El conflicto de la mala bondad

“Cuando te olvidas de ti, tenemos un problema”, dice el psicólogo Xavier Guix, autor de “El problema de ser demasiado bueno”

Aurelio Álvarez Cortez

Están las personas buenas, también de las otras, pero nos podemos encontrar con aquellas que, creyendo ser lo primero, contentan a todo el mundo, menos así mismas. “Cuando te olvidas de ti, entonces tenemos un problema”, afirma Xavier Guix. Este psicólogo experto en psicopatología clínica, especialista en comunicación y procesos de autoconocimiento y psicoespirituales, ha publicado numerosos libros, entre ellos “El problema de ser demasiado bueno”, publicado por Arpa, y entorno a este tema hablamos con él.

-¿Qué significa la mala bondad, Xavier?
-Está en aquellas personas que se dedican a los demás o que dan mucho hacia afuera, que son buenas con todo el mundo menos con ellas mismas. Es decir que, por ser buenas, acaban perjudicándose. Y eso no debe ocurrir.
Una cosa es que tú priorices al otro, pero sin dejarte de tener en cuenta a ti. Cuando te olvidas de ti, entonces tenemos un problema.

-Hobbs decía que el hombre es el lobo del hombre y otro pensador como Jean Jacques Russeau expresaba que el hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe. ¿La bondad puede ser innata, se aprende…?
-Nacemos para realizarnos. En nosotros está la semilla que tiende a desarrollarse absolutamente en toda su plenitud. Y ese es un acto bueno, un acto de bondad, de crecimiento, desde la máxima esencialidad posible, que es el bien o la bondad.
Estamos orientados hacia la realización. Nacemos para el bien, otra cosa es que, por el camino, efectivamente, a veces las relaciones, la sociedad, las circunstancias, las cosas que nos suceden, hacen que rompamos con el crecimiento de esas semillas, que caigan quizás en un lugar donde no pueden crecer bien.
Pero si buscamos qué hay en la raíz, veremos que está siempre una tendencia a la máxima expresión, a la máxima realización. Por lo tanto, el ser humano no puede ser malo.

-El tema de la bondad comienza a cultivarse en la infancia. Los padres dicen “pórtate bien”, “sé un buen niño, buena niña”. ¿Se confunde bondad con obediencia?
-Claro. En las navidades o Reyes cuántos niños no han recibido el mensaje de “pórtate bien que si no los Reyes te traerán carbón” o “Papá Noel no te traerá nada”. Es decir, esa amenaza continua de que el resultado se mide por la capacidad de obedecer.
Desde pequeños estamos elaborando lo que llamaríamos el sentido del deber. ¿A qué me debo? ¿A quién me debo? Entonces, una clave importantísima es indudablemente darme cuenta de hasta qué punto yo me he adherido, consciente o inconscientemente, a tener un sentido del deber que me hace que no pueda dejar de cumplir con mi deber.
Cuando incumplo, desobedezco o transgredo de algún modo esos principios de obediencia que habían sido dados como expectativa desde fuera, entonces me siento mal y culpable.
Tenemos que aclarar que el deber no es que no tenga que existir, sino que el deber siempre parte de uno mismo. ¿Cuál es el primer deber que tengo conmigo mismo? El deber conmigo mismo es un deber con mi interioridad y con los principios con los que yo quiero gobernar mi vida. Son decisiones que yo tomo, son aspectos que yo decido.
En cambio, la obediencia de la mala bondad es algo que siempre viene de fuera. El jefe que me manda, mis hijos que me mandan, mi familia que me manda, sí, todo el mundo me manda y obedezco. Me paso la vida obedeciendo lo que los demás esperan de mí.
Ahí tenemos el gran conflicto con la mala bondad: me pasó la vida no siendo yo, solo siendo lo que los demás esperan que yo sea.

