Víctor M. Flores.
Instituto de Estudios del Yoga
Desde la noche de los tiempos, a la belleza se le ha atribuido la misma dignidad y altura que a la bondad y a la misma sabiduría. Bello es aquello con lo que denominamos a lo que universalmente agrada, porque es en sí armonioso y además despierta nuestro deseo o estimula nuestros sentidos. El cosmos se expresa, de hecho, en formas armónicas y en estructuras que, aunque sean irregulares, mantienen una medida proporcionada derivada de la simetría exacta de sus estructuras atómicas.
Sin embargo, la belleza no es objetiva: los griegos lo estructuraron dentro de un canon, los renacentistas prestaron especial atención al cabello, Botero a las formas orondas y grasas… La belleza cambia según el devenir histórico y el patrón que considerábamos aceptable en una década, en la siguiente se convierte en motivo de crítica, incluso ejemplo de mal gusto. Puede cambiar y reinventarse en una semana, como también recuperar lo caduco. Es una belleza de consumo.
Platón decía que la belleza no podía ser de consumo porque no podía depender de aquello que se veía, puesto que el cuerpo no es sino la cárcel del alma. La percepción sin embargo de esta belleza real y, por lo tanto, de la bondad real pasa por una educación de los sentidos.
Marilyn no pasó a la historia por su bondad real sino por su belleza irreal. Últimamente he visto un buen número de fotos de Marilyn en asanas de yoga, en distintas sesiones y a lo largo de tiempo, lo que parece implicar una práctica más o menos asidua o al menos un conocimiento más allá de unos cuantos shoots ante una Nikon.
Según el yoga, sistema absolutamente espiritual y por lo tanto permeable a cualquier dogma que apunte al crecimiento del ser humano sin casarse con ninguna religión, además de un Absoluto (Brahman) compuesto indiferenciadamente (como la sal en el agua) por Energía (Shakti) y Conciencia (Shiva) y que identificamos en la naturaleza como Hembra y Macho, hay una estrategia denominada Mahat dedicada al orden del mundo y también al caos ilusorio (Mâya) que produce el juego de seducción entre la Shakti, loca por crear, y el Shiva, empecinado en desvelar el juego de su amante alquímica. Esa separación a nivel cósmico es una separación igual de intensa a nivel atómico, a nivel humano pues.
El sistema Shamkya, filosofía padre de los deliciosos Upanishads (de los que Schopenahuer diría “fueron el alivio de mi vida y serán el alivio de mi muerte”) y padre teórico del yoga, los denominaría Prkriti (naturaleza) y Purusha (Esencia).
Podríamos derivar pues que la belleza irreal no es sino la manifestación de la Shakti y la bondad real es la manifestación del Shiva, ambos imprescindibles para la cópula mística que vuelva a fusionarlos en un único ser andrógino e indiferenciado. Esa belleza irreal es el motor esencial del despertar y es el yoga el que, a diferencia de Platón, no consideraba al cuerpo como cárcel del alma, sino como despertar de ésta, dado que por muy irreal que sea, en nuestro velo de tinieblas, dentro del mundo Mâya es real, tangible, manipulable y puede permitirnos las técnicas imprescindibles para que el alma se encuentre consigo misma, ascendiendo de sí a sí misma.
Nuestro nombre no identifica lo que realmente somos. Cualquier demagogo, líder político, publicista o guía espiritual nos lo dirá, pero en el día a día de nuestra existencia, aunque sea la del sueño de un durmiente, nos identifica, nos da una consistencia y permanencia en nuestro entorno, nos permite ser aunque no seamos lo que realmente debamos recordar, dado que el yoga no consiste en que alcancemos algo, sino que recordemos lo que ya somos.
Marilyn no era Marilyn, trascendía a ella misma, con conciencia de ello o no. Incluso con yoga o sin yoga. Su riqueza y libertad interior permanecería en su reino interior, lejos de esa constante mercantilización de la vida que no posee ni belleza ni bondad.