En la senda del tantra

La transformación interior, una de las metas de este método que activa la evolución de la conciencia

Ramiro Calle

Una de las metas prioritarias del tántrico es la transformación interior, a diferencia del tantrismo degradado y que se extravía en ritos mágicos y prácticas orgiásticas. Ese tantrismo degenerado, con un tinte mágico muy pronunciado, enreda a sus adeptos en grotescos rituales exotéricos, paranoides prácticas sexuales y antitántricas, y ceremoniales burdos y mecánicos que embotan la conciencia en lugar de  despertarla.

Avancemos que en el verdadero tantra la sexualidad sólo ocupa una parcela del diez por ciento, que se trata siempre de una sexualidad como herramienta para la elevación de la conciencia y que exige definidos y rigurosos requisitos y mucha ecuanimidad y desapego, de ahí el antiguo adagio de que aquello que a unos fortalece, a otros debilita, y la advertencia de que muchos se sirven del pretexto del tantra para desenfrenar sus sentidos, en lugar de utilizar el tantra para activar los mejores potenciales internos.

No es fácil, obviamente, comerse el cebo sin tragarse el envenenado anzuelo, ni pasar por el fuego sin quemarse. Muchos de los que se dicen profesores de tantra no son más que embaucadores que encuentran sus discípulos entre reprimidos o aquellos que, pretextándose en el tantra, dan rienda suelta a su libido, aunque para ello no hay por qué buscar justificaciones sin pretextos, pero en cualquier caso no presentar por tantra lo que no lo es en absoluto y hacer referencia incluso al Kama-sutra como texto tántrico, cuando es un simple manual erótico que para seguirlo se necesita –permítaseme la chanza– ser un deshuesado contorsionista.

El tantra surgió como un método para activar la evolución de la conciencia y poder aportar técnicas para que esa transformación sea posible. Se buscaron nuevas técnicas para una época de oscuridad y codicia, y se procuraron procedimientos para “vapulear” la conciencia y enderezar el entendimiento claro.

Nos dicen los tántricos que los métodos que en épocas anteriores permanecieron ocultos o solo al alcance de unos pocos iniciados se han abierto a las personas que quieran utilizarlos, porque era necesario proporcionar medios eficaces para una trasformación interna que es muy difícil de llevar a cabo en la época actual. Estos métodos, los mismos tántricos lo dicen, no están en absoluto exentos de riesgo y el que los lleva a cabo corre el peligro de quedar más trabado aún en su inmadurez en lugar de evolucionar interiormente.

Pero los tántricos consideran que los métodos que en otras épocas demostraron su eficiencia, como los puramente ascéticos o de estricto autocontrol, se muestran ineficaces para la mayoría de los aspirantes en una época tan conflictiva como la nuestra, donde solo parece imperar la avidez, la voluntad de poder y el desprecio de los genuinos valores éticos. Lo que otros buscadores de antaño evitaron por considerarlo peligroso o nocivo, el tántrico lo incorpora y así trata de conseguir que aquello que nos puede quitar la vida opere a la inversa y nos la salve, y de ahí el antiguo adagio tántrico que dice: “El mismo suelo que te hace caer, es en el que tienes que apoyarte para levantarte”.

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El verdadero tántrico, aunque acceda al campo del disfrute, mantiene en lo posible una conciencia clara en lo posible, impidiendo el automatismo y quebrando la mecanicidad.

El tántrico, como todo buscador, se impone la gigantesca labor de girar su mente y obtener una apertura de la visión. Para eso tiene que quebrar moldes, superar viejos patrones de conducta, desidentificarse de sus reacciones mecánicas y emprender la vía de la transformación. Lo que le caracteriza es que instrumentaliza la vida misma para transformarse y caminar hacia la conciencia despierta. No se evade; acepta. No rechaza; incorpora. Afirma la naturaleza o maya para ir más allá de ella. A través de maya más allá de maya, pero para ello se requiere mucha lucidez y ecuanimidad.

La vida se convierte en la piedra de toque para abrillantar la consciencia y la conciencia de ser.  Se sirve del yoga y de la meditación, de los acontecimientos vitales, de los desafíos existenciales, del ritual consciente, de la contemplación en la acción y del disfrute (bhoga y yoga: deleite y autodominio) sin aferrarse al mismo, desde el equilibrio, obteniendo así la energía y la vitalidad que reporta. Se ejercita en el amor consciente y conscientemente vive toda pasión, que logra sea así una poderosa fuente de energía que ayuda a reorganizar la psique en niveles más altos; no sólo la pasión amorosa o sexual, sino todo tipo de pasión.

Si es practicante sexual, se sirve de la sexualidad como método de meditación, y se aleja de la sexualidad mecánica que se convierte en un acto banal y simplemente biológico. El maithuna o sacramento erótico-místico exige una serie de requisitos de alta precisión, tanto psicosomáticos como mentales y espirituales. Esos que van por ahí mostrando técnicas eróticas y llamándolas tántricas son unos embaucadores de los que habría que huir como de la peste.

El tántrico se apoya en la naturaleza para instrumentalizarla místicamente y trascenderla. Ganar el paraíso por asalto, con intrepidez, es la vía del tántrico. Pero es una acrobacia sin red, o sea, sin salvavidas ni autodefensas, donde la caída puede ser garrafal. No hay peor muerte que la de la conciencia que se quiere iluminar y se enraíza en la oscuridad. Se penetra en el mundo fenoménico y se juega con sus encantos y encantamientos para retarse a uno mismo y salir fortalecido.

Por eso el tántrico tiene que combinar de manera inteligente la disciplina espiritual y la experiencia del goce o disfrute, para poder convertir el samsara en la vía hacia el nirvana, y transmutar, como el todopoderoso Shiva, el veneno en néctar. Muchos son los que, por falta de conocimiento y disciplina, lo que hacen es transmutar la miel en hiel.

El verdadero tántrico nunca se desliga de su disciplina espiritual. Mediante la conquista de la Sakti (energía femenina) va más allá de la Shakti. No toma la senda del asceta o del penitente, de los rigores, sino que todo lo convierte en un ojo de buey al Infinito. Como dice el personaje central de mi relato iniciático “El faquir”, la vida hay que tomarla toda ella. El tántrico la toma y se sirve de ella para conseguir que la aversión sea combatida por la ecuanimidad y el goce transformado en Gozo.

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