-Alguien podría afirmar que eso depende de las circunstancias.
-Creo que no. Fíjate que uno de los principios de la mala bondad justamente consiste en la imposibilidad de dejar de ser bueno. Cualquier circunstancia en la que yo dejo de ser bueno visto por los demás, en la que no estoy haciendo lo que debo, en la que estoy transgrediendo de algún modo lo que se espera de mí, me hace sentir mal, sea cual sea la circunstancia.
 Evidentemente siempre hay excepciones, pero por lo general lo que invade a la persona buenista es la sensación de que su actitud debe ser así en todos los ámbitos.

-Hay una cuestión, y lo dices bien en cuanto a la bondad: estar conectado o desconectado con llámese Dios, la Fuente, el Amor o como se lo quiera denominar.
-Una forma de despertar es descubrir cuál es tu naturaleza más profunda. Es una tarea de interioridad que ocupa buena parte de la vida en la que puedes utilizar diferentes metodologías, o seguir caminos espirituales, para que te ayuden a ir descubriendo ese yo superior, qué es esa naturaleza profunda, qué es esa alma inspirada por el espíritu. Le podemos poner muchos nombres.
Desde luego, no se trata de ese yo que creo ser, que solo es una coraza, una carcasa, cuando en realidad mi naturaleza es otra.
También hay personas que transitan un camino más filosófico, basado en valores, en ciertos principios que guían en la vida. Esos valores le dan sentido a mi vida y me acojo, me mantengo y soy coherente con ellos. Eso me lleva a tener que elaborar lo que decimos desde la Grecia antigua, el carácter.
Es decir que yo debo disciplinarme, tengo que seguir unos principios, mantener mi incoherencia, y ese es un trabajo también muy interesante.
Antonio Blay, de quien soy un buen seguidor, hablaba del despertar y el vivir dormido, en línea muy parecida a la de Gurdieff. Señalaba que la gente, en lugar de vivir, sigue sus mecanismos y programaciones neuronales aprendidas desde chicos. Lo cual significa que una persona vive en automático, sin consciencia, y no es capaz de observar, intuir, y de realmente dirigir su vida. Es una persona que vive dormida. Gurdieff lo llamaba vivir como un robot.
Despertar sería estar atentos a lo que estamos viviendo, estar presentes y con consciencia plena de lo que vivimos y de lo que queremos vivir. Para que yo pueda tomar decisiones es necesario que también primero conecte conmigo, que sepa y que decida qué es lo que quiero. El punto de partida es ir hacia esa brújula interior, que es la que de algún modo me señala el camino. Sea porque lo he escogido a través de virtudes o grandes valores en mi vida, recurro a que mi vida esté dirigida por lo trascendente.
Algunos todavía no se han planteado siquiera eso. Blay se refería a la auténtica identidad, trascendiendo aquello que denominamos personaje, y Gurdieff tenía razón cuando decía aquello de que creemos que decidimos si somos libres, cuando en verdad somos mayordomos del inconsciente.

-¿Qué es el agujero de la confianza básica?
-Al nacer hay una sensación profunda de desconexión. Porque de aquella plenitud de la que venimos, aquella plenitud que es el propio ser, porque cuando uno nace es puro ser, a medida que debemos ir amoldándonos a las circunstancias, a la educación, adonde los padres nos quieren de algún modo dirigir, nos van convirtiendo en lo que ellos quieren, pero perdemos de algún modo aquello que viene en esencia con nosotros.
De modo que aquello que vamos perdiendo se va convirtiendo en un gran agujero dentro de nosotros mismos, nos damos cuenta de que falta algo.
Nos podemos pasar la vida con esa sensación interior de un agujero aquí dentro que, exageradamente, solemos llamar vacío. Hay como una tristeza. Por ser un agujero, hace que continuamente yo esté buscando la manera de rellenarlo.
Entonces me paso la vida llenando, llenando, pero no lo resuelvo porque no vuelvo al ser. No vuelvo a esa naturaleza, que es un regreso al paraíso. De algún modo, vamos sintiendo una nostalgia que es nostalgia de absoluto. Nostalgia de sentir plenitud. Nostalgia de sentirnos pues somos lo que somos, y cuando somos en esencia nos sentimos ya plenos.
Esto no lo experimentamos continuamente. En el día a día no ocurre. Estamos más cerca del agujero que, según qué momento, se convierte en un abismo de insatisfacción y buscamos incluso en las adicciones cómo rellenarlo.
Ya desde pequeñitos tenemos ese agujero, cuando nos vamos desconectando de lo que somos para convertirnos en lo que esperan el mundo, los padres, la sociedad, que seamos.

