Patricia Abarca
Doctora en Bellas Artes y Máster en Terapias Expresivas
Vivimos en una sociedad donde los problemas de comunicación afloran reiteradamente, descubriendo las carencias y mezquindades, además de las creencias erróneas con las que nos movemos por la vida; por otra parte, muchas veces no actuamos como realmente quisiéramos, arrepintiéndonos y culpabilizándonos de lo que no hemos hecho, o de la forma como hemos respondido ante una determinada situación. Lo que proviene tanto de nuestra propia humanidad como de aquellos patrones aprendidos según el ambiente y la cultura en la que hemos vivido.
Más de alguna vez nos hemos visto obligados a tratar con personas que sencillamente “no tragamos”, produciéndose una relación tensa de desencuentros continuos o bien un distanciamiento sin más. Comprender que esas personas tienen necesidades, carencias, virtudes y emociones como las nuestras, a pesar de que no me agrade su carácter y menos su conducta, no es fácil y si dicha persona es también agresiva se dificulta aún más la posibilidad de que surja una comunicación óptima. Sin embargo, si una de estas personas es un compañero de trabajo, el jefe o un familiar con el que nos vemos obligados a convivir a diario, la vida se puede transformar en un infierno. Por eso necesitamos herramientas que nos permitan comunicarnos adecuadamente en estas situaciones, tanto para dirigirnos al otro como para humanizar a quien nos ofende.
En esta línea, Marshall Rosenberg –reconocido psicólogo clínico nacido en Ohio– nos propone algunas estrategias, que más bien son una filosofía de vida, bajo el denominador de Comunicación No Violenta (CNV). Digo filosofía de vida porque comunicarnos bien no es sólo una cuestión de herramientas y estrategias, necesitamos además una transformación consciente y profunda de aquellos patrones aprendidos, que se derivan en conductas y respuestas automática que utilizamos a diario pero que, sin embargo, nos dificultan ser mejores personas. Las herramientas básicas de esto son la empatía y la autoconciencia emocional, saber escuchar, observar las situaciones de forma neutra, así como dar a entender de manera explícita aquello que necesitamos explicar, pedir o negociar.
Este proceso se desarrolla en cuatro fases: Observación, Sentimiento, Necesidades, Petición. Es decir, en primer lugar, es necesario observar lo que ocurre realmente en una situación dada, así como lo que dicen o hacen los demás, preguntándonos si esto nos ayuda o no, a enriquecer nuestras vidas y de qué manera. A continuación debemos contactar con nosotros y explorar cómo nos sentimos ante dicha situación –aun cuando la observación y el sentimiento parecen surgir simultáneos es importante detenernos un instante para contactar con lo que exactamente estamos sintiendo–, de ese modo podremos definir la necesidad que se esconde tras este sentimiento. Para, finalmente, negociar de acuerdo con lo que estamos sintiendo y con lo que necesitamos, es decir, explicar al otro las acciones concretas que pedimos para enriquecer nuestras vidas.
El pensamiento de fondo radica en preguntarse de qué manera estoy aportando a que este mundo sea un poco mejor, y no sólo “mi mundo” sino también el de los demás; por lo tanto la pregunta de qué manera esto nos ayuda o no a enriquecer nuestra vida no se refiere sólo a mi vida, sino también a la vida de la otra persona presente en el conflicto; del mismo modo, es necesario observar e intuir los sentimientos y las necesidades del otro, además de los míos. Y cuando negociamos la resolución del conflicto, no debemos pensar en un beneficio unilateral, sino en un beneficio que abarque también a la otra persona.
Por eso es tan importante el uso de la autoconciencia emocional y de la empatía; la primera nos lleva a explorar nuestro mundo interior y la segunda nos permite reconocer, comprender y apreciar los sentimientos de los demás de manera consciente, aun cuando no estemos de acuerdo con ellos. Si queremos poner en práctica la empatía necesitamos liberarnos de las generalizaciones, las comparaciones, las etiquetas y de los juicios moralistas, sólo de ese modo podremos ver al otro como un ser humano, producto de su propia historia de vida, con sus características, sus necesidades y sus sentimientos. Es decir, debemos observar al otro y observar la situación sin emitir juicio alguno, sino más bien preguntándonos qué es lo que ha llevado o lleva a esta persona a comportarse de tal forma, qué es lo que ha conducido a que se produzca esta situación conflictiva, de qué manera esto me aporta o me hace daño y de qué modo esta situación le aporta o le hace daño al otro.
Por ejemplo, “tenemos una amiga que llega tarde a las citas, nos afecta porque cada vez que vamos al cine perdemos el comienzo de las películas”. Podemos plantearle el problema de la siguiente manera: “Te has retrasado las cuatro veces que hemos quedado para ir al cine, ¿tienes demasiado trabajo en casa, te ves desbordada con la organización del tiempo o te vendría mejor otro horario?”, en lugar de decirle: “Eres una impuntual y llegas siempre tarde”. De este modo le estamos explicando el problema y al mismo tiempo indagamos en lo que siente y en lo que le sucede –es decir, en sus necesidades–, sin enjuiciarla y sin emitir una evaluación de lo “bueno” o “malo” de su conducta, lo que motivaría en ella un mecanismo de defensa inmediato, además de su enfado.
Luego necesitamos definir exactamente la emoción que sentimos y qué es lo nos afecta: ¿me irrita la molestia de la espera?, ¿porque me cuesta coger el hilo de la película?, ¿el entrar a oscuras y tener miedo a caer?, etcétera. Es importante definir qué es lo que más nos afecta, porque eso nos mostrará la necesidad a satisfacer para sentirnos en paz con nosotros mismos.
Ahora bien, si en la petición o negociación mostramos nuestra vulnerabilidad –es decir, la necesidad a satisfacer– al otro, nuestro lenguaje se hará más empático; entonces la petición sería más menos de la si-guiente manera: “¿Puedes hacer el esfuerzo de organizar mejor tu tiempo cuando vengamos al cine?, me irrita perder el inicio de la película porque luego me cuesta coger el hilo”.
De igual modo, cuando los ofendidos somos nosotros, debemos evitar ponernos a la defensiva y lanzar lo primero que se nos ocurra. Es necesario exponer nuestros sentimientos y necesidades, así como responsabilizarnos de lo que nos toca.