de América. Y pienso, bromeando, “ahora sé por qué estudié psicología” (risas)… tenía que encontrar una explicación. Si me creo esa historia, soy un “hundido reformado”. Viví ahí mis primeros cinco años. Afortunadamente, no sabía leer. No estoy condenado a ser un hundido, eso no me identifica.

Tenemos que buscar narrativas que nos den esperanza y nos hagan vivir plenamente. No una esperanza utópica, sino una vida más fraterna. No lo digo como un ideal, lo he vivido. Admiro mucho a amigos, colegas, argentinos porque tienen esa fraternidad a flor de piel. Esos son recursos a los cuales podemos echar mano en cualquier momento.

Como dice Galeano, no estamos hechos de átomos sino de historias, y esas historias las podemos ir construyendo entre todos.

Una cita de Víctor Hugo que aparece en “En defensa del altruismo” (de Matthieu Ricard) dice: “No hay nada más poderoso que una idea a la que le ha llegado su tiempo”. Estamos en un tiempo de transición donde necesitamos tener una mirada de humanidad compartida, y el libro (“Corazón cálido…”) apunta a ello, para afrontar ahora los grandes desafíos que se presentan.

-Un recurso que proponen como eje central para conseguir y desarrollar esas habilidades inconmensurables que has mencionado es el mindfulness. Y afirman que para practicarlo no es necesario “cortarse la cabeza”. ¿Qué significa?

-Una comprensión caricaturesca del mindfulness es creer que con él se alcanza un estado en el que tú no tienes que pensar nada. Incluso hay un malentendido muy grande como lograr una mente en blanco, cuando en realidad es imposible conseguirlo. Caemos en una falacia de un ideal inalcanzable.

Todos somos seres pensantes. Ser humano implica, neurobiológicamente, tener un neocórtex, pensar, proyectar, recordar la historia. Pensar es una gran capacidad: nos permite tener cultura, conversar… otros animales no pueden hacerlo porque no tienen el neocórtex desarrollado.

Mindfulness implica establecer una relación más saludable con nuestra mente y el cuerpo. Eso significa ser conscientes de que tenemos esta mente que piensa, proyecta, y en este sentido para practicar mindfulness no es necesario “cortarnos la cabeza”.

Paul Gilbert, creador de la Terapia Focalizada en la Compasión (CFT), afirma que los seres humanos tenemos puesto un casco de realidad virtual que no nos podemos sacar. Así como no elegimos tener dos manos y diez dedos al nacer, simplemente nacemos con ellos, tampoco elegimos nuestro cerebro. Debemos aprender a relacionarnos con él porque nos puede hacer sufrir.

Hay un dicho zen que expresa que no hay peor enemigo en el mundo que una mente no entrenada y no hay mejor amigo en el mundo que una mente entrenada.

Mindfulness implica establecer una relación más saludable con nuestra mente y el cuerpo. Eso significa ser conscientes de que tenemos esta mente que piensa, proyecta, y en este sentido para practicar mindfulness no es necesario “cortarnos la cabeza”.

Mindfulness es una habilidad fundamental para reconectar con la vida. Porque podemos irnos en esta realidad virtual, de nuestros pensamientos, y perdernos allí. Mindfulness nos trae a casa, a este momento.

Francisco Varela, un neurobiólogo chileno fallecido en 2001, fue uno de los impulsores de este movimiento junto al Dalái Lama. Al definir qué es mindfulness dice que nos trae de nuestras lucubraciones abstractas y teóricas para encarnarnos en la experiencia viva del momento presente.

Sin embargo, nuestra mente se va, como una cometa: se va y la traigo, se va y la traigo… No podemos evitar que se vaya. La vida vivida como una cometa sin destino es muy sufriente.

Thich Nhat Hanh hablaba de volver a casa, decía que estamos a tres respiraciones de distancia de nosotros mismos. Y vaya si es cierto. En nuestra experiencia podemos traernos a casa. Lo viví cuando empecé a practicar meditación. Regresar a casa, a un refugio, ahí tenemos una vida de mayor calidad, algunos la llaman “con mayor definición”, lo contrario de vivir en nuestros pensamientos, una vida muy sufriente.

-Quizá la libertad radical sea tomar distancia de lo que pensamos.

-Sí, tomar distancia, pero viviendo; no desconectarse sino observar los pensamientos, verlos como tales y no como la realidad.

Una cita muy divertida de un futbolista chileno, Carlos Caszely, lo ilustra muy bien: “No tengo por qué estar de acuerdo con lo que pienso”. Ahí está esa distancia.

-¿Qué es la mente del principiante?

