Aurelio Álvarez Cortez
“Si creemos que estamos desconectados de la vida, en realidad seguimos conectados sin darnos cuenta. La desconexión es psicológica, no es real. No podemos dejar de ser vida y de ser sentido”. De este modo expone su pensamiento Teresa Gaztelu, doctora en filosofía, sobre la vida y el sentir.
Miembro del equipo formativo de la Escuela de Filosofía Sapiencial que dirige Mónica Cavallé, Teresa imparte conferencias y cursos, además de trabajar en consulta sobre acompañamiento filosófico. Con ella, el siguiente diálogo, que también puedes ver en el canal de Tú Mismo en Youtube.
-La vida, según dices, no tiene sentido. La vida es sentido. ¿Por qué?
-Esto es muy experiencial, no algo teórico. Cuando buscamos el sentido es porque estamos desconectados de la vida. Y cuando hay conexión con la vida, hay una sencilla y evidente vivencia de sentido.
Sin embargo, si creemos que estamos desconectados de la vida, en realidad seguimos conectados sin darnos cuenta. La desconexión es psicológica, no es real.
No podemos dejar de ser vida y de ser sentido.
-¿Qué nos da una pista de que estamos realmente sintiendo la vida y no la estamos pensando?
-Esa diferencia entre sentir y pensar la vida me parece fundamental. A veces, a las personas formadas en psicología y en filosofía, solemos pensar la vida más que a sentirla. Y ahí fácilmente nos podemos desconectar. Nos desconectamos del sentir y del cuerpo.
El camino del sentir pasa por el cuerpo, por la corporalidad. Vivir lo que nos toca es sentir lo que nos toca, lo que sea que haya. Una trampa en la que podemos caer sin darnos cuenta es lo que un psicólogo estadounidense (John Welwood) denominaba “bypass espiritual”: yo pienso esto, pero no me atrevo a vivirlo porque quiero puentear el dolor, el sufrimiento, mis limitaciones, mi sombra, mis fragilidades, y entonces ahí me desconecto.
Esa desconexión puede tomar la forma de pensar en espiritualidad, pero no de vivirla. O de pensar en lo humano, pero no de vivir y dejarme atravesar por lo humano.
Vivir es sentir. La vida nos habla a través del sentir. No puede haber vivencia de sentido si no hay una apertura al sentir, y el sentir se manifiesta en las diferentes dimensiones del ser humano: en la dimensión física, donde hay placer y dolor; en la dimensión psíquica, donde también hay placer, dolor, sufrimiento, y la dimensión espiritual.
A veces, nos puede pasar que queremos puentear la vivencia sentida de lo humano, de lo físico y lo psíquico, y llegar al sentido que somos espiritualmente. Es bien intencionado por parte de la psique, pero así no funciona. El sentido se siente. Y al sentido no llegamos puenteando un dolor crónico, un vacío vital, sino sintiendo ese vacío, la sensación de sinsentido.
El núcleo de la vida del sentir es la vivencia de sentido, de plenitud, de felicidad, de calma, de ser.
-¿En el cuerpo físico hay un indicador de la experiencia del sentido? ¿Qué es la llamada alegría de Spinoza, el filósofo holandés del siglo XVII?
-Lo explica muy bien Mónica Cavallé en su libro “El arte de ser”, en el capítulo llamado “El Camino de la Alegría”. Ella retoma esta intuición que expone Espinoza, que utilizaba la palabra conatus refiriéndose al impulso vital que mueve a toda forma de vida hacia su despliegue y desenvolvimiento. El contacto con ese conatus y el dejarnos guiar por esa fuerza vital que nos lleve hacia el crecimiento, se vive como alegría, al menos en la forma humana, y diría también en la animal.
Un taoísta señalaría que cuando estamos conectados con el Tao sentimos alegría. La alegría del desarrollo, la alegría del crecimiento, del despliegue de esa vocación que tenemos de que la vida llama al despliegue a un mayor bien. Por eso hay alegría.
