Aurelio Álvarez Cortez
“Veo la filosofía como un entrenamiento en ‘flexibilidad perspectivista’. Se nos desafía a poner nuestras propias ideas en perspectiva y a tratar de ver el mundo desde la perspectiva de otra persona. En ese sentido, creo que la filosofía es una medicina contra la polarización y el fariseísmo”. Es el pensamiento de Lammert Kamphius, joven filósofo que ha ganado popularidad en los Países Bajos.
Filósofo y teólogo, trabajó como profesor en diversas escuelas secundarias, como también en colegios y universidades. En “Filosofía para una vida única” (publicado por Maeva) aporta ideas inspiradoras de grandes pensadores de todos los tiempos para afrontar diferentes situaciones de la vida, para mejorar nuestra relación con el mundo, los demás y nosotros mismos. Con él dialogamos y esto es lo que nos ha compartido.
-¿Qué pensador ha influido, o lo ha inspirado profundamente en la vida?
-Me crie en una congregación religiosa muy conservadora en los Países Bajos. Esta congregación tenía sus propias escuelas, universidades, partido político, periódico, etcétera. La idea era que esta iglesia había encontrado la Verdad y el resto del mundo estaba equivocado. Por lo tanto, desde el momento en que empecé a estudiar filosofía me chocaron (pero también me hipnotizaron) los filósofos que apreciaban la ignorancia y la duda. Como Sócrates, que dijo: “Lo único que sé es que no sé nada, e incluso de eso no estoy seguro”.
Aprender a amar las preguntas en lugar de las respuestas es lo que cambió completamente mi vida. La vida se volvió menos segura para mí, pero mucho más aventurera y libre. “El asombro es el único principio de la filosofía”, decía también Sócrates.
En la iglesia aprendí a defender la Verdad, en la filosofía volví a tener la curiosidad de cuestionar todo, especialmente mis propias suposiciones e ideas.
-A través del fenómeno de las redes sociales, todo se ha vuelto “blanco o negro”, muchas veces con fanatismo o violencia verbal, con posiciones enfrentadas en cualquier ámbito. ¿El emitir juicios de esta manera como nos afecta colectivamente?
-En cierto modo, nuestra sociedad actual se parece cada vez más a la atmósfera dogmática de la iglesia en la que crecí. Los algoritmos online crean burbujas de filtros en las que solo vemos lo que ya creemos. Además, fuera de Internet nuestras redes sociales son cada vez más homogéneas. Los sociólogos hablan de una sociedad llena de cámaras de eco, en la que constantemente escuchamos y leemos cosas que acabamos de decir o escribir nosotros mismos. Nos atascamos fácilmente en nuestras propias visiones y tenemos menos simpatía y comprensión por las personas con opiniones diferentes. Nos polarizamos.
Veo la filosofía como un entrenamiento en “flexibilidad perspectivista”. Se nos desafía a poner nuestras propias ideas en perspectiva y a tratar de ver el mundo desde la perspectiva de otra persona. En ese sentido, creo que la filosofía es una medicina contra la polarización y el fariseísmo.
Como dijo una vez el filósofo británico Bertrand Russell: “Todo el problema del mundo es que los sabios están tan llenos de dudas y que los tontos y los fanáticos están tan seguros de sí mismos”.

-La acumulación de crisis, como la provocada por la pandemia en el sistema sanitario y económico mundial, o el cambio climático, tuvo paralelamente el resurgimiento del pensamiento filosófico, como el de los estoicos, por ejemplo. ¿La filosofía es un recurso “de último momento”?
-La popularidad de los estoicos ha sido bastante estable a lo largo de los siglos. Creo que esto nos demuestra que siempre hay gente que necesita consejos y ejercicios sobre cómo mantener la calma. No es de extrañar, ya que la vida es un auténtico caos.
El filósofo español José Ortega y Gasset comparó una vez la vida con despertarse en un escenario, en una obra de teatro. Si eso te ocurre, puedes estar seguro de que tendrás bastantes preguntas: ¿por qué estoy aquí?, ¿quién soy en esta obra?, ¿qué se espera de mí?, ¿qué significa esto?, ¿cuándo terminará?, ¿cómo debo comportarme con los demás? Estas son exactamente las grandes preguntas de la vida.
Y, al igual que para esta obra, no hemos podido ensayar para la vida. No hemos elegido estar aquí. Y todos debemos encontrar nuestro papel. En esa situación es una gran cosa que los filósofos occidentales hayan estado pensando en el arte de vivir durante los últimos 2.500 años. Y probablemente en tiempos de crisis estas cuestiones se vuelven aún más urgentes.
