Rosario Martínez Ferrero.
Profesora de Yoga de la AEPY
La puerta de la meditación es la puerta de la conciencia y el amor universal, de la expansión sin un límite conocido. La meditación empieza con el proceso de adentrarse en uno mismo y nos conduce a emerger en la corriente misma de la vida (nuestro más profundo descontento surge cuando nos separamos de ella). La meditación es una apertura. Dicho con sencillez, el arte de la meditación es el arte de estar consigo mismo, el arte de conocerse profundamente.
A partir de ese conocimiento de uno mismo podemos empezar a estimular el surgimiento de la conciencia y la amabilidad, cualidades de las que se deriva un sentido de la riqueza y la satisfacción para nuestras vidas, construyendo una base firme de emociones positivas y de las que pueden brotar al fin las acciones compasivas.
¿Qué pasa si paramos, si nos tomamos un respiro para hacer únicamente el ser conscientes de nosotros mismos, para poner la totalidad de nuestro ser en la meditación?
Puede que pensemos que no somos exactamente una persona “espiritual”, o que a uno las cosas como la meditación no se le dan bien. Todos, cuando empezamos a practicar, llegamos con nuestra propia historia personal y única. Comenzamos con nuestras virtudes y debilidades. Nuestra primera tarea es, simplemente, la de experimentarnos a nosotros mismos.
El espacio meditativo es como el cielo abierto: amplísimo, lo suficientemente vasto para acomodar cualquier cosa que surja. En la meditación, nuestros pensamientos y emociones se pueden convertir en una especie de nubes que se detienen y luego pasan de largo. Lo bueno, lo cómodo y lo agradable, lo difícil y lo doloroso: todo esto viene y se va. De modo que la esencia de la meditación consiste en ejercitarse en algo que es bastante radical y que, sin duda, no constituye nuestro patrón habitual, es decir, estar con nosotros mismos pase lo que pase, sin poner etiquetas de bueno o malo, correcto o incorrecto, puro o impuro. La meditación consiste en una apertura compasiva y en la habilidad de permanecer con uno mismo y su propia situación a través de todo tipo de experiencias.
“Un solo hombre puede conquistar a un millón de hombres en una batalla, pero aquel que se conquista a sí mismo es, sin duda, el más grande de los conquistadores”. (El Dhammapada)
A medida que meditamos, alimentamos cinco cualidades que empiezan a surgir a lo largo de los meses y años de práctica.
La primera cualidad es la solidez. Cuando meditas y te permites experimentar con lo que está ocurriendo no importa si estás 10 minutos o una hora, es un gesto compasivo que te permite desarrollar lealtad o solidez contigo mismo.
La visión clara. Al meditar te vas acercando y entendiéndote cada vez más a ti mismo, profundizando en la comprensión que tienes de ti mismo.
La valentía. Con el tiempo te descubres a ti mismo desarrollando la valentía para experimentar tu incomodidad emocional, además de las pruebas y los problemas que la vida te presenta.
La habilidad de despertar a nuestra vida a cada momento tal como es. Cuando aprendemos a relajarnos en el momento presente, aprendemos a relajarnos en lo desconocido.
No tiene importancia. El hecho de darles demasiada importancia a las dificultades te conduce a la pobreza y a una baja opinión de ti mismo, a la autodenigración. De modo que la meditación nos ayuda a cultivar esa sensación de “no tiene importancia”, no como una afirmación cínica, sino llena de humor y flexibilidad. Lo has visto todo y eso te permite amarlo todo.
La meditación es una completa ausencia de lucha con lo que surja. Solo los pensamientos tal como son, las emociones tal como son, las visiones tal como son, los sonidos tal como son, todo tal como es sin añadir nada.
El resultado de no luchar contra lo que surge en tu vida es un acto de amistad. Te permite comprometerte completamente con la vida. Te permite vivir plenamente.
Ejercicio práctico
Pon atención a cualquier actividad sencilla y hazlo como una meditación. Por ejemplo, una manera para que ejercites la presencia es elegir una actividad que hagas habitualmente, algo sencillo, algo que no requiera pensar, comer, planchar, lavar platos, doblar la ropa o ducharte.
Durante unos días concéntrate en estar más presente cuando realices la actividad que hayas seleccionado. Cuando tu atención se vaya, simplemente condúcela de vuelta a la experiencia sentida de la actividad. Convierte esa actividad en un pequeño ritual, con un comienzo y un final. Dite a ti mismo: “Esto va a ser un periodo de meditación y mi intención es estar presente mientras… Cuando pierda la atención voy a devolverla a este acto”.
La meditación es un proceso de transformación y aquí tienes la vida para practicar, no hay otro lugar.
Namasté.