Por qué el antiguo Egipto nos sigue atrayendo, a pesar de los milenios pasados desde que se apagó su luz como civilización? “Si creemos en la reencarnación, todos venimos desde aquellos tiempos. Incluso hay quienes dicen que la vida comienza en Egipto… es una teoría que puede valer”, dice José Miguel Arguix, autor de “El mensaje de Amón”, su segundo libro editado por Círculo Rojo en el que narra una historia con personajes emergentes de aquella cultura. Y, sea como sea, las pirámides, las leyendas de los dioses egipcios, el descubrimiento de las tumbas, en particular la de Tutankamón, que se ha conservado casi intacta, son razones que siempre han captado la atención de expertos y gente de a pie.
Al plantearse el motivo fundamental del atractivo misterio aún vigente, José Miguel recuerda que “hoy por hoy, y pese a muchas teorías científicas, no se sabe cómo construyeron esas magníficas pirámides, el tallado de las piedras, cómo pusieron una sobre otra… Ninguna conjetura se sostiene del todo. Pero están ahí, se pueden ver, tocar, y todavía nos preguntamos cómo lo han hecho”.
Personalmente arriesga la idea de un posible origen en la Atlántida. “Se dice que Egipto fue una colonia atlante. Platón se refirió a esa cultura en el Atlántico, y tanto griegos como atlantes se prepararon en Egipto. Estaban muy avanzados en cuanto a conocimiento para la Tierra de ese entonces”, afirma, para añadir que entre los muchos misterios que rodean aquella civilización, “se cree que las pirámides no eran tumbas realmente, sino una forma de conexión con extraterrestres. Las tres pirámides junto con la Esfinge, más el Arca de la Alianza, conformarían un llamador estelar”.
José Miguel también cita al escritor y periodista Javier Sierra, que en su último libro asegura que las pirámides eran sitios para iniciaciones. “Meterse en ese silencio interior, pleno, sin ruidos, sin luz, donde cualquier móvil se queda sin batería en tres minutos, y pasan ocho segundos de reverberación de cualquier sonido, atemoriza”, afirma, recordando que “Pitágoras, que pasó por distintos ritos iniciáticos en Egipto, estuvo solo dentro de la Gran Pirámide… No es fácil estar así, en absoluta oscuridad y silencio. Lo podemos hacer en las montañas, pero vemos estrellas, naturaleza. Allí, nada; estás contigo mismo”.
Por supuesto, y como ingrediente infaltable de una novela como la suya, aparece la leyenda negra con Howard Carter –el descubridor de la tumba del joven Tutankamón– como protagonista. Al traer nuevamente el tema de la reencarnación, José Miguel se muestra convencido de que el famoso arqueólogo inglés “es el mismo Tutankamón, que de alguna forma quería que encontraran su tumba, su tesoro”. Según parece, “Carter tenía una obsesión que relato en la novela”, agrega.
De este científico británico no hay documentación de cómo fue su infancia, apenas se sabe dónde vivió y estudió, pero en el libro “hay un guiño al respecto, acerca de la forma en que se hizo del talismán que luego lo salvaría de la famosa maldición”, y también aparece un acto de reparación, como homenaje a su figura, “porque se denunció que Carter había estropeado muchos elementos de la momia, pero es que contaba con instrumentos muy simples y hoy resulta difícil no dañar una momia a pesar de la tecnología existente. En aquellos tiempos pudo ocurrir que involuntariamente sucediera y no como algunos dicen, de forma despectiva, que quiso dañarla”.
El trabajo que luego se plasmaría en un relato novelado tuvo su comienzo cuando “en un momento determinado me llega la información de cómo mataron a Tutankamón y los motivos”, prosigue explicando. “Empiezo a contrastar y puedo afirmar que sabemos que hay cosas ciertas, otras no” sobre la historia del faraón. Así encuentro que quizá hubiera ese episodio oculto, de la búsqueda de sí mismo, y luego podría descubrir algo más”. Todo esto sintió que debía contarlo de algún modo. Un cóctel de hechos confluía para montar el eje argumental: la historia de faraón, el descubrimiento de su tumba y las evaluaciones científicas sobre el esqueleto (huellas de su violenta muerte), todo tiene coincidencia y cierta “credibilidad”. Para bocetar el guión argumental quiso evitar los lugares comunes, lo que ya es conocido, y resuelve referirse a la relación de dos amantes, una princesa y un escriba, enamorados, que se van encontrando en distintas reencarnaciones, hasta el día de hoy.
Entre los personajes destacan, entre otros, un tipo rudo de Chicago, divertido, bruto, y su amigo, un poco más amable, que trabaja con aromaterapia egipcia, que “en España conocemos a través de Gamal o Héctor Gambis”, recuerda José Miguel. También está un tal Howard en homenaje a Carter, “buscando desafiar al lector sobre a quién estamos refiriéndonos”. “Los amantes se van encontrando, como en la película El Atlas de las Nubes… Es una historia de amor”, apostilla.
El autor echa en falta que no se sepa más de la historia del padre de Tutankamón, Akenatón, que intentó sostener la creación de una nueva religión, monoteísta. “Los sacerdotes lo rechazaron porque iban a perder poder” y anticipa que por ahora no habrá secuela de “El mensaje de Amón”. Eso sí, lo que le sorprende que, a pocos días del lanzamiento, “algunos lectores ya me comentan que se quedan enganchados y lo devoran rápidamente. Incluso me ha preguntado cuándo saldrá la segunda parte. De momento, no”.
Como colofón, José Miguel reflexiona retrospectivamente: “Parece que no hemos aprendido nada después de cinco mil años…”.
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