Aurelio Álvarez Cortez
La soledad no tiene buena prensa en estos tiempos. Muchos la ven como un opresivo círculo de oscuros silencios, un castigo. Muy pocos, la mejor ocasión para nutrir el corazón y atreverse a indagar.
Mario Satz -poeta, narrador, ensayista, estudioso de la kábala y autor de numerosos libros- afirma que es una bendición y, al mismo tiempo, un dolor. Lo hace en el contexto de su “Breve tratado de la soledad”, publicado por Kairós. Sus argumentos, en el siguiente diálogo.
–Crece la soledad en el mundo moderno, pero en lugar de ser una bendición, es un dolor terrible. ¿Qué debería conllevar la soledad?, ¿una bendición o un dolor?
-En realidad, las dos cosas. En otras épocas, de alguna manera, la soledad patológica desembocaba en una soledad benéfica. En el libro yo defiendo la individualidad, en el sentido de que el noble viajero, citado por los filósofos, siempre es un solitario. Con excepción de los siameses, gemelos o mellizos, el nacimiento de una criatura determina un destino único.
Ese destino pasa por unas fases que también tienen una correspondencia con el mundo alquímico, desde la oscuridad del vientre materno hasta llegar a entender por qué nos ilumina la luz y qué significa la luz en nuestra vida.
San Antonio Abad, conocido también como San Antonio del Desierto, que vivió más de cien años y fue un prodigio de intuición, un auténtico visionario, inspiró a Flaubert, que escribió una obra singular que se llama “La tentación de San Antonio”, donde vemos un fenómeno curioso: cuando más solo estaba Antonio en el desierto, más poblados estaban sus sueños de multitudes. Es lo contrario de lo que sucede hoy: cuanta más gente está sumergida en una marea humana, más sola se siente. Sobre todo, en mareas anónimas, incluso en mareas de fans de artistas, músicos, deportistas.
Ilusoriamente uno siente una fraternidad, pero en el fondo la presión de la masa engendra más soledad que estando solo.
-¿Por qué en el caso del solitario hay más gente que en el caso del gregario?
-Precisamente porque cada uno de nosotros tiene lo que es visible para algunas personas, una especie de aura o campo magnético que no debe ser presionado demasiado. Necesitamos esta protección, que también es el cuerpo de nuestra soledad, nuestro sosia místico, un frater, un hermano.
Por tanto, que otros no se nos acerquen demasiado, que no nos llenen la vida de demasiados objetos, que es lo que ocurre hoy: nos presionan el estado, la sociedad…
-Dices que el buscador espiritual se cierra a una dimensión en lo horizontal y se abre a otra, vertical.
-Así es. En pinturas clásicas sobre la ascensión de Cristo, lo ves en el eje vertical, por encima de una nube. La verticalidad alude al desarrollo espiritual, la manera en que están alineados los chakras. Buda decía que “la nariz es vertical, la boca horizontal, eso es todo el budismo”. Una reflexión de una profundidad inmensa.
Respiramos las 24 horas del día, pero comemos a horas determinadas. Los dientes de la boca, saturninos según la simbología alquímica, trituran una comida que se produce en la tierra. Saturno era el protector y patrón de la agricultura.
La boca está en el tiempo, comemos alcachofas, cerezas cuando las hay, pero la nariz está más cerca de lo eterno. Por eso la influencia de la respiración, los pranayamas, en tantísimas tradiciones. No es solo una respiración mecánica, sino que se apoya en la inspiración, en cosas que inspiran, y por las que uno siente respeto, amor, veneración.
-¿Cuál es la experiencia de la libertad del espíritu que se abre en la soledad?
-Al principio da miedo porque la libertad es infinita. Siempre estuvo ahí, como la mente universal del Buda, que no es algo que descubriese, sino que estaba ahí, como la meditación para llegar al satori, a un estado nirvánico.
Entonces se abre un abismo. Los maestros zen dicen que es como si la casa que habitas se desmoronara como una mansión de cristal, y te quedaras desnudo, solo, al aire libre. Tras eso sucede una caída emocional y viene una claridad que generalmente dura instantes. Algunos afortunados la viven más de una vez, pero no es necesario más de una vez para demostrarte que eso existe.
Quieres acercarte a eso como la mariposa a la llama de la vela, y lo buscas hasta que se produce un click. Te das cuenta de que el remedio empieza cuando ves la satisfacción delante del deseo.
El deseo siempre está buscando la satisfacción de una cosa u otra, está afuera la búsqueda, pero una vez que inviertes los términos, el deseo atrás y la satisfacción delante, inmediatamente se produce un cambio. Es lo que Jung explicaba diciendo que miramos el sol gran parte de nuestra vida, pero un día nos ponemos de espaldas y el sol ilumina nuestro camino.
-Según cuentas, la soledad es un tesoro que crece cuanto más miramos en nuestro interior.
-Y básicamente queremos más porque no hay cosa que le guste más a la mente que comprender. ¿Qué hay en las unidades de cuidados intensivos? Solo uno con uno mismo y sus recursos genéticos, inmunológicos, para salir de esa situación. Es como la celda de un monje, solo que el monje entra voluntariamente en ese estado, el paciente no.
