Silvia Cacciatore
Nathaniel Branden, psicoterapeuta canadiense y autor de numerosos artículos sobre ética y filosofía política, dijo: “Nuestras respuestas ante los acontecimientos dependen de quién pensamos que somos y de cómo valoramos eso que somos, y por eso, los dramas de nuestra vida son los reflejos de la visión íntima que poseemos de nosotros mismos”.
Sin duda, la forma en que nos sentimos en relación a nosotros mismos afecta nuestra experiencia de vida. Una buena valoración personal se traduce en confiar en uno mismo y sentirse capaz para enfrentar cualquier situación, como también saberse digno, de disfrutar de aquellos logros alcanzado y con el derecho a satisfacer las necesidades existenciales. Es lo que se conoce como autoestima, que construimos en los primeros años de vida.
Es en la infancia cuando se consigue consolidar esta convicción de creer en uno mismo, lo que se acompaña, más tarde, de una madurez psicológica apropiada. De no ser así, habrá una reacción desadaptada ante las circunstancias que se presenten, como ser más proclive a quedarse con lo negativo y no con las cosas buenas y agradables de la vida, o sentirse más inseguro. También se buscará la aprobación de los demás escondiendo nuestras verdaderas necesidades, o se tratará de evitar situaciones dolorosas en lugar de enfrentarlas, soslayando la toma de decisiones al pensar que no se es lo suficientemente preparado o digno.
Pero podemos remediar, en el caso de que así fuera, la falta de autoestima. Tenemos la oportunidad, y podemos desarrollarla, siendo adultos. Primero habrá que apreciar y reconocer conscientemente “lo que somos”, para a continuación explorar “lo que podemos llegar a ser”. Esto se alcanza examinando y fortaleciendo cuatro aspectos de nuestra vida:
- La visión de uno mismo.
- La forma en que nos relacionamos con los demás.
- La visión que tenemos de nuestra propia historia de vida.
- La interpretación que hacemos de la realidad.
La visión de uno mismo se consigue revisando cómo se ve uno mismo física, emocionalmente. En cuanto a los hechos vividos, descubrir cuál es el sentimiento de identidad en lo personal y también ante los demás, en el contexto familiar, social, laboral, etcétera.
En la forma en que nos relacionamos con los demás hay que examinar los conflictos que surgen al vincularnos con otros. Habitualmente en quienes tienen baja autoestima predomina cierto complejo de inferioridad que los lleva a ver cosas que no hay en los gestos, actitudes o palabras de los demás. Como resultado, existe una tendencia a vincularse en términos desmedidamente emocionales. A estas personas les cuesta decir lo que piensan porque siempre están considerando la respuesta de aprobación del interlocutor. Pero también detrás de alguien con actitud violenta y lenguaje afilado se puede ocultar un individuo con muy baja autoestima.
Por su parte, en la visión que tenemos de nuestra propia historia de vida -factor destacado en el origen de la autoestima- es menester analizarla de forma consciente puesto que podemos quedar limitados por las situaciones dolorosas o los hechos vividos, deformando la manera de mirar y experimentar la vida, sin ser conscientes de la importancia de estos condicionamientos.
El hecho de no confiar en los demás, de procrastinar, de no atreverse a tomar decisiones, ser excesivamente perfeccionista o autoexigente, o también sobradamente despreocupado, puede ser una señal de que nos hemos quedado atrapados (condicionados) por un fragmento de nuestra historia que todavía no hemos superado. Otra cuestión a tener en cuenta: es importante perdonar lo que necesite ser perdonado y liberarnos del sentimiento de culpa.
Y en cuanto a la interpretación que hacemos de la realidad debemos saber objetivamente en dónde estamos parados, qué significado damos a los hechos que nos tocan vivir. La persona con baja autoestima tiende a generalizar creyendo que esto “siempre” le ocurre a ella o que “solo” le ocurre a ella y a los demás no. Del mismo modo hay una tendencia a interpretar las circunstancias de una manera más emocional que objetiva, de ahí que sea preciso aprender a desentrañar el significado de lo vivido, explicándolo en términos más racionales.
Esta práctica de exploración y autoconocimiento la deberíamos hacer en algún momento de la vida, y no únicamente aquellos que se sienten con una baja autoestima. Todos tenemos algo que madurar o algún condicionamiento que traspasar.
Tal vez la aventura más importante sea la relacionada con la propia evolución, la búsqueda de la serenidad interior y el reencuentro con nuestra naturaleza más íntima. Y todo esto permitiéndonos disfrutar de la vida y contribuyendo con lo mejor de nosotros mismos.