El alma no necesita perfección, necesita aceptación

Sonia Rico, periodista, coach y autora de “Querida culpa, gracias, pero adiós”, reflexiona sobre lo que define como una pesada carga de la cual nos debemos liberar

Aurelio Álvarez Cortez

“El alma no necesita perfección, necesita aceptación”, dice Sonia Rico, periodista, coach y autora, que acaba de presentar “Querida culpa, gracias, pero adiós”, publicado por Urano. También máster en PNL, titulada en kinesiología emocional y licenciada en comunicación audiovisual, señala que debemos aprender más autocompasión, tratarnos de un modo más amable, y todo ello de la mano de la meditación como herramienta indispensable en un proceso de autoconocimiento y liberación.

-¿La culpa no es más que una construcción emocional, social, tóxica?
-Es una carga de la cual nos debemos liberar. Para vaciar nuestras mochilas, necesitamos aprender a tener más autocompasión, querernos más, tratarnos de una forma más amable y no tan rígida. Lo que pasa es que, muchas veces, no somos conscientes de cómo nos hablamos, cómo nos tratamos a nosotros mismos. El trabajo empieza ahí.

-En Occidente y en Oriente tienen una mirada distinta sobre la culpa.
-En las culturas occidentales la culpa está asociada al juicio, a la vergüenza. Desde pequeños, nos enseñan que, si hacemos algo mal, podemos perder amor, afecto o incluso pertenencia.

El hecho de equivocarse se convierte en algo peligroso. Entonces, la culpa, en vez de ser un indicador, un mensaje que me trae mi propio yo, de que algo está desajustado, deja de ser una brújula que nos sirve para crecer, sino todo lo contrario.

En cambio, en muchas filosofías orientales la culpa no tiene esa carga tan moralista. Es más un indicador. Algo que te señala que hay sufrimiento o una desconexión con uno mismo. Desde ahí tú puedes corregir lo que te esté ocurriendo, aprender o actuar de forma diferente. Porque no necesitas la redención externa o el castigo, solo tener conciencia y responsabilidad.

En el libro lo resumo con una frase: en Oriente la culpa se vive como “yo sufro” y en Occidente como “yo peco”. Es una diferencia abismal. Una te invita a sanar y la otra, a castigarte.

Es hora de soltar la culpa como una condena y empezar a verla como una oportunidad para crecer. Y tanto es así que el tema de la culpa nos persigue en todos los ámbitos y áreas de la vida, en el trabajo, las relaciones personales y el campo del crecimiento personal.

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-Es decir que, si nos convertimos en algo distinto de lo que somos, acabará por destruir esa personalidad nuestra.
-Así es. Al final, la culpa, como opera de una manera inconsciente en nosotros, nos hace actuar de forma automática. Si siento culpa, quizás la consecuencia, aunque yo no sea consciente, es que voy a estar mal.
También, las personas que se sienten culpables son mucho más fáciles de manipular, o puedo ser yo el manipulador. El no darse cuenta tiene resultados, nos hace comportarnos de una manera que quizás no es nuestra verdadera naturaleza.

Portada del libro “Querida culpa: gracias, pero adiós”.

-¿La culpa es una emoción transversal en el tiempo?
-Sí, del pasado arrastramos muchas culpas. Por haber actuado o dicho algo, o no haberlo hecho, y continuamos arrastrando el error. Nos seguimos juzgando con los ojos de hoy, cuando seguramente en el presente sabemos mucho más y somos más conscientes de muchas cosas. Por lo tanto, no podemos juzgar.

En el presente también sentimos culpa. Muchas veces no nos atrevemos a decir que no, a poner límites por el temor al qué dirán, a defraudar las expectativas de los demás, o porque seguimos acarreando creencias heredadas y que, quizá, ya no son útiles.

Y de cara al futuro también la sentimos. Cosas que tal vez quiero hacer, tengo muchos objetivos, metas, sueños, y no los hago, o pienso que no puedo hacerlos. Como esa persona que está disgusto en un trabajo y piensa “no lo voy a dejar, tengo un puesto fijo, si no defraudaré a mi familia”. Evidentemente es una emoción que está en el presente, pero la proyectamos en el futuro.