Ese lugar funciona porque hay una relajación inducida o autogenerada que llega a un punto central, axial, en las células donde está el tejido informático que regenera al ser. Esto se produce en soledad.
-¿Y cuáles son los efectos terapéuticos del silencio?
-Son incontables. Cuando pienso en los coros y en música, están intercalados de silencio, se accede al punto de obertura por el silencio y se acaba con un gran silencio. El OM, de la mística indostánica, también acaba en una resonancia.
Un famoso maestro judío dijo que el silencio es la muralla de la sabiduría. En cierto sentido la protege. Por otro lado, aplaca la cháchara, la conversación intrascendente en la que mucha gente se enfrasca con un pobrísimo lenguaje, que es otro drama actual del que se habla poco.
La gente habla cada vez peor, los jóvenes especialmente. Todas son muletillas, una vulgaridad terrible. El teatro de Lope de Vega, de Calderón, lo veían los campesinos, todo el mundo. El lenguaje de los dramaturgos españoles era muy rico, sofisticado, y entroncaba con la tradición grecolatina. Todo eso se ha perdido en aras de la velocidad, de la simplificación.
Yo me siento un poco protector del lenguaje. No es fácil, en primer lugar, necesitamos recurrir a los maestros, que los hay.
-Ahora se ha rescatado el pensamiento de los filósofos estoicos a nivel popular. Llama la atención, es un signo alentador y positivo.
-Sí, lo es. El estoicismo ha pasado a ser una calificación de lo que se llama resiliencia, el sentido de la fuerza y voluntad para superar el sufrimiento y aguantar situaciones difíciles.
Un estudio en los años 50, 60 del siglo pasado descubrió que muchas personas que habían enfermado en la guerra se curaron de sus males. Quizá sufrieron traumas, pero el hecho de que ciertas enfermedades se curaran en medio de un estrés, una agonía, indica que hasta que uno no toca fondo probablemente los recursos no aparecen.
Por lo tanto, tomar antidepresivos es barrer el polvo debajo de la alfombra cuando tienes soluciones mucho más sanas.
-¿Cómo es el símil que haces de los agujeros negros y el alma humana?
-Yo estuve hace unos años en una predepresión. Al médico que me atendió le confesé que sentía que me caía dentro de mí mismo, no había nada que me sostuviese. Ahí había una gran oscuridad. Hoy por suerte lo he ido superando con el tiempo.
El agujero negro es una metáfora de una situación psíquica en la que uno no tiene recursos mentales ni físicos para escalarlo. Necesita que alguien arroje una cuerda que le recuerde que hay otras opciones. Y, por supuesto, cambiar en lo posible la dieta, las horas de descanso… Como dicen los maestros jasídicos, quien no tiene una hora para sí durante el día no merece ser llamado ser humano.
-¿Qué proceso alquímico se da en la soledad?
-Jung hizo un rescate de la terminología y una lectura profunda psicológica de las estampas que se conservan de los siglos XIV, XV y XVI en Europa, en los que se ve que los alquimistas dibujaban y buscaban algo que tuviera que ver con temas tales como superar la dualidad, la relación entre hombre y mujer, ascender una montaña, metáforas, entre ellas la cromotalogía alquímica.
Así descubrió que el viaje iba siempre invariablemente del negro a través del amarillo que se llama citrínitas, al rojo y eventualmente al blanco. Ahora estoy leyendo un diccionario clásico de términos herméticos que dice que la obra final es el rojo. Creo que siempre es el blanco, o el rojo y el blanco.
Los cardenales visten de rojo con visos blancos y el Papa, enteramente de blanco y zapatos rojos. Los esenios vestían de blanco, como los pitagóricos o los sacerdotes egipcios. Es un color cándido, inocente, la inocencia recuperada, eso es surgir de un estado oscuro, saturnino. Saturno es el señor del tiempo y la vejez, rejuvenecer es volver a través de esos colores, lucir más blanco, blanquear el alma.
-En el contexto de la soledad hablas de la alegría, como proponía San Francisco de Asís.
-Para él la alegría no era algo ruidoso, sin duda. Era el sentimiento de veneración y fraternidad entre todas las especies, la naturaleza y la belleza de la creación. Para mí, la alegría franciscana es la alegría de la existencia, del candor, la inocencia. San Francisco es uno de los tres o cuatro hombres más extraordinarios que han existido.
-¿Se puede hablar también, en cuanto a la soledad, del estado de gracia?
-Si la soledad es silenciosa, diría que el estado de gracia es musical. Tú solo escuchas esa melodía en tu mente, esa resonancia rítmica y perfecta que el corazón determina al resto del cuerpo.
La gracia es un don que tiene una octava menor que es lo gracioso. Lo gracioso es como el humor, disuelve situaciones negativas a través del hecho de no tomarlas demasiado en serio. La gracia es a lo sublime, a lo celeste, lo que lo gracioso es al cuerpo y a la tierra.
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