Débil, fatigada, de poco espíritu o energía… Este es el perfil de la persona lánguida según el diccionario. O como dicen algunos especialistas en salud mental, individuos que se sienten estancados, vacíos, apáticos, sin pasión ni propósito de vida.
Todo funciona en modo automático: levantarse, desayunar, ir al trabajo. Hay que hacerlo y punto. Pero no hay rumbo, sin deseo ni entusiasmo.
Si bien se encuentra entre los estados emocionales normales -alguna vez todos pasamos por ella-, la languidez puede cronificarse. Ese aplanamiento, esa apatía, se vuelven constantes.
Y hay cosas que pueden ser señales de alerta en estos casos, como los llamados empachos de redes sociales, como también de alcohol o comida, sin olvidar los deportes y salidas, que se convierten en recursos de evasión. Hay un vacío que gestionar y no siempre se hace de la mejor manera.
Se produce igualmente una desconexión con el mundo que nos rodea, con disociación y sensación de no pertenencia. No se advierte la gente que va por la calle. Y además a nivel personal no se notan el hambre, la sed ni otras necesidades fisiológicas.
Otra señal puede ser la pérdida de interés por actividades que siempre han gustado.
Sin llegar a serlo, no hay que menospreciar a la languidez porque puede transformarse en una depresión. Pasar de los tonos grises a la oscuridad, de la que ya resulta más dificultoso salir, no está fuera de las posibilidades, advierten los especialistas.
¿Cómo no llegar a esa situación extrema y grave? Pues tomando en cuenta que es un aviso, que la languidez es una alarma que indica que ha llegado el momento de pasar a la acción. Estamos haciendo cosas que no queremos continuar, por lo cual se deben revisar las relaciones personales, el trabajo, aquello que nos motiva… Es una bisagra para abrir la puerta a la recuperación de nuestro dominio. Enfrentar lo que sucede y dejar de evitarlo.
Una buena herramienta es el mindfullnes, la meditación. Así nos conectamos con el presente, prestando atención plena en todo aquello que realizamos, encontrando que todo tiene un sentido.
Otros recursos como tomar diferentes rutas o caminos para ir al trabajo también pueden ayudar, pequeñas acciones como concurrir a sitios nuevos, haciendo fácil el contacto con uno mismo y el entorno. Es decir, desterrar el ir en automático y exponerse a la novedad.
Además son útiles una ducha fría e imprevista o tocar los pies con la tierra para estimular el sistema nervioso. Y, por supuesto, comunicar a personas allegadas, familiares y amigos, que pueden ayudar a salir de esa sensación de vacío existencial. Cuanto antes, mejor. Prevenir es en todos los casos lo recomendable.
Fijarse pequeñas metas, como asearse convenientemente o vestir prendas que realmente gustan, hacen que se avance hacia la salida del túnel, acumulando elementos placenteros en lo cotidiano. Y todo lo dicho sin olvidar lo conveniente que es buscar ayuda profesional.