Epidemia crónica de sufrimiento

Un cambio posible ante los problemas emocionales y psicológicos

Hace años que los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), una agencia del Departamento de Salud y Servicios Humanos de los Estados Unidos, responsable del desarrollo y aplicación de acciones para la prevención y control de enfermedades, vienen afirmando que un cuarto de la población norteamericana (y va a más) sufrirá algún tipo de trastorno mental. Es decir, solo en esa parte del mundo se ha instalado una epidemia crónica de sufrimiento.

Sin embargo, en lugar de descubrir la verdadera raíz de tales males y su erradicación, todas las acciones han ido en la dirección de cómo tratar los problemas emocionales y psicológicos. Se busca la “cura” de los síntomas, pero no cerrar la fuente de la que emanan. 

Algunos observadores en su momento se preguntaron por qué hubo un trabajo frenético y a contrarreloj para enfrentar el virus del ébola, por ejemplo, y ahora no. ¿No se debería hacer lo mismo en lo que atañe a la crisis psicológica y emocional, de consecuencias devastadoras para la salud pública estadounidense?

Al respecto señalaron que desgraciadamente se ha producido un acostumbramiento ante esta situación que afecta la vida colectiva en todos sus niveles. Se ha llegado a un estado de normosis, término acuñado por el psicólogo francés Pierre Weil. Normosis es la patología de la normalidad, caracterizada por una conformidad y adaptación a gran escala, llegando a proporciones enfermizas.

Según estos observadores, son dos las causas principales de dicha epidemia: una es el modo de vida contradictorio, subsistimos según un paradigma que afecta nocivamente la existencia de hombres y mujeres. La otra, las etiquetas que se ponen a quienes sufren algún tipo de dificultad mental o emocional (quién no), por lo cual se diagnostica un determinado desorden clínico al que hay que tratar (angustia, ansiedad, depresión, etcétera). 

Y precisamente esta segunda causa por la que se suele ver la tendencia de diagnosticar como anómalas las respuestas comunes, normales, esperables, a dificultades que enfrenta cualquier persona, entre ellas la pérdida de un ser querido, el despido laboral o una grave enfermedad. En lugar de echar mano rápidamente al recetario, mayormente la ayuda necesaria en estos casos (que no son pocos) se debería limitar a acompañar y enseñar cómo se procesan los sentimientos de dolor y abandono, visualizar una nueva etapa de la vida y utilizar recursos eficaces para desarrollarla.

Aclaración: se está indicando lo anterior frente a la existencia de un número desmedido de diagnósticos, que como consecuencia lleva a una reificación, otra expresión interesante, en este caso referida a “la falacia de la concreción injustificada”. En otras palabras, los diagnósticos reivindican ser una verdad objetiva sobre algo, negando que es un pensamiento que ha creado un constructo -entidad hipotética de difícil definición dentro de una teoría científica- que intenta confirmar. Los diagnósticos, de este modo, cobran vida propia. Un ejemplo que mencionan los investigadores es el famoso trastorno de déficit de atención por hiperactividad (TDAH).

De manera tal que un diagnóstico objetivo (supuestamente) habla de síntomas, pero muy poco de las diferentes influencias del contexto que intervienen en tal diagnóstico. Por lo cual, en lugar de tratar los síntomas lo más adecuado sería intervenir en la ayuda de quien está pasando por un difícil trance de su vida, para comprender, asimilar retos y dificultades, haciendo un trabajo eficaz en (y con) la persona y no en el diagnóstico. 

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La llamada “objetividad” eclipsa el papel participativo de cada persona en el momento de crear su propia realidad. O como lo explica un paciente en una conversación con su terapeuta: “Yo no soy equivalente a mi diagnóstico. El diagnóstico no es más que un conjunto de palabras que alguien emplea para describir lo que cree ver en mí. Soy libre de crecer, de replantearme cómo pienso y cómo me experimento a mí mismo. No tengo por qué reducirme a la etiqueta que se me ha puesto”.

Thomas Kuhn, el filósofo estadounidense autor de “La estructura de las revoluciones científicas”, decía que las crisis que aparecen en el seno de un paradigma concreto a menudo se resuelven con un cambio de paradigma. Habrá que acelerar el tiempo de la transformación, dejando atrás la normosis y las etiquetas de diagnóstico, por el bien de nuestra salud física, mental y emocional (y muchísimas cosas más).



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Stanislav Kondratiev
de Unsplash