Emilio Carrillo
El sistema educativo está en crisis. No se sabe muy bien lo que significa educar, o lo que hay detrás de la denominación sistema educativo. Observemos que los vocablos educación y educar proceden del verbo latino educare, que significa “contribuir a sacar del otro lo mejor de sí”. Si no se está haciendo esto, no se puede decir que se esté educando. Por ello, la educación tiene dos fundamentos principales: colaborar para que el niño, el adolescente o el joven se conozca a sí mismo; y para que, al hacerlo, ponga en valor sus dones y talentos (sus capacidades y facultades innatas).
Educación y formación no son lo mismo
Coloquialmente se suele hablar de educación y formación como sinónimos, pero no significan lo mismo. Tampoco es lo mismo educar que formar. Concretamente, formación y formar no derivan de educare, sino de otro verbo latino: formare. Su traducción admite actualmente una doble interpretación: “formar” y “formatear”. La línea que separa ambos términos es muy fina, pero muy importante. De hecho, es muy fácil pasar de formar a formatear:
• Formar es el proceso de aprendizaje de técnicas, herramientas, habilidades y conocimientos, ligados o no a los dones y talentos de la persona, que sirven para acceder al mercado laboral.
• Formatear es lo que se hace en informática cuando se formatea, por ejemplo, un disco duro: se borran los ficheros primigenios que contenía para sustituirlos por otros. El espacio queda “limpio” y ya se pueden grabar nuevos ficheros en él. Hay que recordar que cuando se le da al comando de formatear suele aparecer una pregunta en la pantalla: “¿Está Ud. seguro?”. El programa tiene el detalle de advertirnos de que si elegimos formatear, van a desaparecer los archivos actuales que contenga el disco. Pero nadie hace esta pregunta a los padres cuando llevan a sus hijos por primera vez a un centro educativo.
Sistemas de creencias, programas informáticos…
Es realmente esto, formatear y no educar, lo que con demasiada frecuencia y facilidad hacen los padres y el denominado “sistema educativo”: pretenden dejar a un lado los ficheros originales del niño, adolescente o joven (sus dones y talentos innatos, sus habilidades, sus facultades) e imponer en su lugar otros ficheros distintos: sistemas de creencias que actúan a modo de “programas informáticos” que desvirtúan y anulan lo que son los chicos. El sistema educativo amolda y somete a los educandos a lo que el sistema social y económico imperante quiere de ellos. Para ello, los encorseta; ajusta su comprensión de las cosas y sus pautas de conducta y comportamiento a las normas y reglas establecidas por el sistema. El pretexto es que estén preparados para incorporarse al mercado laboral. Así pues, son transformados en una especie de robots que no hacen las cosas por sí mismos, a partir de lo que son y lo que se mueve en su interior. Sus acciones y reacciones van pasando a ser mecánicas, automáticas, a medida que han sido inducidas y provocadas por esos programas informáticos, por esos sistemas de creencias.
Llegada a la edad adulta, esa persona creerá que hace cosas, que actúa, pero será mentira; nunca va a hacerlo. Porque su hacer cotidiano va a consistir en respuestas mecanizadas. El programa informático va marcando la forma de vida que quiere desarrollar la persona: por ejemplo, la forma de acceder al mercado laboral o el tipo de trabajo que quiere tener, o la manera de relacionarse con sus amistades, o el formato que debe tener su relación de pareja…
El sujeto esclavo
Con esto, el sistema consigue convertir al ser humano en un sujeto esclavo. Este es el producto final del proceso de formateo. Fijémonos en el término sujeto: literalmente, significa “estar sometido”. Esto es precisamente lo que se pretende; que el ser humano esté sometido a un sistema y a unas normas que alguien le impone. Para el individuo, verse como un sujeto es lo más normal del mundo, a causa del sistema de creencias que se le ha introducido. Es lo frecuente, pero no es en absoluto lo normal. No es normal que todos nos veamos como sujetos independientes del resto; esto corresponde a un punto, en el proceso evolutivo y consciencial, muy “infantil”. Forma parte de lo que me gusta llamar consciencia egocéntrica. Y su superación nos lleva a avanzar hacia una consciencia transpersonal.
El conocimiento de uno mismo
Como padre o madre, o como educador, es hora de que recuerdes y recuperes lo que es la esencia de la educación: colaborar para que el niño, el adolescente o el joven se conozca a sí mismo y, al hacerlo, ponga en valor sus dones y talentos. Así dará lo mejor de sí. De otro modo, se está abonando el terreno de la frustración y el sufrimiento.
“Conócete a ti mismo”. Este conocido aforismo fue colocado por los grandes sabios de la Grecia clásica, hace dos mil quinientos años, en el pronaos del templo de Apolo, en Delfos, donde se ubicaba ni más ni menos que el oráculo de los dioses. Si hubiesen vivido en nuestros días, esos sabios habrían sustituido ese aforismo por este: ·Date cuenta de que eres Conductor y coche”; es decir, date cuenta de que eres mucho más que tu yo físico, emocional y mental (coche), que eres algo que no es de este mundo (Conductor) encarnado en este mundo. Cuando sabemos que nuestro origen es divino y eterno y que el cuerpo no es más que un vehículo que utilizamos, desaparece el miedo a la muerte, y podemos llevar una dinámica de vida radicalmente distinta. Los miedos se van diluyendo y en su lugar va apareciendo la libertad, que consiste precisamente en la carencia de miedos. Además, el conocimiento de uno mismo va muy ligado al conocimiento de los propios dones y talentos.
Los dones y talentos
Conviene educar a la persona para que despliegue una actividad laboral que no sea trabajo, sino que se vincule a sus dones y talentos. El trabajo es la actividad propia del sujeto esclavo, mientras que el ejercicio de los dones y talentos es lo propio del individuo libre. Por tanto, conviene que tanto los padres como los educadores estén atentos a los dones y talentos de los chavales, estimulen su florecimiento y faciliten su puesta en práctica.