“Crisis” viene del verbo griego “krinomai”, que significa “decidir / distinguir”. Las crisis son momentos en los que nos vemos obligados a decidir qué nos importa y qué no. Para mí es una perspectiva esperanzadora de las crisis.
-Precisamente en su libro trata el tema de la ira, una emoción que va aflorando cada vez con mayor intensidad a escala global. Lo hemos visto con las restricciones por la pandemia. ¿Cómo afrontamos esta realidad, personal y colectivamente?
-Según el escritor indio Pankaj Mishra, vivimos en la era de la ira. Bailamos una danza macabra en la que nuestra ira se alimenta de todo tipo de imágenes repulsivas de todo el mundo.
Desde Aristóteles, el filósofo griego, somos conscientes de que en la ira siempre está el ansia de venganza. En Estados Unidos cada año mueren decenas de personas por culpa de máquinas expendedoras que les cayeron encima mientras golpeaban y pateaban estas máquinas por ira. Incluso queremos vengarnos de los objetos.
La filósofa estadounidense Martha Nussbaum viene con un hermoso alegato a favor de otro tipo de ira colectiva, la ira transitoria. En lugar de enfadarnos y tratar de vengarnos, deberíamos cultivar nuestra ira como una señal para cambiar algo a mejor, para iniciar una transición. “Vamos, podemos hacer esto mucho mejor”, nos dice.
Sobre cómo afrontar la ira a nivel individual, me encanta la idea del fotógrafo estadounidense Chris Jordan. En uno de sus proyectos intentó mostrar las consecuencias de la contaminación por plástico en la naturaleza. Debido a su ira no pudo continuar, hasta que se dio cuenta de que había algo debajo de su ira: “La ira, la rabia y la vergüenza son sentimientos superficiales. El dolor es profundo. Cuando nos permitimos hacer el duelo de verdad, es una experiencia transformadora”.
-En un mundo de vanidades, ¿de qué forma se puede gestionar el deseo, la insatisfacción, el conformismo?
-Hace un tiempo me pidieron que organizara una cena filosófica para algunas de las personas más ricas de Ámsterdam. Les hablé de las ideas de Epicuro, un filósofo griego. Él nos advierte de los deseos antinaturales, porque son la fuente de la insatisfacción. Abandonarse al deseo de prosperidad y de riqueza es como beber agua del mar, solo da más sed. Sin excepción, todas estas personas muy ricas se convirtieron en seguidores de Epicuro, ya que reconocieron esto en sus propias vidas. Cuanto más tenían, menos satisfechos estaban.
El consejo de Epicuro es que seas consciente de que la insatisfacción surge sobre todo de tus deseos, y no de la situación en la que te encuentras. Pon tus deseos en perspectiva y pregúntate: si este deseo se cumple, ¿es una garantía de que mi vida será mejor? La mayoría de las veces no lo es. De este modo, el deseo se vuelve menos poderoso y tu insatisfacción desaparecerá.
Según Diógenes, otro filósofo griego, el mayor obstáculo para vivir una buena vida es el hecho de que siempre estamos muy preocupados por lo que los demás piensan de nosotros. Para librarse de esto, empezó a vivir sin vergüenza. Siempre hizo caso a su cuerpo. Se paseaba semidesnudo por Atenas y hacía el amor en público. Así pudo entrenar su “autarkeia”, la capacidad de ser mentalmente autosuficiente y no necesitar constantemente la afirmación de los demás. Por supuesto, era un tipo un poco extraño, pero se hizo muy famoso.
Alejandro Magno, el hombre más poderoso del mundo, quiso honrarlo. Así que le visitó y le dijo: “Puedes pedirme lo que quieras y te lo daré”. Diógenes le contestó: “Bueno, si estás dispuesto a darme algo, ¿podrías dar un paso a la derecha, porque me estás tapando el sol”. Alejandro se quedó asombrado y dijo: “Si no fuera Alejandro, querría ser Diógenes’. Y entonces Diógenes dijo: “Yo si no fuera Diógenes… también querría ser Diógenes”.
La lección que podemos aprender de Diógenes es que al ajustarnos a los demás nos olvidamos muy fácilmente de ser fieles a nosotros mismos. Practicando un comportamiento no ajustado, por ejemplo, cantando en una calle concurrida cuando te apetece, o sentándote en el suelo en el supermercado cuando estás en una cola larga y te sientes cansado, refuerzas tu “autarkeia” y eso al final hace que sea más fácil en los grandes temas de la vida ser fiel a ti mismo.
-El mantra que más se repite por algunos entendidos en el campo del desarrollo personal es reinventarse, salir de la zona de confort. ¿Es sensato, conveniente, oportuno, vale la pena?