-Como decíamos antes, es volver a conectar con la vida que está ocurriendo momento a momento. Poder saborear y estar en esta vida. Por ejemplo, nosotros dos nunca habíamos vivido este instante, a pesar de que hemos tenido una conversación anterior. Este momento es nuevo, fresco, y aquí es donde la mente es de principiante. Todos tenemos esta capacidad. Como dice Thich Nhat Hanh, todos somos Buda a tiempo parcial. Nadie lo tiene completamente, lo tocamos pero se nos va, estamos aquí pero nos vamos al futuro, al pasado…

Y está bien. No se trata de vivir una dictadura del presente, no agreguemos esa carga, pero sí cultivemos, como un jardinero, cada vez que nos acordemos, esta mente de principiante.

-¿Qué es la alegría empática?

-Es otro de los inconmensurables. En este contexto significa alegrarme por el otro, ampliar mi horizonte de alegría. No solo me alegro por mis logros, sino también por el de otros. Si a ti te va bien, me alegro; si estás contento, yo también me pongo contento. En un sentido profundo, es una alegría que no solo se corresponde con conseguir cosas. Tiene que ver con un estado, alegrarnos con el proceso, reconocer que el otro es un legítimo otro, como dice Humberto Maturana. No se trata de alguien que está ahí para mis intereses o motivaciones personales, sino como dignamente en propiedad.

La alegría empática también la podemos cultivar. Adoptar esta perspectiva multiplica las posibilidades de alegrarnos. Porque si me alegro por lo que me pasa a mí tengo un espectro de alegría, pero si además agrego la alegría tuya amplío un poco más la mía, y aún más si lo hago con la alegría de mis vecinos, mis compañeros de trabajo, mi barrio, mi país, el mundo… y se vuelve inconmensurable.

A veces creemos que cuando al otro le va bien, no me siento bien o incluso siento celos, envidia. Esta es una reacción porque tengo la ilusión de que, si al otro le va bien, a mí no me irá bien. En realidad, si al otro le va bien quizá me afecte positivamente en un mediano o largo plazo. Incluso con personas difíciles, porque si les va bien, me joderán menos también, visto egoístamente. Por eso cultivar la alegría empática es cultivar un antídoto contra la envidia y el egoísmo. Hay prácticas concretas de alegría empática.

-¿Cómo podemos entender el amor en un contexto espiritual?

-Sobrepasa el marco del amor romántico, que también puede ser muy sufriente, y lo puede incluir. Desde esta mirada, el amor se relaciona con el bienestar y la dicha ante la presencia de los otros. Se conecta con la alegría. De hecho, la palabra amor en sánscrito proviene de amistad, gozo por el otro, cariño, fraternidad. Un ejemplo es el amor a un hijo, es una dicha. Lo podemos sentir por nuestros seres queridos y también por otros, e incluirnos a nosotros mismos.

“Cuando reconocemos que el otro es un ser sintiente igual que yo, surge esta compasión de querer que no sufra y hacer algo para conseguirlo”.

-¿Y la compasión, lejos de una mirada condescendiente?

-Es cierto que la compasión en la cultura moderna se ha entendido como lástima, en una relación asimétrica. Se dice “pobrecito” a quien va dirigida esa compasión y si alguien se compadece de nosotros, no nos gusta porque sentimos esa asimetría.

En este otro contexto espiritual es muy distinto. Se entiende como el anhelo de que no sufra el otro y buscar los medios hábiles para que deje de sufrir.

Chris Germer (creador del programa Mindful Self-Compassion – MSC) dice: “Cuando el amor se conecta con el sufrimiento se transforma en compasión”. Es este mismo amor del que hablamos antes, de querer lo mejor para el otro cuando lo está pasando mal. El anhelo, la intención, y a veces la acción, de buscar aliviar el sufrimiento, no porque el otro sea más o menos que nosotros, sino porque el otro es igual que nosotros.

Y Pema Chödrön expresa que la compasión nace de ver al otro como un hermano, ahí aparece la humanidad compartida. Cuando reconocemos que el otro es un ser sintiente igual que yo, surge esta compasión de querer que no sufra y hacer algo para conseguirlo. A veces lo logramos y a veces no, pero siempre tenemos la capacidad de cultivar esta intención compasiva.

-¿Es posible mantener la calma cuando todo está fuera de control?

-Sí puedo hacer algo conmigo. Cada vez que nos sentamos en silencio y no reaccionamos, cada vez que privilegiamos ser amables en vez de responder con una cachetada, cada vez que elegimos no competir y colaborar, estamos actuando como bodhisatvas. Todos somos un poco bodhisatvas o podemos serlo en un mundo en llamas. Podríamos fundar la “asociación de bodhisatvas anónimos” (risas).

Somos parcialmente, no todo el tiempo, bodhisatvas en un mundo en llamas. Podemos elegir sumarnos a las llamas y destruir o podemos elegir ser bodhisatvas anónimos, que hace una diferencia para otros, pero especialmente para nosotros mismos. Somos los primeros beneficiados, nuestra familia, los amigos también. Y aunque el mundo se queme, no lo sabemos, la respuesta más profunda que podemos dar es cultivarnos como bodhisatvas en comunidad.

En Instagram: @claudio.araya.veliz

🠋 Aquí puedes ver la entrevista completa en nuestro canal de Youtube.



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