- Anuncio -

-¿Y la ley compensatoria del niño bueno al mayor resentido?
-Una persona que se ha pasado la vida dándose a los demás, haciendo todo por los demás, llega un momento que descubre, tarde y mal, que por ser tan buena no ha logrado que se le quiera más, sino que lo usen más. Y esa percepción de que al final no le salen las cuentas, le dejan un vacío absoluto, no tiene la compensación absoluta. Además, siente que le han tomado el pelo, que ha sido una ingenua, etcétera.
Todo esto hace que esa parte que ha estado reprimiendo durante muchos años, que ha escondido, de no querer desvelar su ira, su enfado, cuando se hace mayor se cansa de esta programación de estar por los demás y quiere vivir para ella. Pero para lograrlo tiene que aislarse de los demás, porque cuando está con los demás, enseguida ya le sale el programa de ser necesaria y de ayudar.
Incluso toma una actitud como resentida. Piensa que “la vida me ha fastidiado, pues ahora que os den”. Y toma una actitud de aislamiento, de cierta rebeldía, que es como decir “la última parte de mi vida la voy a vivir como yo he querido”.
Lo que pasa es que ahora ya no tiene mucho por vivir. Entonces ahí viene el resentimiento: “Ya tampoco puedo compensar mi vida”. Hay una amargura interior que hace que se tenga una mala vejez cuando no se ha resuelto bien. Así es como se cumple esta ley que acabas de mencionar.

-Sigamos con otra normativa s existencial, la del espejo o correspondencia.
-El niño bueno y el niño malo se necesitan. Cuando uno desarrolla un niño tan bueno, tan bueno, tan bueno, su inconsciente, como decía muy bien Jung, busca la compensación. Necesita también “cosas malas”, pero no en un sentido maligno.
Es simplemente el hecho de decir “bueno, también necesito que no sea tan bueno”, “necesito hacer transgresiones, tonterías, yo qué sé, cosas que me gustan”. Pero, ¿qué ocurre? Que lo tiene que hacer ocultamente, sin dejar de ser bueno externamente.
¿Es algo vivido interiormente o es algo oculto? Nadie lo sabe. Tiene una doble vida, cuando puede, se escapa y se da sus gustos. Es decir que tiene sus espacios donde, de algún modo, sacará a relucir esa parte que siempre está llamando. Sin embargo, a medida que esa parte que ha sido oculta cada vez llama más, pide su derecho a ser. “Yo también quiero desarrollarme”.
Y ahí deriva el conflicto con la persona buena. Se da cuenta de que hay una parte de ella que exige ser ella, simplemente. Entonces, uno tiene que darse permiso e ir poco a poco aceptándose tal como es, de modo que no tenga nada que ocultar. Porque sabemos que todo lo ocultado, todo lo reprimido, será proyectado.
Aquí aparece la sombra, ese reflejo en el espejo. Estoy viendo que la vida me refleja aquello que yo ocultamente tengo por aquí sin desarrollar o que no quiero que se vea.
Quizás uno de los trabajos más importantes en el desarrollo personal es el trabajo con la sombra. Si uno no acaba trabajando esa parte, esta seguirá actuando de un modo u otro, y lo hará ocultamente, pero tarde o temprano se descubrirá, con lo cual la persona tendrá un conflicto con esa parte que no ha conseguido integrar.
Consecuentemente, es un trabajo importantísimo dentro del campo del autoconocimiento, recomendable cien por cien, trabajar con la sombra. Ir descubriendo que puede durar toda la vida, porque uno se pasa la vida descubriendo sombras. Llega un momento en que ya se lo toma como con una cierta mecánica.
Cuando hay algo ahí fuera que me llama la atención, que está operando en mí, tengo que descubrir qué está ocurriendo en mí, no en el otro. Muchos se equivocan al creer “yo no soy como el otro, no tengo nada que ver”. Eso forma parte de la sombra. Si algo me irrita de otra persona, está desvelando algún aspecto que no tengo resuelto en mí y por lo tanto lo debo resolver.

