Más allá de las fantasías, los sueños y las vivencias

El proceso de individuación de Jung y la influencia de la alquimia

Patricia Fernández Acosta
Psicóloga y Máster en Psicología Analítica Junguiana

El proceso de individuación, mediante el cual una persona transita hacia un estado indiviso (entre consciente e inconsciente), está presente desde el nacimiento en tanto consiste en un proceso de maduración espontáneo y autónomo de la psique.
Jung se refirió estrictamente a él cuando la persona comienza a realizar un trabajo sobre sí conscientemente; es decir, cuando en forma voluntaria dirige la atención de su conciencia a la elaboración y comprensión de las fantasías, sueños, vivencias, y de todos los materiales que le van aconteciendo en su proceso psíquico y en los sucesos de su existencia. De modo que descubre que detrás de lo que nos acontece hay “un algo, un para qué”.

En general, el proceso de individuación se inicia en forma consciente con una confrontación con la sombra, uno de los arquetipos principales de lo inconsciente. Porque suele ser tan fuerte la experiencia y la movilización que nos produce, tan fuerte el impacto, que sentimos que “se nos rompieron todos los manuales de instrucciones de cómo vivir la vida”.
Es un momento de cruce vital en el cual no sabemos qué hacer, algo que suele suceder a mediana edad.

Al advertir que las circunstancias nos trascienden, y buscamos ayuda, tratando de comprender qué sentido tiene lo que nos sucede y para qué, empiezan a aparecer pistas, señales. Posiblemente antes también estaban, pero no las veíamos.
Aquí aparecen esas sincronicidades tan significativas, que marcarán un período bisagra en nuestra vida: el hallazgo de un libro que “nos cambia la vida”, encontrar a una persona o a una institución que nos abre las puertas de un mundo hasta ese momento desconocido.

Acompañando estos hechos exteriores que irrumpen como “salvavidas” o “ayudas orientadoras” en medio del torbellino de nuestras existencias, suelen también emerger importantes sueños, vivencias, fantasías, intuiciones o visiones. Es decir, se agudiza el registro de nuestro mundo interno.

Crisis, incertidumbre y desentendimiento

Esto fue lo que le pasó a Jung en su crisis personal, tras la ruptura con Freud, y coincidentemente con la Primera Guerra Mundial: a partir de esa situación desencadenante, se vio arrojado literalmente al abismo psíquico. Externamente tuvo una crisis profesional y personal. Íntimamente, también su mundo estalló en incertidumbre y desentendimiento.
Al mismo tiempo, la psique comenzó a enviarle una serie de materiales asombrosos, inentendibles, simbólicos, a través de los sueños, de fantasías y sincronicidades. Jung se aferró a este material para tratar de ir descifrando el sentido de lo que le sucedía. Muchos años más tarde –casi una década después–, un amigo suyo, Richard Wilhem, le solicitó que prologara “El secreto de la flor de oro, un libro de alquimia oriental. Así, Jung se reconectó con la alquimia. Se dio cuenta de un hecho notable: los libros alquímicos tenían contenidos y materiales similares no solo a su propio proceso, el cual venía elaborando desde hacía años; también eran semejantes a los materiales que le presentaban sus pacientes.

Por eso, Jung eligió a la alquimia (y más tarde se lamentará de no haber sabido más Cábala o Kabalá) como una vía privilegiada y simbólica para ir comprendiendo el proceso de individuación, el cual, si bien es singular e intransferible, se expresa en símbolos y en fases cuyo alcance es universal, y que por lo tanto podremos rastrear a lo largo de la historia de la cultura, en distintas épocas.

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Los asuntos que Jung puso bajo la lupa incluyeron no sólo a los sueños y las visiones, a los mitos y las creencias religiosas, sino también los crípticos y antiquísimos textos de alquimia.

Se convirtieron para él en un tesoro de expresiones espontáneas religiosas de la psique.

Los tratados de alquimia solo en parte pueden ser considerados como reportes de procesos químicos, ya que fundamentalmente el laboratorio (lugar del “laboro”, del trabajo) era la expresión objetiva y manifiesta, es decir, la proyección en el mundo externo de los procesos internos.

De modo que las “sustancias químicas” (sal, mercurio, plomo, oro, azufre, etcétera) no se referían a las sustancias físicas que hoy utilizan los modernos químicos como objeto de investigación, sino que se proyectaban en ellas contenidos e imágenes del inconsciente: las utilizaban como un apoyo de sus proyecciones para que los ayudaran a ver más claramente sus procesos internos.

Sabia ignorancia

Los alquimistas asociaban ideas míticas y procesos arquetípicos con los elementos astrológicos y los metales, y también las transmutaciones (los cambios de estado y los cambios en la sustancia) que les acontecían en los alambiques y los crisoles, donde se mezclaban las sustancias.

A diario ocurren las proyecciones de los contenidos psíquicos, cada vez que una persona se ve confrontada con algo extraño que no comprende –en el caso del alquimista, la sustancia–.

En su esfuerzo de comprender y describir a las sustancias desconocidas, sus combinaciones y disoluciones, el alquimista no descubría compuestos químicos –o no solo esto–, sino que había creado un camino para que su psique se expresara a sí misma.

El científico actual se halla en una posición similar, cuando intenta penetrar en los elusivos misterios de la naturaleza. Él también se encuentra imposibilitado de considerar los objetos de observación “en sí mismos”. Recordemos que “el observador modifica lo observado”,por lo tanto nunca, por más científico que se sea, puede observar “los hechos en sí”.

Pero Jung no estaba muy seguro de si el alquimista comprendía que esa materia oscura, de la cual partía en su trabajo, podía desde el desconocimiento iluminarlo de repente, como en un espejo, a él mismo. Por el contrario, creía que el alquimista era bastante inconsciente del trasfondo psicológico de su trabajo y de las limitaciones de su conocimiento.

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