-Yo diría que el consejo de salir de la zona de confort no es una verdad universal. Hay momentos en los que el mejor consejo para la gente es quedarse en su zona de confort y disfrutarla al máximo, en lugar de forzarse a salir de ella y sentirse estresado por ello. Al fin y al cabo, por algo se llama “zona de confort”.
-Occidente, en particular, ha tenido la oportunidad de afrontar el tema de la muerte, que sigue siendo tabú. ¿La hemos aprovechado o no?
-Cuando viajé por la India vi cómo en la ciudad Varanassi los hindúes quemaban a sus seres queridos fallecidos. Ante la muerte, todos estaban tan tranquilos y serenos que me sorprendió. Le dije a una mujer que me sorprendía lo relajados que estaban mientras quemaban a sus seres queridos. Ella me respondió: “Quizás, nosotros en Oriente estamos relajados ante la muerte, pero vosotros en Occidente estáis muy estresados con ella. Es la única certeza que tenéis en la vida y aun así parece que os abruma cada vez que ocurre”.
El filósofo francés Michel de Montaigne instó a sus lectores a pensar en la muerte lo más posible. Les ayuda a tomar las decisiones correctas en su vida y a darse cuenta de lo que es importante. Su consejo para los escritores es que vivan en un lugar donde puedan tener un escritorio con vistas a un cementerio. Eso te hace ser más creativo y escribir mejor.
Pero en Occidente no queremos pensar ni hablar demasiado de la muerte. Estamos más preocupados por mantenernos lo más jóvenes posible, vivimos en una cultura antiedad. Quizá así nos perdemos grandes ejercicios de reflexión que nos ayudan a vivir con sentido. Por ejemplo, imagina que solo te queda un año de vida. Escribe todas las cosas que dejarías de hacer, que empezarías a hacer o que seguirías haciendo. Y luego, claro, la pregunta es por qué no empezar a hacerlas de todos modos.
Séneca escribió una vez: “No es que tengamos poco tiempo de vida, sino que desperdiciamos mucho”.
-En cuanto a la libertad, ¿qué tan libres somos o nos creemos? Smartphones, ¿nuevos artículos de control venerados por sus prestaciones? ¿Disfrutamos de mayor autonomía? ¿Asumimos compromisos o huimos de ellos?
-Nuestra concepción de la libertad es que nos convertimos en seres más libres cuando tenemos menos compromisos. Sin embargo, según el filósofo británico Isaiah Berlin, la libertad tiene dos caras diferentes. También puedes ser más libre si te comprometes con las cosas que son mejores para ti.
Por un lado, está la libertad de los compromisos; por otro, la libertad de elegir e ir completamente a por ello. Esto te da la libertad del autodesarrollo.
Cuando aprendes a tocar la guitarra (o un deporte), hay todo tipo de reglas que tienes que seguir. Pero, aun así, estas reglas pueden darte la libertad de tocar la guitarra. Lo mismo ocurre con tu carrera o tu vida de pareja.
Pensamos que solo podemos ser libres cuando no nos comprometemos. Sin embargo, de forma misteriosa, podemos ser más libres si nos comprometemos.
-El enfoque cuantitativo de la vida, apoyado en las estadísticas sociales y la tecnología aplicada, nos han convertido en números. Al parecer, se necesitan para explicar o interpretar lo que nos pasa, la realidad, el mundo. ¿Es así o podemos burlarnos de ellos, como decía Saint-Exupéry?
-Por supuesto, describir la realidad en números nos da una especie de control de la realidad. Sin embargo, hay un escollo cuando pensamos que los números pueden describir toda la realidad. No debemos olvidar que siempre hay asuntos que no podemos describir con números. Si nos fijamos en los programas de televisión, el éxito se mide por el número de personas que los ven. Pero el impacto que tiene en los espectadores es mucho más interesante. Como no podemos medirlo, solo nos fijamos en las cifras de audiencia. Lo mismo puede ocurrir en el trabajo, con las evaluaciones de rendimiento. No podemos cuantificar la fidelidad de un empleado, ni el humor que ha aportado al equipo. Estas cosas importan, pero no estarán en la hoja de cálculo.
¿Cuándo será mi libro un éxito en España? ¿Cuándo 10.000 personas lo compren, todos lean un capítulo y lo coloquen en su estantería para no volver a mirarlo nunca más o cuando 100 personas lo compren, lo lean, lo relean, lo tengan en su mesita de noche, lo utilicen para tomar grandes decisiones en su vida? Por supuesto, la segunda situación es mucho más exitosa, pero no podemos verlo en las cifras de venta.
En una sociedad en la que los números son cada vez más dominantes, es bueno recordar lo que escribió una vez William Bruce Cameron: “No todo lo que cuenta puede ser contado, y no todo lo que puede ser contado cuenta”.