-¿Qué es la culpa mórbida?
-En el libro a la culpa también le he dado un sentido positivo, como cualquier emoción que tildamos como “negativa”. Toda emoción que yo siento, tristeza, ira, lo que sea, tiene su sentido.

Por ejemplo, la ira puede estar hablando de los límites que yo debería poner y no lo hago. Y me enfado mucho. Siento esa ira contenida. Con la culpa pasa exactamente lo mismo. Cargamos con muchas cosas que nos hacen sentir culpables, pero como no lo estamos entendiendo bien, nos vamos al otro extremo y se convierte en una culpa muy grande, tanto que ya no sabemos ni de dónde viene. Es un sentimiento muy tóxico que nos paraliza o que nos hace actuar de formas que no lo haríamos, o que no van con nuestra naturaleza.

-Afirmas que el alma no necesita perfección, necesita aceptación.
-Exacto. La perfección en nuestra sociedad está muy bien vista. El perfeccionismo, el “tengo que ser mejor”, el compararse constantemente con el otro, y más con estos espejos que tenemos que son las redes sociales.

Parece que esté bien visto que uno no tenga tiempo para el descanso, que cada vez produzca más, porque al final esta sociedad nos mide en términos de producción

Ese perfeccionismo no deja de ser otra cosa que culpa disfrazada, una exigencia enmascarada. Es una creencia de “no soy suficiente”, y por eso tengo que estar superándome más y más, y a veces no tiene fin.

Necesitamos aceptarnos como somos, con nuestras virtudes y con nuestros defectos. Una vez que acepto como soy, puedo decidir qué camino emprendo. Si quiero mejorar ciertos aspectos de mí, que partan desde la aceptación.

-Hablemos de la culpa como herramienta de control social y moral. ¿Cuáles son las señales de que la culpa está siendo utilizada como un instrumento externo?
-Hay un indicador que es básico. Pero para descubrirlo debemos hacer trabajos de introspección, para acallar un poco la mente, estar con uno mismo y ver cómo me siento. ¿Cómo me siento después de estar con esa persona que me hace sentir constantemente culpable? ¿Me queda un sentimiento negativo, me falta de energía? El pensamiento de “qué he hecho”, “por qué lo dije”, “por qué me ha dicho tal cosa”.

Con la sociedad ocurre exactamente lo mismo. La publicidad, por ejemplo, está llena de estrategias para hacernos sentir culpables. Debes trabajar no sé cuántas horas al día, superarte en el trabajo, tener el cuerpo de diez, la cara sin arrugas… unas exigencias que, al final, ¿cómo me hacen sentir?

Me siento obligada a ir al gimnasio cada día, a ser la mejor madre del mundo, ser la mejor mujer, la mejor amiga, la mejor, la mejor… ¿Cómo me siento? Pero para eso hay que entrenar la atención plena y tener un espacio donde me encuentre conmigo misma. ¿Qué siente mi cuerpo? Cuando la mente no lo sabe, porque nos engaña constantemente, volvemos al cuerpo.

Yo apelaría cada día a guardarnos en espacios, aunque sea unos minutos, para estar con nosotros. Respirar, hacer un escaneo del cuerpo, cómo me siento, porque ahí encontraremos respuestas.

“En la crianza de los hijos, a veces, por no ser coercitivos, de manera frontal usamos el camino de la persuasión, pero se cuela la culpa”.

-Vamos hacia una sociedad que no sabemos bien cómo se estructurará y qué valores tendrá. De todas maneras, a los padres, según dices, no hay que honrarlos por mandato.
-Ese mandato ha sido devastador. Muchas personas han defendido el trato que han recibido de sus padres cuando han estado en una familia donde ha habido maltrato físico, psicológico.

El respeto se gana cuando las dos partes se sienten a gusto, se sienten comprendidas y validadas.

