Pablo Arturi
“Es un libro escrito por varios sabios que ha ido desarrollándose y madurando con el tiempo, durante siglos”. Laura Paradiso, facilitadora del I Ching, va desgranando cada palabra de su definición del famoso compendio oracular chino, cuyos orígenes se remontan doce siglos antes de Cristo.
“Lo comenzó Fu Xi –prosigue–, el primer emperador chamán, quien en estado de meditación visualizó los trigramas que luego conformarían los conocidos hexagramas. Según la leyenda, los vio sobre el lomo de un animal mítico. Después el rey Wen Wang Gua, mientras estuvo preso bajo una tiranía, al meditar sobre estos trigramas como un medio para mantenerse íntegro, realizó la combinación de los 64 hexagramas. Su hijo, el duque Zhou, continuó el trabajo, poniendo texto a las líneas, por lo cual cada línea tiene un significado”.
Más tarde, Confucio daría una interpretación oral a los textos de este “Libro de las mutaciones”, y sus discípulos tomaron notas de sus reflexiones. Como explica Paradiso, “este crecimiento orgánico se dio en una evolución con la humanidad, en cada etapa se fue agregando algo… miradas”.
Por lo tanto, “el I Ching es un manual del desarrollo humano, como cualquier libro sagrado, la Biblia, la Torá o el Bhagavad Gita, textos antiguos que hablan de la potencialidad de lo humano, en forma de código, de metáfora, para que pueda haber un desarrollo personal de todas las potencialidades que tenemos”.
Al profundizar el concepto de que por su mediación nos ponemos en contacto con nuestro sabio interior, afirma que “con el uso del I Ching provocas una sincronicidad en la que un hecho físico y uno psíquico se juntan en el tiempo”. ¿Cómo? “A través de un ritual, en un trabajo de introspección, en el que te preguntas a ti mismo”, admitiendo que “parece muy extraño que un libro te responda, pero en realidad lo hace tu propio ser. Al provocar ese hecho sincrónico atraviesas esa barrera de la personalidad, la máscara, y mediante el oráculo viene una respuesta que resuena profundamente”.
Concretamente, en el primer hexagrama, el I Ching atraviesa esa barrera que separa al hombre común de su ser superior, que es quien sabe.
Por lo tanto, más que oracular, para Laura Paradiso este libro “es evolutivo”. Y lo fundamenta: “Leer el I Ching nos alinea permanentemente. Como estamos fragmentados, cuanto más lo lees y trabajas como herramienta de consulta, más te pones en tu eje. Por eso se trata de un libro que trabaja para la evolución de lo humano”.
Es sabido que Carl Jung lo utilizaba para indagar el inconsciente de sus pacientes porque “es un texto que trabaja desde la metáfora, o la poesía en sí; nos ablanda, nos sensibiliza, nos pone más receptivos. Y desde ese lugar opera: desde lo simbólico. Hay veces que aunque no lo entendamos interviene igualmente desde otro plano”, asegura.
Acerca de cómo utilizar o leer el I Ching, recuerda que “los chinos aconsejan leerlo de corrido del principio al final, cinco veces, y después puedes decir que lo comprendes y conoces”, aunque depende de la corriente o escuela que se trate. “Hay distintos métodos de consulta”, agrega. Personalmente prefiere una lectura conjunta. “Puedo tener mi interpretación, pero no es lo importante. Yo soy un facilitador y quien consulta debe estar presente, activo. No conviene perderse con instrucciones, lo que salga tiene que resonar con la persona. Las cosas no pasan porque sí, sino por una razón. Por eso el I Ching nos pone en eje, alinea, y nos hace conscientes de nuestra participación. No hay azar, sino sincronía“.
Paradiso sostiene que así como el tarot, la cábala y la astrología son lenguajes sagrados que ponen en contacto con otro plano de uno mismo, el I Ching no es para nada diferente, puesto que todo depende desde donde lo abordes. “Es muy raro que el I Ching contradiga una revolución solar, una carta natal o una tirada de tarot”, afirma.
En el momento en que tienes las monedas (con las que se hace una consulta) en la mano, están todas las posibilidades, y cuando las arrojas, configuras esa totalidad dada por los 64 hexagramas de una forma que a te representará.
Lo mismo sucede con el tarot: están todas las cartas, mezcladas, cortadas, y se conforma esa totalidad que son los arcanos, etcétera, estableciendo también la totalidad de una forma que te representa. En la astrología se ve el movimiento del cielo y en determinado instante ese cielo queda plasmado, la carta te representa. En realidad, es tomar una porción de una totalidad y uno se ve reflejado ahí.
Otra cuestión significativa en el I Ching es su intrínseco vínculo con la naturaleza, los elementos, y el sustrato de la filosofía china. “El ser humano está inserto en la naturaleza y respondemos a ciclos”, explica Paradiso, que continúa con una analogía: “Tenemos un nacimiento, como si se tratara de nuestra primavera; luego hay un desarrollo con un momento de plenitud, el verano; más tarde maduramos, el otoño, y finalmente trascendemos, el invierno. Consideremos además que estamos en un planeta que forma parte de un sistema solar, y tanto uno como otro poseen ciclos”.
El I Ching plantea que nos encontramos inmersos en un ciclo, aquello que nos relata cada uno de los hexagramas, los cuales muestran la cualidad de un tiempo, describiendo una situación de plenitud, de retorno, de preponderancia de lo grande, etcétera. Y nos habla de cualidades energéticas que responden a un tiempo y que se desplegarán en él. Específicamente, los hexagramas del I Ching son 64 escenarios posibles.
Tal y como vemos también en el tarot y la astrología, en el I Ching se observa la ley de polaridad, con el yin y el yang (las líneas abiertas y cerradas), y la ley de correspondencia o principio de correspondencia, cómo es adentro es afuera y como es arriba, es abajo.
“Todo el tiempo nos estamos moviendo en estos dos planos –dice la consultora–. El I Ching muestra afuera lo que está pasando dentro. Siempre una escena que se configura en el exterior es el reflejo de lo que pasa internamente, más allá de que nos guste o no“.
Más información: iching-elpozodeagua.blogspot.com.es