Memoria de ciudad

Una plaza, tres fundaciones

Manuel del Álamo y Albert Pitarch Navarro.
Asociación Tornatemps

Las calles y plazas de nues­tra ciudad, de cualquier ciudad, son, a veces, má­quinas del tiempo donde podemos escuchar los ecos del pasado… el sil­bido de la fusilería, el griterío del viejo mercado, los latines de los inquisidores, el galopar de las cuá­drigas, la llamada del almuédano, la tertulia de los blasquistas, la proclamación de la República…

Hay que saber escuchar, cierta­mente. Y mirar en todas las direc­ciones para recuperar este urbanismo sensorial que defendemos.

Valencia tiene algunos luga­res especiales donde es fácil este acercamiento al pasado que en los paseos de Tornatemps invocamos. (1) Por espacio nos referiremos a dos de ellos, ambas plazas muy conocidas.

Comenzamos por la Almoina. En ella proponemos descubrir y si­tuarnos sobre una lápida frente a la puerta románica de la catedral con un precioso trébol y un poe­ma de Ausiàs March –enterrado precisamente en dicha catedral y cuya tumba puede verse aún hoy–y desde esta escondida atalaya construir un telúrico triángulo de lo mejor del románico que perma­nece en Valencia.

La capilla de San Miguel, frescos medievales únicos en nuestra ciu­dad, del siglo XII, en San Juan del Hospital, calle Trinquete Caballe­ros, 5, sería nuestra primera visita. Esta increíble iglesia de caballeros-guerreros nos traslada al Grial, a la Jerusalem conquistada y perdida ante el gran Saladino y a tantas otras historias de reinas y tumbas que guardan este yacimiento de historias y memorias.

Continuaríamos con la torre ro­mánica -igualmente el único ejem­plar que se conserva en Valencia de este tipo de arquitectura- en la calle de El Salvador, iglesia recien­temente remozada, la calle más antigua de la ciudad, su memora­ble cardo romano y, naturalmente, la puerta románica de nuestra ca­tedral, con sus siete matrimonios de sonrisa etrusca mirándonos como construimos nuestro ima­ginario paseo por la Valencia del siglo XII. De la puerta hablaríamos mucho. Fijémonos en los 20 que­rubines que la enmarcan. Son los espíritus puros, ni hombres ni mu­jeres, son sencillamente volátiles felices… para los judíos cuidaban de la entrada al jardín del Edén y sus referencias son abundantes en el Talmud y la Cábala. Son servido­res de Dios, pero también protec­tores de los justos.

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Señal misteriosa de que la des­truida judería de nuestra ciudad se encontraba bien cerca, su calle principal, la calle del Mar. Pero ello sería otra historia.

Lo prodigioso es que, también él alado, el Mercurio-Hermes pa­gano, está no demasiado lejos de nuestros querubines, en la cripta arqueológica en la plaza del Arzo­bispo podéis admirar un precioso fresco romano de dicho divinidad. El destino los une misteriosamen­te, pero son pocos los que lo saben.

En la plaza de los Fueros, detrás del portal de Serranos, es sin duda otro lugar especialmente mágico y trágico a la vez.

Las torres sirvieron, como cono­céis, de prisión de nobles y lugar donde los reos condenado a muer­te esperaban su traslado a la plaza del Mercado donde se les ejecuta­ba en el patíbulo. Allí tenía su sede el verdugo donde procedía a eje­cutar las torturas y mutilaciones a los condenados. Era un territorio que los valencianos, durante mu­cho tiempo, rehuían. Sin embargo, éstas fueron las primeras tierras que pisaron las personas que co­lonizaron la isla fluvial que se convirtiera en Valentia, tal y como atestiguó el descubrimiento de un puerto fluvial romano en el si­glo XIX al lado de las torres.

Y las milenarias fortificaciones de la ciudad musulmanas igual­mente están al alcance de ser to­cadas en el horno Montaner, calle Roteros esquina Palomino, en un benéfico ejercicio de invocar pode­rosas fuerzas.

Como veis, en esta plaza se dan cita las tres fundaciones de la ciu­dad: romana, árabe y cristiana…

La desmemoria, la falta de aten­ción por la administración muni­cipal, la especulación, el maldito coche que ha destruido nuestras ciudades y, cómo no, nuestras pri­sas han laminado, entre muchas cosas, el uso de la lentitud, el ur­banismo sensorial y la magia de los lugares por donde transitamos, incluso, toda una vida.

Algo habrá que hacer para re­cuperar para las personas, pero también para la memoria, nuestras ciudades.

(1) “Cuatro paseos por la ciudad de Valencia”. Carena Editores, 2014

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