En los ámbitos del conocimiento espiritual es habitual ver cómo a menudo se tiende a caer de un modo muy fácil en la creencia de que aquellos que enseñan son ya han pasado y traspasado muchas pruebas en su vida. En tanto que en algunos casos esto es totalmente cierto, en otros no.
Que una persona transmita una información determinada no la coloca en un nivel superior. Cualquier forma de idealización o selectividad corresponde al imperio del ego. De hecho, suele comprobarse, son excepcionalmente pocos los que viven verdaderamente aquello que predican.
Maestros espirituales son aquellos que nos ponen a prueba y vienen “camuflados” de hijos, padres, amigos, enemigos, jefes, etcétera. Ellos nos traen problemas, son los que ciertamente enseñan las lecciones que debemos aprobar.
Todas las tradiciones religiosas del mundo enseñan que Dios es Amor, que vivir con Dios significa expresar Amor a los demás. Algunas personas asisten a templos, iglesias, o centros de espiritualidad, donde reciben esta información, y luego, al regresar a sus hogares, pelean con sus familiares, critican a sus vecinos, odian a sus jefes, a hombres y mujeres de otras razas o culturas.
¿Qué significa esa contradicción? Pues que todavía no han aprendido la lección y la vida los llevará a enfrentarse una y otra vez con la misma situación o persona, hasta que aprendan a expresar amor.
Si se hace una comparación con la educación tradicional, los líderes espirituales o religiosos son los “libros” que dan la información; mientras que aquellos que nos presentan los problemas son maestros examinadores, para ver si aprobamos o no.
Existe una ley en el Universo que señala que todo lo que nos molesta, complica, enreda, o todo lo que odiamos, se nos “pega”… hasta que aprendemos a amar (integrar) la situación. Entonces, tal problema o esa persona se convierte en el maestro espiritual de ese instante.