Y Espinosa también dice que la tristeza es el paso de una mayor a una menor potencia, mientras que la alegría es el paso de una menor a una mayor potencia. Con lo cual, como bien lo expresa Mónica Cavallé, la alegría y la tristeza pueden ser indicadores de despliegue o de impotencia en el sentido spinoziano de estancamiento.
-Si el sentir involucra a lo físico, significa que nuestra biología tiene un acuse de recibo en primera persona.
-Sí, se refleja en la salud física, absolutamente. No pienso que todos los problemas de salud física se puedan deber a actitudes y disposiciones psíquicas, porque creo que hay razones medioambientales y genéticas también. Pero muchas complicaciones que podemos tener se deben también a lo que estamos diciendo. Por ejemplo, si hay un patrón limitado, como una tendencia a no expresar aquello que sentimos, a reprimirlo, pues eso puede dar lugar a una úlcera.
Entiendo que a todos nos ha pasado, o nos pasa, algún tema de salud ligado con no estar desenvolviéndonos como nuestro ser nos pide. Cuando una persona reprime su opinión por complacer, o cuando tiene mucha ira porque cree que el mundo no es como debería ser, eso también genera patrones físicos, enfermedades y problemas de salud.
Y estos son aliados porque puede ser que este bruxismo que tengo o esta úlcera, estas migrañas, se deban a alguna disposición que yo estoy manteniendo, a creencias limitadas. Puede ser que no, pero puede ser que sí. Y muchas veces es que sí. Es interesante.
-Ya que hablas de patrones limitantes, afirmas que no hay que ir contra de ellos, sino a favor. ¿Cuál es la razón de gestionar así estos patrones?
-El patrón limitante conlleva una motivación positiva. Quien no está en tema pensará “pero si es algo que me impide crecer, que me impide sentir que soy yo quien realmente está tomando las riendas de la vida, ¿cómo esta pared, este muro, algo que me limita, puede tener una intención positiva?”. Pues la tiene.
Sócrates, en los diálogos, decía que la voluntad está estructuralmente dirigida hacia el bien, es el impulso hacia lo bueno. Luego, según cómo percibamos las cosas, esa voluntad hacia el bien irá hacia un sitio u otro. Si asumo en la práctica, en las vísceras, que drogarme es bueno porque me quita el dolor que tengo en la vida, claro que me voy a drogar. Pero no porque mi voluntad sea perversa, malvada, o esté mal hecha de base, sino porque lo que estoy percibiendo es que mi bien está ahí. Por lo tanto, la voluntad es esa fuerza que va hacia lo bueno y la percepción la dirige hacia donde estamos localizando lo bueno.
Y esto hace que detrás de todos nuestros comportamientos podamos ver esa tendencia de nuestro ser hacia lo bueno.
Una persona perfeccionista tiene mucho sufrimiento como consecuencia objetiva. Pero lo que busca subjetivamente es diferente. Busca que las cosas se hagan bien, ganarse el derecho a existir o ser digna de esta vida, por ejemplo.
Siempre, una y otra vez, de manera sistemática, buscamos sentirnos protegidos, valiosos, plenos, estar bien, protegernos de algo que creemos que es una amenaza o que lo es. Y por eso, cuando nos amigamos con el patrón, solo ahí podemos comprenderlo.
Trascender un patrón pasa por comprenderlo, no hacerle la cruz, porque si lo hacemos, ponemos un muro y se produce un estancamiento por la falta de aceptación y el rechazo.
Y comprender el patrón es ver la vida ahí, la intención positiva, lo que busca de bueno para nosotros, y ver la miopía que tiene ese patrón en su mirada. Observar las dos cosas. ¿Por qué pasa esto? Porque yo quiero estar bien.
-Es decir que habría que satisfacer lo que el patrón está indicando, no a través de una acción errónea, sino mediante otra más propensa a un real bienestar.
-No se trata de corregir el impulso, sino de observarlo y comprenderlo. El problema es la falta de comprensión, no la voluntad.