-Un mandato de Jesús señalaba que hay que ser pacífico, pero no atontado ni domesticado. En otras palabras, ¿adaptarse significa, o no, someterse?
-Una de las cosas que dijo Jesús es “ama a tu prójimo como a ti mismo”, no “ama a tu prójimo por encima de todo”. Lo único que está por encima de todo, según sus palabras, es el Padre. Por consiguiente, es un igualarse. Y luego está otra famosa frase suya: “Sean astutos como las serpientes, pero sencillos como las palomas”.
Sí, una actitud vital es la actitud de ser pacífico. Ser una persona de trato dulce, que sabe adaptarse, pero eso no significa ser sumiso, estar sometido al otro.
Hay que tener también la sutileza de saber ser tú junto con los demás, y ese es probablemente el ejercicio más complicado en nuestra vida. Cómo ser uno mismo y serlo con los demás. Este para mí es el gran paradigma en el laberinto de la vida.

-En ambientes deportivos tiene mucha relevancia la idea de darlo todo.
-Primero habría que saber qué puedo dar, porque darlo todo, ¿qué significa? ¿Qué tengo para dar? Yo solo puedo dar lo que tengo para dar. Si es en ese sentido, todo lo que tengo lo doy, estupendo.
Pero siempre el punto de partida es doy lo que tengo. La medida será en función del contexto, del tipo de relación. Y hasta dónde puedes dar. Es un juego entre el dar y el recibir, una oscilación, como dicen en cábala, muy importante. Mucha gente que da, pero no tiene nada por dar, sino que lo que está dando es una espera para llenarse a través del otro, con lo cual tenemos otro problema.
Y segundo, ¿sé recibir?, porque no todo es dar. También la clave en este mundo es saber recibir. Y fíjate tú qué curioso: generalmente donde tenemos más problemas es en el recibir. Recibir un halago, una recompensa, abundancia de la vida.
Al recibir, enseguida aparece la falsa modestia, o aquel programa de “no me lo merezco”, o uno se siente como culpable o comprometido. No se sabe recibir. La vida a veces te regala. Pues, ¡recíbelo! Con gratitud, con apreciación. Nos cuesta recibir; preferimos dar, es más fácil.

-Hoy en día, lo espontáneo es súper bueno. ¿Se confunde espontaneidad con autenticidad?
-Mi maestro decía que espontáneo no es igual a bueno. Porque espontáneo también puede significar reactividad. El niño, espontáneo cien por cien, tiene ataques de reactividad. Una persona mayor que es espontánea en todo a veces no sabe controlar esa reactividad.
Antonio Blay dio una visión diferente, que también me gustó mucho. Dijo ¡cuidado!, porque a veces confundimos lo espontáneo con lo mecánico. Uno puede creerse espontáneo cuando está repitiendo lo de siempre. Hace aquella broma de siempre, repite gestos, es decir, está siendo el personaje. Y se cree que es espontáneo, pero es una espontaneidad fingida, con lo cual no tiene nada de espontáneo, sino que es mecánico.
Luego, entiendo lo auténtico como lo coherente. Es coherente en mí hacer lo que digo y decir lo que hago. De esa coherencia vamos a la autenticidad.
Pero mi maestro le daba otra vuelta de tuerca. Fíjate que esto no acaba nunca. Decía “bueno, de acuerdo, pongamos que la coherencia es como el hito más importante. Pero, ¿hasta qué punto, por ser coherente, no me permito explorar o encontrar nuevas vías de crecimiento en mi vida cuando aparecen cosas que rompen con esa coherencia?”.
Aparece un factor interesante. La exigencia de coherencia puede ser un freno para tu desarrollo personal. Cuidado con ser exigente en tu coherencia o en exigir coherencia a los demás.

