Amor a uno mismo y al prójimo

Al tomar conciencia de nuestro "verdadero ser", el Amor subyacente queda plenamente liberado y su vibración brilla en nuestra vida

Emilio Carrillo

La visión aún mayoritaria en la Humanidad de un Dios “exterior” –algo o alguien separado, distante y ajeno a nosotros mismos– ha desfigurado lo que el amor al prójimo significa, implica y conlleva. Cristo Jesús lo expresó muy bien en el mensaje que recoge el Evangelio de San Marcos (12, 31). Sus palabras exactas fueron: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

Es bastante evidente que en ellas conviven dos componentes: el “amor al prójimo” y el “amor a uno mismo”. Y el segundo componente –el amor a uno mismo– se plantea rotundamente como condición necesaria para ejercer el amor al prójimo. El adverbio de modo “como” denota idea de equivalencia y, por el orden en el que se muestran en la frase, supedita claramente el amor al prójimo al amor a uno mismo. Por lo que si el amor a uno mismo es pequeño o no existe, será pequeño o no existirá el amor al prójimo: ¡en la medida en que te ames a ti mismo, amarás al prójimo!

Siendo tan obvio este mensaje, ¿por qué se malinterpreta y se cercena, poniendo el acento en el amor al prójimo y olvidando la premisa que lo antecede: el amor a uno mismo? Pues porque lo de amarse a uno mismo suena muy egoísta y egocentrista. Pero esto sucede debido a que, bajo la influencia del Dios externo, no nos percatamos de nuestro “verdadero ser” y “naturaleza esencial” y divinal, y no reconocemos el Dios que es yo, tú, cada uno, todos y todo. Como afirmó H. P. Blavatsky en el volumen I de La Doctrina Secreta: “El hombre tiende a convertirse en un Dios, y después en Dios”.

Endiosamiento

Este reconocimiento de nuestra divinidad es el significado profundo de amarse a uno mismo y conlleva el “endiosamiento”: sentir, “ver” y percibir que Dios es yo y yo soy Dios cuando ceso de identificarme en exclusiva con mi componente físico, mental y emocional, con esa parte de mí que tiene fecha de caducidad y que es el “vehículo” para que la dimensión espiritual y divinal que todos atesoramos experiencie y se despliegue en el plano humano y en esta dimensión.

Al hablar del amor a uno mismo y situarlo como condición imprescindible para poder amar al prójimo, Cristo Jesús hace hincapié en la necesidad del “endiosamiento”, ya que amarse a uno mismo supone descubrir y percibir que Dios es yo y yo soy Dios cuando ceso de ser “yo”, cuando dejo de identificarme con los cuatro componentes de mi yo efímero y perecedero –cuerpo físico denso, doble corpóreo o cuerpo etérico, aspecto emocional o vehículo astral y aspecto mental inferior o mente concreta– y la personalidad a ellos asociada, y tomo consciencia de mi Yo Superior –alma humana, Buddhi o Alma Universal y Espíritu o Atmán, nuestra genuina esencia–.

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Esto representa amarse a uno mismo: identificarse con el Padre/Madre y hacerse uno con Él; identificarse con el Dios que es yo, no con un ego que se empeña en separarse y aislarse de Él.

Y ningún egocentrismo hay en amarse a uno mismo. Todo lo contrario, pues se requiere mucha Humildad y mucho Amor para cesar de ser “yo” y propiciar que la “amada” se transforme en el “Amado”, en expresión de San Juan de la Cruz, quien subrayó igualmente que “el más perfecto grado de perfección a que en esta vida se puede llegar es la transformación en Dios”. Y sólo al ocurrir esta transformación, sólo en ese punto del proceso evolutivo en el que se toma consciencia de nuestro “verdadero ser” y “naturaleza esencial” y divinal, el Amor que Somos se libera de todas las capas que lo cubrían.

Amor

Lo que comúnmente llamamos amor –el amor humano en sus diferentes expresiones– es maravilloso, pero es una emoción y un sentimiento. El Amor es otra cosa bien distinta, pues es una vibración muy especial: la Vibración Pura y Primigenia (VPP) que emana de la Fuente; la vibración de lo Inmanifestado; la vibración que brota de modo natural de la dimensión subyacente de Dios e impulsa la configuración de la dimensión superficial, de lo Manifestado. Y esta vibración se encuentra presente y subyacente en toda la Creación y, por supuesto, en el ser humano.

Al tomar consciencia de nuestro “verdadero ser” y “naturaleza esencial”, el Amor subyacente en nosotros queda plenamente liberado y su vibración, la Frecuencia de Amor, brilla en nuestra vida, haciendo realmente posible el amor al prójimo, que se despliega de manera espontánea, sin trabajo ni esfuerzo y sin noción alguna de obligación, deber o imposición ética o moral. Hasta el punto de que ya ni siquiera se “ama”, pues seguiría entonces actuando un “yo” separado, sino que Somos Amor y Amor es intrínsecamente todo lo que compone y se desenvuelve en nuestro “Vivir Viviendo”: conscientes de la “innecesariedad de hacer” y ejercitando y compartiendo de manera natural y con entusiasmo nuestros dones y talentos, lo que supone un hacer “no haciendo”.

En cambio, cuando se vive en un estado consciencial que concibe a Dios como algo exterior a uno mismo, el amor al prójimo es muy a menudo una ficción mental y, hasta por extraño o duro que parezca, una manifestación del ego. Por esto, por el influjo de la “insoportable levedad del ego”, tantas personas ven en el amor al prójimo una vía para ser “buenos” o, incluso, “mejores” que los demás. O para alcanzar el Cielo; o para merecer el juicio positivo de un Dios ilusamente separado de nosotros y colocado mentalmente en las alturas, en la distancia.

También por ello son tantas las personas que, tras dedicar mucho tiempo y esfuerzo a amar al prójimo, se hallan insatisfechas y se preguntan: ¿cómo es posible que, después de todo lo que he hecho por los demás, lo que encuentro en mi interior no sean los frutos de esa siembra, sino una íntima y honda sensación de vacío y agotamiento?

La razón de todo esto radica en la falta de amor a uno mismo: no percatarse de nuestro “verdadero ser” y “naturaleza esencial” y divinal, separarse consciencialmente del Dios que es yo y concebir un Dios externo que nos observa desde la lejanía y la fragmentación. Con el amor a uno mismo, al ser uno con el Padre/Madre, el Amor que Somos todo lo inunda y su Frecuencia todo lo llena.

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