Al darnos cuenta de la restricción que hay, al ver el patrón limitante, las cosas solas se van transformando, con lo cual ni siquiera tenemos que proponernos corregir el patrón o cambiar un hábito por otro, sino sencillamente observar y comprender.
-¿Qué aporte puede hacer el wu wei taoísta al sentir?
-Me gusta mucho la intuición taoísta, que también se encuentra en otras tradiciones, pero que tan bien se intuye y se atisba en el Tao Te Ching, libro fundacional del taoísmo. El wu wei, la acción con sentido, la acción fluida, podríamos decir, la acción conectada con la Vida con mayúscula, entendiendo la vida que sigue el impulso del conatus del que hablaba Spinoza.
En la acción conectada, la acción con sentido, la persona se hace transparente y se pone al servicio de la Vida. Nos abrimos, hay una transparencia de ser, una sinceridad, una sencillez, no hay una doblez, una complicación.
Por el contrario, en la acción sin sentido nos liamos, nos complicamos, se mete el personaje con el que estamos identificados. No hay fluidez. Usando una imagen budista, la rueda de la vida no gira, hay un palo que lo impide. Entonces surgen el sufrimiento, el conflicto, problemas internos o externos, normalmente de las dos maneras.
Para diferenciar la acción conectada de la desconectada el sentir es muy revelador. La observación de cómo nos comportamos y cómo pensamos también, pero el sentir de dónde hay sufrimiento y dónde no lo hay es muy sencillo.
Y más allá de todo esto, la acción sin sentido también es sentido. Una imagen que me gusta mucho la daba un compañero filósofo de la escuela, Rafael Leiva. Decía que la acción con sentido va, como el agua, por el cauce del río y la acción sin sentido o esa desconexión está fuera del cauce, por los márgenes. Te está diciendo que te has ido, vuelve.
Esta dualidad, acción con sentido – acción sin sentido, tiene un paraguas, un contenedor que es la Vida como sentido.
-Es decir que nos podemos encontrar con el sin sentido para ir hacia el sentir.
-Totalmente. El sin sentido, la vivencia de sin sentido, es una invitación de la Vida para volver a la al wu wei, al Tao, a la escucha, al cauce del río.
Por eso, a veces, las personas podemos tener manía al sufrimiento. Es que el sufrimiento es insidioso, inútil, no tiene ningún sentido. Y eso no termina de ser cierto, porque es verdad que el sufrimiento es la experiencia que tenemos cuando nuestras gafas están sucias.
El sufrimiento está generado por una miopía. El sufrimiento, suelo decir, son esas bandas sonoras de la carretera, que generan mucho ruido, bastante desagradable, para advertirnos algo. Tiene sentido en la medida en que es la Vida gritándonos “¡oye, te estás yendo del camino!”. Tiene una utilidad.
En un aspecto, en el sufrimiento no hay sabiduría, porque efectivamente es lo que sentimos cuando no sabemos ver las cosas, y a la vez en el sufrimiento hay sabiduría porque es la Vida diciendo “no estás viendo las cosas como son”, con lo cual en el sufrimiento, pues, también está el sentido desplegándose.
-¿Nos falta conciencia de unidad, y tal vez sea este el “pecado original” de esas gafas sucias, creyéndonos separados del universo y de los demás, cuando en verdad no lo estamos?
-En lugar de “pecado original”, lo llamaría olvido de la inocencia original, el olvido fundamental. Es el olvido de nuestro ser, de la plenitud, la confianza, la alegría, la paz, la unidad, la conexión… Allí es donde empiezan nuestros problemas.
Y en ese olvido, nuestra psique, que también necesita plenitud y tiene vocación de alegría y de amor, dice “bueno, pues, si no soy todo esto, pero necesito esto, voy a buscármelo como sea”.