Pero antes me gustaría distinguir entre valores y lealtades inconscientes. Muchas veces seguimos ciertos patrones porque creemos que es la forma de honrar a quienes nos criaron. Si yo sé que mi madre se sacrificó toda la vida, yo también debo hacerlo; o si mi padre nunca descansó, pues yo tampoco me lo voy a permitir. Eso no es fidelidad consciente, es culpa heredada. Ellos no hicieron ese trabajo de consciencia que tenemos la oportunidad de hacer nosotros, por diferentes contextos sociales, culturales.

Para sanar necesitamos revisar esas creencias con amor y sin reproches, sino agradeciendo todo lo que nos han dado. Pero nosotros lo podemos hacer de otra manera. Es decir, me planteo si esto sigue siendo válido para mí, ¿me acerca a quien yo quiero ser o me aleja?

Reformular no es traicionar, sino tomar todo aquello valioso y soltar lo que ya no sirve. Es elegir desde la consciencia y no desde el miedo.

También debemos cambiar nuestra forma de acompañar a los demás. A nuestros descendientes o a personas cercanas que estén a nuestro cargo, sobre todo los pequeños. Venimos de generaciones donde se educaba desde el deber, el castigo, el adoctrinamiento, pero hoy sabemos que existen otras formas. Parece ser que somos la primera generación que estamos educando con presencia, ayudando a florecer, y no castrando.

Muchas de nuestras culpas vienen de reproducir esos modelos, de haber aprendido que si no éramos como esperaban, no merecíamos amor. La culpa transgeneracional.

Es así que, como vemos, se va originando una cierta dependencia emocional o psicológica. Lo hacemos voluntaria, inconscientemente, a cambio de nada.

Por otro lado, en el tema de la crianza de los hijos, a veces, por no ser coercitivos, de manera frontal usamos el camino de la persuasión, pero se cuela la culpa. Y esto no lo vemos muy claro. Es que lo tenemos muy interiorizado. O sea, es el juego de la manipulación, sobre todo en la educación.

Lo tenemos muy interiorizado y también forma parte de nuestro contexto cultural. Nosotros nacimos culpables, por el pecado original. Adán y Eva fallaron, desobedecieron en el paraíso, y según esa narrativa, toda la humanidad heredó la culpa. Con ellos vinieron Abel y Caín, se enfrentaron los polos, aparecen el bien y el mal. El bien y el mal no existen en realidad porque sabemos que la luz y la sombra son todo uno, pero depende de quién mire la etiqueta esto es bueno y esto es malo.

Por lo tanto, todo lo que a me aleja del bien me hace sentir culpable. Ese bien, si lo dicta mi madre o mi padre, ¿cuál puede ser el bien? Yo sé que hay padres y madres que quieren lo mejor para sus hijos, pero hay otros que, desgraciadamente, como no han aprendido más, ese bien puede estar muy restringido.

Alguien puede decir “bueno, yo no soy creyente, a mí todo esto no me afecta”. Pues sí, le afecta porque todo esto forma parte de nuestro inconsciente colectivo. La manera en que vivimos la culpa es muy cultural.

-Y luego está el tema de la deuda emocional. Yo te doy, tú me das; yo te quiero en la medida en que tú me quieres y como yo quiero que me quieras. Una transacción, una negociación, es el pan de todos los días en cualquier ámbito, en la familia, en el trabajo, en la carrera profesional.
-Así es, amamos con condiciones y expectativas. Hay que quitarse las expectativas y ser conscientes de ellas, todo empieza por ahí. Cuando uno quiere trabajarse, estar alerta de lo que hace. Yo intento estar alerta y fallo cada dos por tres, pero al darme cuenta digo “¡ah!, estoy haciendo esto, pero tengo esa expectativa”. No, no la tengas. El problema es la inconsciencia.

-El qué dirán también es muy tóxico.
-Nos frena muchísimo el miedo a la exposición, que viene del diálogo interno, lo que nos decimos a nosotros mismos. Seamos conscientes de que la culpa y la vergüenza van de la mano. La culpa nos hace cuestionarnos lo que hicimos o no hicimos. Nos sentimos culpables por eso, pero la vergüenza es hacia afuera.

