Afrontar los miedos

Vivimos muchas y repetidas veces situaciones límite que nos deberían motivar a actuar y cambiar

Marta Salvat
Coach

Si te encontraras por accidente en la selva, después de la colisión inesperada del avión que te llevaba hasta Honolulu para disfrutar de unos días de merecido descanso o quizás a otra ciudad por motivos de trabajo, y tuvieras que buscarte la vida para sobrevivir…, no tendrías más remedio que actuar. Después de los primeros minutos para valorar tu estado y darte cuenta de la magnitud de la situación, tendrías reacciones diversas que posiblemente te sacudirían emocionalmente. Estarías en shock. Y sin nadie cerca. Al menos a primera vista.

Ponte en situación. No hay más supervivientes. Sientes desesperación. Pánico. Te puedes permitir unos momentos de desconsuelo, de gritar, llorar, no aceptar, pero sigues estando solo. Por fin y a pesar de la incertidumbre de no saber si alguien vendrá a por ti, de desconocer si cerca hay vida civilizada, de si encontrarás en lo que parece una selva alimentos, agua potable y un espacio lo más cómodo posible para descansar y resguardarte de posibles tormentas o animales salvajes, de sentir angustia por no tener un sistema para comunicarte con el exterior… a pesar de todo esto, ¡actúas!
No existe la posibilidad de no hacer nada. Enfadarte e indignarte es inútil. Reclamar a la compañía aérea en estos momentos está fuera de lugar. Luchar contra lo que es, es en vano. Sólo tienes una única opción: aceptar y actuar.

Una vez pactas con la aceptación, el instinto de supervivencia te empuja a moverte, hacia cualquier dirección, a buscar lo básico para aguantar unas horas, quizás días o quién sabe. Aun con miedo, te mueves. Y en el movimiento te vas olvidando del miedo, hasta darte cuenta de que dentro de ti hay una fuerza máxima que te empuja a moverte. Con cansancio extremo, con mil preguntas sin respuesta inmediata, con sensaciones y emociones que afloran a borbotones.

Pero actúas y te mueves. Y en las pausas para tomar aliento te sorprendes de tu capacidad de reacción y superación a todos los niveles. La acción deja las emociones en un plano secundario. Ahora, en este momento, no son prioritarias. Lo prioritario es moverte. Sin movimiento, te expones a las inclemencias y al misterio de la selva, a no tener el control sobre tu vida, por insignificante que se haya convertido en solo unos segundos.

Pero, ¿cómo ha podido suceder esto? ¡No estaba planeado! Claro, siempre existe la posibilidad de un accidente, pero… ¡todo iba tan bien! Bueno…, más o menos. Sabías quién eras, tenías un trabajo aunque con muchos problemas, acababas de cortar con la novia, las cuentas en el banco estaban en números rojos, sufrías migrañas los fines de semana…
Quizás no todo fuera tan bien. Pero ahora todo eso queda muy lejos. ¿Realmente tenías problemas? Tu nueva situación sí te parece preocupante. Pero no hay tiempo para análisis ni conjeturas. Hay que moverse. Lo que importa ahora es la acción.

Por eso, a pesar del miedo, actúas. Con todas las consecuencias. Y todos los problemas que estaban en tu vida de verdad… ahora pasan a ser totalmente relativos. No sabes en qué dirección ir, pero vas. Intentas encontrar un lugar en el que poder ubicarte, descubrir dónde estás, con quién estás y qué puedes hacer para recuperar tu vida.

La realidad

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En nuestra selva diaria (la parte de nuestra vida en la que sentimos que luchamos demasiado), el miedo nos impide movernos, actuar o tomar decisiones para mejorar la situación. Vivimos muchas y repetidas veces situaciones límite que nos deberían motivar a actuar y cambiar, pero el miedo sigue bloqueándonos, las dudas nos torturan y no somos capaces de tomar decisiones. Permitimos, consciente o inconscientemente, que la tribu (los compañeros de trabajo, la familia, nuestra pareja…) decida por nosotros.

Pensamos que las cosas ya cambiarán, que en algún momento el viento soplará a nuestro favor. Y nos convertimos en zombis. En cierta manera nos apoyamos y escudamos en la tribu. Nos olvidamos de que nuestra vida es solo nuestra y que somos responsables de ella al 100%. Nosotros debemos llevar el control. Las riendas son nuestras. Lo podemos hacer mejor o peor, pero hoy es lo que sabemos hacer. Y no hacemos las cosas mal adrede, ni herimos a posta, pues sabemos que trae consecuencias a largo plazo. Hacemos y deshacemos según nuestro nivel de conciencia actual. Sin más.

Vivimos nuestro camino aprendiendo y evolucionando, cada uno a su velocidad, pero ante todo honrando la vida que se nos ha dado. Y en esta honra está el poder que tenemos sobre nuestra vida y la reflexión de que evidentemente tampoco podemos tomar ni manipular la vida de otros ni a un mínimo nivel. Ceder el control de nuestra vida (inocentemente podemos hacerlo sólo con una simple toma de decisiones: dejar que los padres decidan nuestra carrera, permitir que alguien nos falte al respeto, ceder ante las opiniones del cónyuge…) es dar a los demás el poder sobre ella, volviéndonos vulnerables y esclavos a sus deseos, pues de no satisfacerlos, llegaría el enojo y el enfado, y el malestar que ello conlleva.

¿Qué tiene que sucedernos para reaccionar y movernos? ¿Es necesario tocar fondo? ¿La vida nos tiene que poner en una situación de límite extremo, o de vida o muerte? Esta es la diferencia con la selva de verdad. Allí, completamente solos, expuestos al peligro (a lo desconocido) y totalmente vulnerables, decidiríamos (qué remedio) y nos moveríamos. Aquí, en nuestra vida, seguimos sin afrontar el miedo…

www.martasalvat.com



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