-¿Cómo se cría un narcisista?
-Desde una visión un poco psicoanalítica, hay dos tipos de yoes: el yo ideal y el ideal del yo. El yo ideal es el de aquel niño que crece en un ambiente donde todo él, en su totalidad, es ideal.
Los padres lo entronizan continuamente. Le dan mensajes del tipo “tú has venido a este mundo a hacer cosas grandes”, “tú eres grande, hijo, vas a conseguir lo que quieras”. Entonces crece considerando que tiene un yo ideal, toda la persona en su totalidad es ideal. Eso le lleva hacia un camino de narcisismo probablemente muy claro. Si no aprende desde la humildad, si no aprende a resolverlo, se convertirá en una persona de un nivel de perfección, en su visión de sí misma, que no admite duda o crítica, para continuar siendo el mejor, pues es capaz de manipular, etcétera. Además, pierde la empatía con el resto del mundo, le falta humildad.
Pero, curiosamente, también hay un narcisista que juega el papel contrario. “Ay, pobre de mí, pero sí soy una hormiguita, yo no soy nadie, no soy nada”. Llama la atención continuamente hacia sí misma. Hay que protegerla porque siempre está en su drama, en su victimismo.
En resumen, tanto puede haber un ego hinchado como un ego deshinchado, pero los dos son ego. Y eso corresponde al yo ideal.
Luego está el ideal del yo. Sería el buenismo de la mala bondad. ¿Cuál es el yo que la gente espera? ¿Qué es lo que el mundo espera que yo sea? Complaciente, esforzada, perfeccionista… Como resultado, intento ser esa persona.

-Hablemos de los principios de la mala bondad, ¿cuáles son?
-Yo he establecido cuatro principios que más o menos han ido saliendo en esta charla. El número uno es el de la obediencia entendida como sentido del deber. El número dos es el mandato “pórtate bien”, que incluye una serie de guiones de vida que se esperan de ti: que te esfuerces, que seas valiente, que no llores, que te espabiles, que vayas de prisa, que resuelvas las cosas, que te esfuerces, que complazcas.
El número tres es la imposibilidad de dejar de ser bueno. Curiosamente, en la consulta cuántas veces he dicho “pero di no, ¡basta!, hasta aquí podíamos llegar”. Y la respuesta ha sido “no, yo no puedo hacer eso, me angustia solo pensarlo”.
Y el número cuatro es la ira reprimida, que es lo que hemos dicho sobre las sombras. El niño bueno va viviendo injusticias. Se va dando cuenta de que no es justo cómo lo tratan, lo que compensa, lo que ocurre en su vida. Siempre vive bajo el síndrome de injusticia y rechazo. Y llega ese momento conocido por todo el mundo que, por una tontería, no puede más y revienta, monta un pollo, y sus amistades lo miran como diciendo qué ha pasado.
“Estoy harto, no puedo más”. Pero la gente no lo entiende. ¿Por qué? Porque es desproporcionada la respuesta con lo que ha ocurrido. Con lo cual, la persona después se siente mal consigo misma: “no he sido buena”. Se siente culpable por haber montado un pollo y vuelve al redil de la mala bondad, porque es la única manera de poder estar tranquila. Esa rueda no acaba nunca.