Tengo vergüenza de mi persona, por lo que los demás vayan a decir. En el fondo no estoy aceptando quién soy. Si yo aceptara quién soy, no tendría miedo a exponerme. Hay que trabajar mucho la autoaceptación. Y esa compasión de que no soy perfecto, soy como soy. Si me falta alguna cosa que pulir, lo hago, pero lo hago amablemente hacia mí.

-Dices que nuestro cuerpo actúa como un espejo. Nos muestra a través de molestias, dolencias, aquello que no hemos sido capaces de procesar emocionalmente.
-La culpa no deja de ser algo muy tóxico que uno lleva dentro. Es mi mente rumiando todo el tiempo y de forma negativa, que genera un estrés interno constante, demostrado por la neurociencia, por los médicos. Repercute en el cuerpo: en el aparato digestivo, con tensiones musculares, y ya se sabe que la falta de salud mental afecta la salud física y viceversa. Está demostradísimo.

Es la culpa lo que enferma, el estrés crónico al que nos somete.

Y cuando el ego se siente amenazado, pasamos a otra dinámica. Proyectamos la culpa en los demás: “No soy yo sino los demás los culpables”. Todo es culpa del gobierno, de la política, del mundo, del cambio climático…

Hay una diferencia abismal entre lo que es culpa y lo que es responsabilidad. Hemos mal aprendido qué es la responsabilidad desde pequeños. Nos han hecho sentir que éramos malas personas, y nosotros no nos queremos sentir así.

Por eso, en este libro he incluido esa mirada de otras culturas, de las filosofías orientales, porque ellas sí tienen ese concepto, no tanto de culpa o vergüenza, sino de responsabilidad. Sin tanta connotación moralista y negativa. Si soy responsable de algo, si puedo, lo reparo. Veré qué puedo hacer para remediar eso y asumo mi responsabilidad.

En vez de huir de la responsabilidad, yo animaría a que cuando echemos culpas fuera, nos preguntemos qué es lo que hay de nosotros en tal cuestión.

-¿Cómo actúa la meditación en relación con la culpa?
-Pues como con cualquier pensamiento. Es decir, yo puedo observar. La culpa es un sentimiento, pero antes es un pensamiento que me hace tener esa sensación en el cuerpo.

La meditación te ayuda a observar todo eso que pasa por nuestra mente y nos ayuda a silenciar, para que el ruido mental cada vez vaya a menos. Y puedo volver a la respiración, que acalla la mente.

-Pero si no soy culpable, ¿de qué me voy a arrepentir?, ¿qué voy a perdonar o perdonarme?
-Si tomamos la culpa como un indicador de que algo está desajustado o de que, a lo mejor, no he actuado de la mejor manera, con la meditación puedo darme cuenta de que quizás no hice lo mejor para otra persona o cometí un error, o lo que sea.

Claro que tengo que pedir perdón y reparar si de alguna manera provoqué un daño.

Ahora, cuando hablamos de culpa mórbida y me siento culpable por todo, es mucho más profundo lo que debo mirar o revisar. Lo dicen los grandes lamas: no es el momento indicado de empezar con una meditación, sino que primero hay que mirar esos grandes traumas, saber de dónde vienen, localizarlos, tratarlos y después, sí, puedo observar esos pensamientos.

Para poder perdonarme o perdonar, a lo mejor tengo traumas de la infancia y debo entender que mis padres venían de donde venían. Y no solo hacerlo a nivel mental, lo tengo que sentir. Sentir ese perdón. Tenemos que aceptar lo que ha ocurrido. Sanar desde la compasión. La aceptación es el mayor regalo que nos podemos dar, sin duda. Es un acto de liberación, un camino hacia la paz, que se da aquí y ahora cuando lo hacemos, libres de culpas, para tener todo aquello que necesitamos para vivir plenamente. Más responsabilidad, cero culpa.

🠋 Aquí puedes ver la entrevista completa en nuestro canal de Youtube.



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Stanislav Kondratiev
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