En toda esa creatividad, alimentada por la inteligencia, la bondad y el amor de nuestro ser, nuestra psique genera toda una serie de estrategias, como la complacencia: “voy a complacer porque así me van a querer”; o la búsqueda de conocimiento de manera compulsiva, para tener la sensación de conocimiento; o el afán de control para sentirnos seguros en esa desconexión de la confianza; o la evasión del conflicto, en esa desconexión con el otro, y de la armonía básica… Es decir, a desconexión x, estrategia x.
La psique crea toda una serie de patrones limitados para compensar las desconexiones y como estrategias para procurarnos lo que ella asume que no somos y que no tenemos.
En mi experiencia, el camino es tomar conciencia de esas estrategias y de los errores que están causando hasta llegar al error fundamental, que en cada persona puede tomar un matiz diferente: “yo no tengo un ser”, “no soy amor”, “la vida no es confiable”, “estamos separados”, y hasta esas creencias fundamentales que también se pueden cuestionar.
Lo que transforma es un cuestionamiento sentido, contemplativo, también corporal, visceral.
-¿Somos conscientes de lo que nos está pasando?, ¿qué calidad tiene lo que nos está pasando? Plantearlo sin un objetivo de utilidad o expectativa alguna.
-Me parece muy interesante remarcar esto que apuntas y la invitación a preguntar qué estoy sintiendo, qué siento. Lo que siento, ¿lo siento en el cuerpo, digamos, físico, o en el cuerpo sutil?
Y lo que siento es la Vida con mayúscula aquí, informándome cómo está mi cuerpo, mi psique, qué creencias asumo y que se están sintiendo en mi cuerpo ahora mismo. También cómo me afectan las cosas, más allá de creencias limitadas; cómo, de manera pura y limpia, me afecta la realidad que se está dando fuera y dentro de mí.
El sentir nos informa por dónde conducirnos en nuestra vida diaria y, en última instancia, en su núcleo más profundo, acerca de la naturaleza de nuestro ser. Con lo cual el sentir, lejos de ser superficial, es profundísimo, porque llega a todas estas capas, la física, la psíquica y la espiritual.
La alegría, el amor, la unidad que somos se sienten también. La vía del sentir nos lleva precisamente a esa Unidad con mayúscula, la Calma con mayúscula, la Confianza, la Vida.
-Has hablado de la perfección, del perfeccionismo. ¿Qué se contrapone al perfeccionismo?
-Como decíamos antes, detrás de todo patrón hay un impulso genuino y constructivo de la vida. Cuando hay un patrón limitado de perfeccionismo, buscamos lo cuadradito, lo redondito: limpiar perfectamente el baño, que me salga el artículo perfecto, tener una relación perfecta, un hijo perfecto.
Si preguntamos a ese perfeccionismo cuál es su vertiente central, cuál es la cualidad que está detrás de un perfeccionista, la respuesta es la excelencia.
Un perfeccionista ama hacer las cosas bien, entregarse a lo que hace, ama la excelencia, y se regocija al barrer bien por el puro placer y la pura belleza de barrer bien, un barrer complacido, disfrutado.
Y también observo un malentendido: el perfeccionismo busca en el nivel de lo existencial. Una diferencia muy importante que suele hacer Mónica Cavallé es el nivel existencial y el nivel que ella llama ontológico. Cuando somos perfeccionistas buscamos, a través de lo perfecto, una cualidad que no pertenece al terreno existencial. En lo existencial no hay perfección, en lo existencial somos imperfectos. Hay un grano en la cara, unas baldosas sin limpiar en el baño, un problema en la pareja…
En el terreno de lo existencial hay imperfección. Pero en el terreno de lo esencial, ontológico, hay completud. El perfeccionismo busca plenitud en el terreno de lo existencial. Hay una confusión. No se limpia perfectamente un baño, no se tiene una relación perfecta y pulcra con el hijo, no se puede ser absolutamente perfecto e intachable siempre. Pero se puede descansar en esa imperfección en la medida en que estamos conectados con la plenitud que somos.
Desde ahí disfrutamos de la imperfección.
🠋 Aquí puedes ver la entrevista completa en nuestro canal de Youtube.