-¿Se puede sanar, se puede resolver la mala bondad?
-Claro que sí, se puede resolver. Lo que pasa es que hay que hacer unas cuantas cositas, al menos tres o cuatro. La primera, darse cuenta. Estoy operando con un programa de niño bueno que no es mi naturaleza. Yo no soy así. Me he hecho así por el sentido del deber, etcétera.
Segunda, dejar de confundir ser bueno con hacer el bien. No se trata de ser malo. Se trata de entender la bondad en acción, la bondad en acción significa hacer el bien, y a veces por hacer el bien tenemos que ser serios. Incluso infringir alguna norma. ¿Por qué?  Porque no es justa. Y hacer el bien en ocasiones es trascender alguna de estas cosas que son un poco socialmente aceptadas. Aquí está una de las claves. El primer bien me lo debo a mí, el primero que tiene que liberarse, el primero que tiene que dejar de sufrir, el primero que tiene que hacerse bien a sí mismo y hablarse bien soy yo conmigo mismo.
Tercera cosa que se tiene que observar: ¿por qué le doy tanta importancia a los demás? ¿Por qué son tan importantes en mi vida? Bueno, los demás son importantes, sin duda, todas las personas que queremos, pero, ¿hasta qué punto?
¿Por qué soltar? Si ahora yo estuviera enfermo, si me pasara cualquier cosa, ¿cuánta gente acudiría a socorrerme, a ayudarme, a pasar un tiempo conmigo? ¿Cuánta? Por lo tanto, ¿por qué pienso tanto en los demás y en lo que puedan pensar, si los demás no están pensando para nada en mí? Quizá tengo que redefinir, en el plano estoico, por qué doy tanta importancia a los demás.
Y luego otra condición fundamental es poner límites. Poner límites no consiste tanto en un catálogo de actitudes asertivas y de pasarse el día diciéndole a la gente que no, sino más bien estar bien definido. Quiero, no quiero. Me gusta, no me gusta. Cuando los demás intentan entrar en mi vida, moverme, ahí es donde tengo que definirme. “No, no voy a ir porque yo vivo una vida muy serena, me gusta vivir en paz, y ese lugar me aturde mucho”, por ejemplo.
Y pasa una cosa muy curiosa: cuando uno se define, los demás te entienden mejor, ven tu coherencia. Se encuentran con tus límites y si tú los respetas, ellos acaban respetándote. En cambio, el problema está en la ambivalencia, la incertidumbre que uno genera cuando no se define. “Bueno, quiero, pero no quiero, no sé, me gustaría, pero también pienso…”. Me voy indefiniendo, y cuando estoy indefinido por ahí es donde los demás se cuelan. te meten el gancho y te tiran para atrás. Con lo cual ya te han llevado a su huerto. ¿Por qué? Porque no te has definido.
Mantenerte en tus definiciones lleva a un acto de coherencia, defino lo que quiero vivir, qué es significativo para mí, cuáles son mis objetivos vitales, cuál es la experiencia que yo le doy valor. Y aprender a vivir en coherencia con eso, hacer carácter, como decían los antiguos. Hacer carácter en el sentido de hacer un ego, saberse disciplinar, mantener la atención, ser capaz de vivir en esa coherencia.

-Planteas hasta qué punto tenemos autoridad sobre nosotros mismos.
-¿Tenemos autoridad? Por supuesto. No puedo escoger lo que me va a suceder. No puedo mandar a voluntad la realidad como yo quisiera. Eso me viene, la vida lo trae, Dios decide, o como cada uno lo llame. Pero, en cambio, sí tengo la facultad última de decidir cómo vivir lo que estoy viviendo.

-¿Cuáles son los beneficios de la bondad?
-Según el platonismo, tenemos los grandes valores de verdad, bondad y belleza. Lo interesante es que se conjugan los tres. No puede existir uno sin el otro. Por lo tanto, donde hay bondad, hay verdad; ni personaje, ni ocultamiento, ni mentira. Y donde hay verdad, hay belleza. Y donde hay belleza, hay verdad y hay bondad. El juego de los tres siempre se está intercalando.
 Es importantísimo entender que estos principios o virtudes de algún modo nos abren el camino hacia lo trascendente y lo verdadero. Quien quiera seguirlo que sepa que el camino del bien incluye verdad y belleza. Es probablemente donde vamos a descubrir nuestra naturaleza más profunda.
Si nacemos para realizarnos, ¿en qué nos tenemos que realizar?, ¿cuál es nuestra máxima realización? Pues, convertirnos en lo que somos. Y esto lleva toda una vida.

-¿Bondad y altruismo tienen alguna relación?
-Cuando uno está en la bondad quiere el bien, no solo para sí mismo, sino también para los demás. Por lo tanto, la actitud altruista es una actitud de empatía, de compasión que lleva a que yo me iguale con el otro.
Bondad y altruismo probablemente son vasos comunicantes, siempre que entendamos el altruismo por esa entrega generosa y absoluta desde la bondad.

🠋 Aquí puedes ver la entrevista completa en nuestro canal de Youtube.



Lo más destacado

Stanislav Kondratiev
de Unsplash